Translate

lunes, 30 de diciembre de 2024

Queer

 

Desde finales del siglo XXI, Queer era un término peyorativo, con el que se referían a los homosexuales. A finales de los ochenta los activistas gays quisieron recuperar ese término pero con connotación positiva. Queer es la novela, inacabada, que William Borroughs escribió en 1985, aunque la acción dramática relatada acontece en la década de los cincuenta. Luca Guadagnino exploraba en Call me by your name (2017) cómo ocultamos, cuando no reprimimos lo que sentimos, esto es, cuán fundamental es que la persona que amas discierna que sientes lo mismo que él/ella. En Queer (2024) explora esa incertidumbre de no saber con claridad qué siente aquel que amas, a quien se siente, más bien, como una gélida criatura escurridiza. Cuando, precisamente, la aspiración no es otra que experimentar la fusión completa con quien amas. Esa es la ilusión romántica, el sueño de conjunta plenitud. En cierta secuencia, el escritor Lee Wallace (Daniel Craig) relata a esa gélida figura escurridiza que ama, Eugene Allerton (Drew Starkey), cómo ha leído en una revista que con la ayahuasca puedes experimentar la telepatía que no es sino la metáfora de poder saber con claridad que piensa quien amas y lograr sentir cómo siente quien amas, como si uno y otro fuerais uno. En las secuencias iniciales de Queer, Lee es una figura errante, emocional, por las calles de México City (en un par de momentos parece quedarse transido, aunque esté hablando con alguien, como si su vida se definiera por esas brechas que evidencian su desajuste). Intenta entablar, infructuosamente, relación con un chico, y disfruta de un encuentro sexual con otro, aunque con esa sensación, falta de real conexión, que le hace dudar si debería pagarle o si es un encuentro sexual fugaz tanto para uno como para otro. Hasta que, mientras observa una pelea de gallos en la calle, se percata de la presencia de Eugene más allá de la multitud congregada. Un instante que Guadagnino planifica de tal modo (un contrapicado que asciende hacia el rostro de Lee) que evidencia la impresión que causa a Lee. Es alguien que destaca en la multitud.

Durante un tiempo, en este primero de los tres capítulos y un epílogo de los que consta la narración de Queer, Lee buscará el modo de establecer contacto, y lo logrará, pero aunque tengan una primera relación sexual, su incertidumbre subsistirá. Si en principio se pregunta, incluso, si será homosexual, dado que con frecuencia juega con una amiga al ajedrez, con la que no sabe con claridad qué vinculo les une, posteriormente las dudas se mantendrán con respecto a qué siente, si siente lo mismo que él, si juega en ambas direcciones, sobre todo porque a partir de cierto momento parece tomar distancia. En estos pasajes parece subsistir esa noción de competición en el territorio sexual y afectivo. Aspecto, la competitividad, que exploraba en la previa Rivales (2024). En este caso, Lee no sabe cuál es el fundamento de la forma de conducirse de Eugene, si es parte de un juego o pulso, o simplemente se muestra indiferente. Lee no desiste, lo que implica que haga el ridículo cuando se emborracha sobremanera antes de intentar un nuevo acercamiento, hasta que le proponga una especie de trato, o un viaje compartido en ciertos términos que no hagan sentir a Eugene que su independencia se vea afectada. Un trato que implica que le deja espacio para tener las relaciones que desee, sea hombre o mujer, mientras, al menos, disponga de dos noches de disfrute y atención con él. En suma, las relaciones como tablero de juego.

El segundo capítulo de Queer se centra en ese viaje, durante el que será patente cómo es condicional para Lee su adicción (¿es equiparable en el territorio afectivo, como opuesto a la frialdad aparente de quien parece interponer distancia en todo momento como es el caso de Eugene?). La relación seguirá evidenciando su condición de pulso, cuándo Eugene se deja llevar y cuándo no prefiere atender las demandas de Lee, por cuanto se subordinaría a su voluntad o necesidad. Parece que para Eugene dejarse llevar implicaría perder el control. Sigue siendo su relación un sí es no o un quizá en el que uno y otro quieren que la relación se ajuste a sus respectivos términos o respectivas necesidades. El tercer capítulo narra el encuentro, en la selva, con la doctora Cotter (excelente Lesley Manville), quien dispone de conocimientos sobre la ayahuasca. Será quien les facilite la posibilidad de experimentar la sustancia, experiencia que propiciará esa anhelada fusión en la que, literalmente, sentir que las caricias entran en la piel del otro, como se logra sentir las emociones y el deseo del otro como si fuera el propio. Sienten que superan los límites físicos de la piel como de las emociones, cual acto de realización suma de la empatía y de la fusión de los cuerpos y emociones. Pero ¿Llegar a sentir eso derivará en su continuidad, en que sea la dinámica progresiva de una relación que cada vez profundice más en esas sensaciones o se preferirá interponer distancia porque es vivencia de la intimidad tan plena asusta, se siente como una vivencia que no se controla? Es la gran interrogante que exponen esas magníficas secuencias, también constatación de una narración que progresivamente se densifica, como si la condición errante de las secuencias iniciales, de quien es un exiliado porque en su país le hubieran detenido por drogadicto, se sumergiera en el núcleo, o raíz, de la experiencia emocional y física más sustancial, la conexión y fusión con otro. El epílogo expone cuáles fueron las decisiones de uno y otro. O cómo la negación de la experiencia sustancial de lo real, como ambos experimentaron aquella noche, puede determinar una vivencia en un territorio ilusorio en el que el mismo tiempo es ya irrelevante, El resto de los años pueden ser nada en contraste con la experiencia, inmersión en el núcleo de la vida, en la que se siente que se trasgreden todos los límites para conectar con alguien.

No hay comentarios:

Publicar un comentario