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viernes, 17 de mayo de 2019

Hellboy: El ejercito dorado

Hellboy: el ejercito dorado (2008) duplica la atracción entre criaturas diferentes, y anticipa La forma de agua, ya que Abe, criatura anfibia, se enamorará de la princesa elfa Nuala (Anna Walton). Por añadidura, su gestación, su posibilidad, y a la vez amenaza de conclusión fatal, se torna reflejo de la relación consolidada entre Hellboy y Liz, la cual pasa por un momento crítico, ese en el que las expectativas o las sublimaciones previas se contrastan con la convivencia, con la conjugación equilibrada de espacios (personales) y voluntades. Liz, precisamente, protesta porque no le concede el necesario espacio, como si fuera un accesorio más en el conjunto de componentes que conforman su espacio personal (como un gato más: literalmente, tiene su cepillo de dientes en una lata de comida para los gatos). Siente que habita el espacio de Hellboy, no un espacio que comparten. Además, Hellboy no evita hacerse visible, sino todo lo contrario, durante sus acciones como agente del Departamento de Defensa e Investigación Paranormal, para desesperación de Manning, quien insiste que, para que el Departamento siga existiendo, ya que es secreto, necesita que pase desapercibido. Como le cuestiona Liz: ¿Por qué le importa tanto lo que piensen los demás de él pero no tanto lo que piensa, es decir, quiere o necesita, ella?. Hellboy, ya sea en el espacio público o en el espacio privado, aspira a ser la figura que ocupa el centro del encuadre, por querer acaparar foco o atención, o simplemente siente que lo es, y el resto del mundo, incluida Liz, a quien eclipsa de modo inconsciente, ocupa una posición secundaria o complementaria, como fondo o extensión.
De nuevo, Del Toro, quien idea argumento con Mike Mignola, y desarrolla esta vez en solitario el guión, utiliza la peripecia externa como reflejo o contrapunto de la peripecia interior o íntima, y aún más, la condición del relato como reflejo especular de nosotros (espectadores): en el prólogo el profesor Bruttenholm le relata a un Hellboy pubescente (aunque interpretado por una mujer de 36 años, Montse Ribé), antes de dormir, una fábula (expuesta con técnicas de animación) que, como apunta al final, no sólo sea una fábula: el ejercito mágico se enfrentaba al ejercito humano, batalla tras batalla. El rey elfo Balor requirió la ayuda de un duende herrero para que forjara un ejercito dorado, maquinarias cuyas entrañas parecen llamas, el cual masacró de modo brutal a los humanos. Arrepentido por tal cruento desenlace, Balor acordó una alianza con los humanos, por la cual los seres mágicos habitarían en el bosque y los humanos en las ciudades, y rompió en tres trozos la corona que podía usar quien quisiera comandar al ejercito dorado.
Un relato dentro de un relato (de la misma manera que Hellboy es nuestra transposición como espectador ante un relato evidenciado como tal, como reflejo en el que proyectarnos), un relato dirigido a Hellboy, que se convertirá en su reflejo posterior cuando se evidencie la disconformidad del príncipe Nuada (Luke Goss), hijo de Balor, quien considera que el ser humano, con su voraz y desbordante codicia, con su propagación de centros comerciales como epítome de esa cosificación de su entorno (una progresiva masacre más aséptica), está del mundo y la realidad, arrinconando a cualquier otra criatura o ser. El reflejo supuestamente siniestro no deja de cuestionar con respecto a un colectivo, el humano, lo que el propio Hellboy hace con su realidad o entorno, y en particular, en su parcela íntima, aún incapaz de enfocar qué es lo que Liz reclama o cuestiona (aunque sabe que no debe preguntárselo directamente sino lograr adivinarlo, percibir lo que quiere y siente). Porque ¿son almas gemelas, esa idea nuclear de la sublimación romántica, o la convivencia está demostrando que no encajan y que el engranaje de la relación no funciona como quisieran?. ¿Cómo Liz, que está embarazada, va a confiar en él como padre si parece incapaz de conceder el necesario espacio a los demás? Sugerente es que la revelación de su embarazo, que advierte Abe al tocarla, se produzca mientras se enfrentan a una siniestra versión de las tooth fairy (equivalente de nuestro Ratoncito Perez), la primera manifestación de la disconformidad de Nuada con la arrogancia del mundo humano, su primera intrusión en nuestro espacio, como si a su vez reflejara la insatisfacción de Liz con respecto a Hellboy.
