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jueves, 16 de mayo de 2019

El hombre fiel

El amor y sus escenarios. ¿Qué es lo que vemos en la persona que amamos? Maticemos aún más, ¿qué logramos discernir de la persona que amamos? Sea aquella, en la proximidad, con la que convivimos desde hace meses, u años, o sea aquella sobre la que, desde la distancia, proyectamos nuestras expectativas y sublimaciones. Tales cuestiones invocan la introducción en escena de la veleidad. ¿En qué se fundamentan nuestras atracciones, sublimaciones, conexiones? Y ¿en qué medida, ya que hablamos mencionamos a la escena, se sustentan sobre la teatralización o ficcionalización (las urdimbres y las proyecciones), es decir, las historias o películas que nos montamos, y que quizá sean las que principalmente vivimos más allá de cómo sea la otra persona, que sublimamos desde la distancia o que creemos conocer ya con la convivencia que creemos conexión y sintonía?. En la primera secuencia de El hombre fiel (L'homme fidele, 2018), de Louis Garrel, Marianne (Laetitia Casta) notifica a su pareja, Abel (Louis Garrel, más afinado que nunca), que está embarazada. Pero antes de que la sonrisa perfile si se decanta por la perplejidad o la felicidad, ella puntualiza que no es hijo suyo, sino de un amigo mutuo, Paul. La sonrisa ya es boquete de perplejidad. Esa especificación es necesario, incluso, que sea matizada para que el boquete adquiera la dimensión necesaria acorde a los hechos: no fue una relación pasajera. Aún más, Marianne quiere casarse con ese otro hombre. Y eso será en breves días. No es una revelación repentina, o sí para Abel, porque para Marianne ha sido bien meditada y planificada. Abel queda desalojado de la habitación de realidad que creía habitar. Era un espejismo. Había otra realidad camuflada, como la capa de piel que esconde otra, y suplanta a la primera, como piel que se despelleja. Abel pierde paso, e incluso se cae por las escaleras, como la realidad se le desmorona: ¿Quién era esa mujer con la que convivía?¿En qué medida conocía a la mujer que amaba? ¿Qué realidad habitaba?
Discurren ocho años. Y conocemos otra perspectiva, la de esa niña de catorce años que aquel día, cuando Abel salía del portal sangrando por la nariz, le ofreció un pañuelo de papel. Ahora Eve (Lily-Rose Depp) ya tiene 22 años, una edad que posibilita una transformación en su escenario sentimental: ya puede ser competitiva, desenfundar armas, estrategias y tácticas convenientes, para enamorar o más bien conseguir el objeto amoroso deseado, Abel. Eve, desde la distancia de la admiradora, había sublimado a Abel. Eve trabaja en una agencia inmobiliaria. Su propósito en la vida es habilitar el escenario anhelado, habitar el sueño de compartir el amor junto a Abel. Alojar a Abel en su habitación de vida. Un imprevisto o una acción impredecible (¿quién podía pensar que alguien tan joven como Paul, en la treintena, podría sufrir un infarto mientras dormía?) propicia un escenario vacante. A Marianne, por su parte, ahora le falta algo en su vida. Abel ansia recuperar ese lugar del que fue desalojado. ¿Qué sentía y siente realmente Marianne?¿Amaba a ambos?¿En qué se fundamentan las elecciones?¿Paul simplemente quiere recuperar una posición perdida, como si así se rectificará la contrariedad y decepción pretérita, o aún sigue amando a Marianne?
Un escenario en que dos mujeres desean al mismo hombre confluye con uno en el que ese hombre es quien ahora parece fluctuar como si ya no supiera con precisión qué habitación de realidad habitar, o más bien, en cuál ser alojada. Abel es alguien que se guía por lo literal, pero la realidad, sobre todo en territorios sentimentales, se define por los reflejos indirectos que pueden tornarse arenas movedizas. Alguien puede indicarte que puedes complacer el deseo de una joven que te sublima, y no ha contrastado con lo real, y te lo tomas a pies juntillas, como quien te indica que debes alojarte en otra realidad, y literalmente en otro espacio, el piso de ella. De nuevo, Paul no sabe captar la piel real tras la piel de la apariencia, el juego escénico, las estrategias y tácticas. Como si fuera a rebufo de la propia realidad, y de sus propios sentimientos. ¿Sabe que lo que siente? Aún más ¿Es la realidad real? Hay en el uso cromático, en la refinada caligrafía, en la abstracción sonora, amplificada por la serie de voces en off que se alternan, cierta sensación de que la realidad fuera a su vez un escenario imaginario, ese en el que fluctúan las mentes con sus sueños y dudas: somos ese filtro con el que nos hacemos una idea de la realidad que quizá poco tenga que ver con cómo es, con cómo son los otros, o con cómo es aquel con el que soñamos lo que quisiéramos materializar.
Y, por otro lado, ¿qué discernirá, o qué sentirá, al de un tiempo, cuando el sueño se haga duración, aquella que sublimaba a alguien desde la distancia de la expectativa? ¿Lo que es, en el tiempo, se corresponde con lo soñado? O quizá resulte más sugestivo soñar que materializar el sueño. Entremedias, un niño, Joseph (Joseph Engel), el hijo de Marianne. ¿Qué siente?. Joseph es un niño que acaba de perder a su padre. Es un niño al que le gustan las películas o series de intriga criminal. Siempre parece deducir con antelación quién es el criminal. Parece disponer de una cualidad de la que carece Abel. Pero ¿en qué medida se pueden creer sus sospechas de que fue su madre quien mató a Paul o ciertas afirmaciones cuando dice que desearía matar a Abel, al que muestra afecto en otras ocasiones? Quizá es la interrogante que pone en cuestión las veleidades, ofuscaciones y escenificaciones en las que fluctúan los adultos como criaturas bamboleándose en una resaca. Porque al fin y cabo recuerda que, más allá de esas abstracciones en las que nos enredamos, somos cuerpos que un día u otro, y quizá del modo más imprevisto, desaparecen.

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