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jueves, 23 de mayo de 2019

La última lección

Distorsiones o la catástrofe inminente. La distorsión del sonido y la luz, una mirada que mira más allá, más allá de la ventana, otro encuadre de realidad, lo inusitado o lo que falta. Una figura, que parece desajustada de su entorno, sus alumnos, concentrados en sus tareas. Una figura que decide arrojarse por la ventana, como si abriera una fisura en la pantalla de la realidad, como si dejara en evidencia que hay una que no advertimos, o preferimos no discernir ni atender. La secuencia introductoria de La última lección (L'Heure of sortie), de Sebastien Marnier, es modélica. Sedimenta la atmósfera de extrañeza, que se irá enrareciendo progresivamente, como una perturbación que adquirirá la condición de turbio malestar. Y conmociona con las interrogantes que no dejarán de multiplicarse. El por qué se ha precipitado al vacío es la primera de otras tantas que confrontan con otros vacíos, abismos o agujeros negros. Esta atmósfera de enrarecimiento e inestabilidad evoca, en cierto grado, la de Take shelter (2011), de Jeff Nichols. Una narrativa que más que emplazarte te desubica, cada vez más, en una terra incognita, en la que no sientes que haya asideros, sino el extravío, lo incierto, el caos, las fisuras que quiebran cualquier orden. En aquel caso, el protagonista, Curtis (Michael Shannon), se cuestionaba a sí mismo, su discernimiento. Sufría unas pesadillas terroríficas, con figuras sin rostro, fuerzas invisibles, cuando no las figuras familiares que le rodeaban, que imprevistamente le agredían o irrumpían en su espacio, queriéndole arrebatar lo propio (sus hijos, la vida). ¿Por qué? ¿Y por qué aquellos extraños cielos? ¿Era inminente una catástrofe? ¿Era una cuestión de percepción excepcionalmente aguda o la evidencia de un trastorno, quizá heredado porque su madre empezó a perder la noción de la realidad, ya no había certeza de cuando percibía algo o no. ¿Cómo podía ser capaz de proteger, cuidar a su familia, darles refugio si su mente se extraviaba en una incierta intemperie?. El yo inestable, pero también la sensación de una realidad cada vez más inestable, que parece anunciar una catástrofe. La hora de la salida. Es el título original de La última lección, también con extraños cielos, con un fulgor de luz que parecíera arrasar contornos. La hora en que acaban las clases, pero también el momento en que acabe todo dado cómo tratamos a nuestro entorno con tal inconsciencia y desprecio.
El profesor suplente, Pierre (Laurent Lafitte), piensa que en principio el conflicto, la perturbación que siente, está relacionado con la relación desajustada con los otros. Pierre vive solo, y está solo. No mantiene ninguna relación sentimental. Se siente desubicado. Aunque no le gusta reconocer que es así. Si hay algún problema está fuera. Es de otros. ¿Su recelo con respecto a ciertos alumnos tiene ver con una distorsión perceptiva, una proyección relacionada con su falta emocional? Pierre imparte clases, como sustituto, a esos alumnos aventajados, un grupo especial por sus cualidades intelectuales y sus resultados. Entre ellos, un subgrupo entre ellos, que componen dos chicas y cuatro chicos, muestran una actitud que Pierre siente como hostil y arrogante. ¿Es así o quizá sea porque están afectados por la muerte de su profesor? Y, a la vez que le molesta, y descoloca, lo que siente como suficiencia, como si fueran la encarnación de los chicos de El pueblo de los malditos, de Wolf Rilla o John Carpenter, mentes tan arrogantes que son anuladoras, se preocupa porque sufren abusos y desprecios de otros alumnos, que llegan a la agresión física. Pierre no logra encuadrarles, discernir cómo son. ¿Por qué se obsesiona por intentar entender por qué actúan cómo actúan?¿Por qué siente que hay en ellos algo anómalo que siente amenazante, como si pudieran ser los sibilinos responsables de la muerte de su profesor? ¿Es una distorsión perceptiva? ¿Se convierten en una pantalla sustitutiva de su vida íntima definida por las carencias?: La realidad se desajusta, abre fisuras que le desestabilizan, como esas llamadas persistentes en las que escucha un sollozo pero nadie contesta, como en su piso alquilado parecen propagarse las cucarachas (¿o también comienzan a ser consecuencia de su distorsión perceptiva, de la tensión que le supera, que ya proyecta actitud suspicaz hostil en esos alumnos?)
Pierre se convierte en un investigador que sigue a esos chicos y es testigo de sus desconcertantes rituales, en un ambiente despojado como una cantera, también un escenario mineral que podría evocar el de otro planeta, otro entorno medioambiental, como si traspasara el umbral a otra realidad. ¿Sus acciones están relacionadas con la soportabilidad del daño o la desquiciada atracción por la violencia y la humillación?. Su desconcierto se incrementa cuando les sustrae algunos de los dvds que tienen guardados en una caja enterrada. Son imágenes de catástrofes medioambientales, matanzas de animales (esos aberrantes maltratos que preferimos ignorar para seguir disfrutando de los placeres gastronómicos), la propagación del plástico en cualquier entorno, como un letal virus por su condición no reciclable. ¿No son entonces una amenaza sino el reflejo extremo, incluso desquiciado, por tender a la autodestrucción, de una intemperie vital, de una desesperación por la falta de futuro, por cómo estamos maltratando a nuestro planeta? Entonces, la mirada que no comprendía, la mirada del profesor, se torna mirada solidaria que comprende que la amenaza no está en un primer plano, que incomoda porque evidencia su soledad, sino en un plano general, ese que evidencia la catástrofe que, gradualmente, estamos generando con nuestra inconsciencia e irresponsabilidad. El infierno no son los otros. El infierno lo estamos creando entre todos.

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