En relación a ese desajuste comunicativo entre Hellboy y Liz resulta significativo que el príncipe Nuada y la princesa Nuala, su contrapunto, sean gemelos, y que uno y otro sientan lo que el otro siente. Incluso, si uno es herido el otro también sufre la herida, y si uno muere el otro también. La sublimación romántica llevada hasta el extremo. Pero ¿Hellboy logra sentir a Liz, sabe lo que le preocupa o siente?. Con respecto a esa incapacidad, o su tendencia más preocupada de sí mismo, vertiente ensimismada, y poco empática, resulta sugerente la condición de reflejo de dos figuras caracterizadas por lo maquinal: el mismo ejercido dorado, implacable impulso arrollador, o su nuevo oficial al mando, Johan Krauss (con voz de Steh McFarlane), una figura robótica, aunque menos por su apariencia, o carcasa de una voluntad de sustancia volátil, que por su rígido ajuste a las normas.
Esa consecución empática vertebrará el trayecto íntimo del relato mientras se esfuerzan en impedir que el príncipe Nuada consiga el tercer trozo para así completar la corona con la que comandaría el ejercito dorado contra los humanos (esos humanos que parecen querer suprimir las singularidades, lo que es único o diferente; de la misma manera que Hellboy, inconscientemente, anula a Liz para encajarla como otro complemento o extensión en su propio escenario de vida). Y elocuente es que sea su hermana, Nuala, la que disponga de esa tercera pieza, y que se niegue a facilitársela para que la utilice (también el príncipe Nuada debe adivinar donde la tiene escondida) y cuando no sea ella la que expresamente la posea, será, precisamente, aquel que ama y la ama, Abe (porque sí es capaz de adivinar donde ella la tiene escondida). Hellboy, en la conclusión de su peripecia, tomará consciencia de que Liz es el centro de su vida y no una extensión. Ironía final como guinda de esa asunción: ella está embarazada de gemelos.
Del Toro había planeado realizar la secuela, como parte de una trilogía, dos años antes, pero el acuerdo con Revolution films y Columbia no prosperó. Consiguió establecer un acuerdo con Universal, y la notoriedad que le proporcionó el éxito de El laberinto del fauno (2006), posibilitó que se acelerara el proceso de producción, y que se dispusiera de un mayor presupuesto. El sentido de lo maravilloso se amplifica de modo exponencial, del mismo modo que se multiplican las criaturas extraordinarias (aunque no incurra en el exceso, o embriaguez del derroche, que propicie el desequilibrio). En principio, parece que la narración va a transitar los senderos de la saga de los Hombres de negro, en particular, la secuencia en la que, mientras en primer término conversan Manning y Abe, se ven, en diversas estancias, como fondo de encuadre, a agentes lidiando con diversas criaturas monstruosas /(ya esa convergencia, o sintonía, se podía apreciar en Hellboy, en los momentos previos del primer combate entre Hellboy y Sammael). Como los combates a espada del príncipe Nuada pueden evocar las peleas vampirescas de Blade II (2002), una de sus obras menos estimulantes (aunque aún lo son menos Pacific rim, 2013 o la acartonada La cumbre escarlata, 2015). Luke Goss, de hecho, participó en Blade II, como el paciente cero, Nomak, y acababa, tras el enfrentamiento final, también desintegrado.
Pero la incursión en el mercado de los Trolls también es un umbral que conecta la frecuencia siniestra lovecraftiana (con abundancia de presencias reptilianas anfibias) con lo maravilloso de los relatos mágicos. Ya no es cuestión de dimensiones sino de mundos que están en este mundo, pero separados, como parcelas que no se interaccionan. O que no se ven, o no se sabe ver (literalmente usan unas lentes especiales para poder apreciar su real condición en nuestra realidad, como el troll camuflado bajo la apariencia de una anciana). Lo que no se ve, y lo que se hace ver demasiado, y eclipsa, como Hellboy. El escenario de lo maravilloso es un espacio que se desconoce aunque compartamos espacio sin saberlo, de la misma manera que los humanos rechazan a lo diferente, como a Hellboy en cuanto comienza a hacerse notorio: no lo ven como alguien que les ayuda o salva, sino como una amenaza. Su ansia de notoriedad o reconocimiento colisiona con el desprecio o el anatema. Es fundamental, a ese respecto, la secuencia en la que Hellboy se enfrenta contra una gigantesca criatura vegetal que, como le señala el príncipe Nuada (para persuadirle de que se una a su propósito), es única en su especie como Hellboy, y el ser humano se esfuerza en eliminarles. Hellboy abatirá a esa criatura, pero se encontrará, acto seguido, con el rechazo de los humanos. Ha salvado a un bebe pero todos le increpan como si fuera una amenaza para el mismo. En esta secuencia logra uno de sus momentos de poética emotiva más singular. Materializa esa poética que siempre ha perseguido, y que admira en cineastas como Jean Pierre Jeunet o Tim Burton (de hecho, por las esporas que caen, puede evocar la secuencia de cierre de Eduardo manostijeras, 1990). Como ambos, Del Toro intenta conjugar lo siniestro y lo tierno, lo cómico y lo poético, y La forma del agua probablemente sea su obra más inspirada en ese sentido, pero aún no ha alcanzado la excelencia, respectivamente, de Amelie (2001), Un largo domingo de noviazgo (2004) o El extraordinario viaje de TS Spivet (2013), o de Eduardo Manostijeras, Batman vuelve (1992) o Big fish (2003).
Del Toro estaría, posteriormente, implicado durante dos años en el proyecto de El Hobbit, aunque se descabalgaría, como director, en el 2010, debido a los retrasos persistentes por conflictos financieros (aun así, quedaría acreditado como guionista en las tres obras dirigidas por Peter Jackson). De hecho, los personajes de los elfos y el ejercito dorado no pertenecen a la obra de Mignola, sino que son aportación del propio Del Toro. La segunda parte de Hellboy: el ejercito dorado parece, de modo aún más manifiesto, enlazar con el universo de Tolkien. Transita ese escenario de lo maravilloso y mágico: el herrero duende sin piernas que les introduce en esa otra realidad, ese otro escenario subterráneo, a través de una gigantesca figura pétrea disimulada en el entorno (partes de su cuerpo parecen rocas del paisaje irlandés); la siniestra figura del Ángel de la muerte, cuyas alas disponen de múltiples ojos (como el demonio Sammael también disponía de cuatro ojos), quien sitúa en la tesitura a Liz de elegir entre el mundo y Hellboy si quiere que le extraiga la punta de la lanza, clavada por el príncipe Nuada, que amenaza su corazón (Hellboy como Anung Un Rama sigue estando destinado a destruir el mundo en algún momento, como le señala El ángel de la muerte). Pero Liz opta por Hellboy, por quien ama. Y, precisamente, compartirá con él, para que despierte, que está embarazada. Ella decide confiar en él, y demuestra que es el centro de su vida. Hellboy, enfrentado a ese ejercito dorado (que en primeras versiones del guión permanecían desactivados en un entorno acuático, pero fue desechado por cuestiones presupuestarias), marabunta avasalladora de superficie corácea, insensible, y entraña flamígera, como actuaba él, como si el mundo y los demás giraran alrededor de su fuego y voluntad, tomará consciencia de quién es también el centro de su vida, quién da forma al agua, y, sobre todo, de que un alma gemela es una entelequia si no compartes de modo empático y equilibrado el mismo espacio, la misma realidad.

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