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jueves, 12 de noviembre de 2015

Life

Hay dos películas en 'Life' (2015), de Anton Corbijn. A veces convergen, a veces colisionan. Por eso, me parece una obra irregular, en permanente conflicto, pero no obsta para que no aprecie la conmovedora belleza puntual que emerge. Una fluye, crece y progresa lentamente, con sutileza, como un cuerpo que se desprende de su placenta sin prisa, mientras perplejo observa por primera vez la luz de la vida, y se percata de qué está constituida, cuál es su materia. Esa película está interpretada por Dane DeHaan, que encarna a James Dean. Al principio, en las primeras secuencias, asoma el temor de que se convierta en una carcasa que emula un icono, a través de la afectación de unos gestos y la caracterización de un peinado, pero pronto se advierte que es una fase de la evolución de alguien en su relación con la realidad. Y se advierte en el hecho de que esa evolución se modula y perfila a través de una mirada. El icono se convierte en mirada, la mirada de un actor que encarna a un personaje desde las entrañas, y hace sentir lo que piensa y siente. Y ese personaje se encuentra en un momento que es umbral en su vida, en el que está realizando la transición de ser una figura anónima, una entre tantos hombres, y tantos actores, a ser una estrella, una figura en los carteles, un protagonista en la realidad que constituye un imaginario colectivo, un modelo. Y ese hombre que ve como se está convirtiendo en icono, en imagen, forcejea por recogerse en los márgenes, permanecer en su habitación tocando los bongos o no haciendo nada. Por eso duda si dejarse fotografiar por Dennis Stock (Robert Pattinson).
Por eso, en vez de asistir a los eventos que le marca el Estudio, y que le consolidarían como estrella, e imagen, decide retornar a lo que fue, a donde se gestó, a su infancia, en la pequeña población de Indiana con una sola calle y un solo semáforo, la granja en la que vivió con su familia de cuáqueros. Y será un retorno a la consciencia de que el tiempo discurre, pasa, se escurre, y lo que fue desapareció, y lo que viven otros él lo vivió, y ahora es otro, y ahora le toca otras experiencias que ya no son los bailes de adolescentes o sus juegos infantiles. Y siente que todo corre deprisa, que el tiempo se escapa, que todo cambia sin que te des cuenta de cómo ha sido. En un instante eres y en otro ya no eres. En las mirada de Dehaan se palpa cómo se va sedimentando y calando esa consciencia. La vida alrededor parece un decorado, y parece que la estilización de dirección artística y vestuario y peluquería lo remarca, en la misma senda que 'Lejos del cielo' (2002), de Tood Haynes. Más que una obra en otro periodo de tiempo, parece un escenario artificioso ya sin tiempo.
La otra película es la que estorba y lastra, y a veces hace sentir que la narración se estanca, y que esa estilización resulte artificiosa, impostada. No logra dotar de cuerpo las incisivas sugerencias del guión de a Luke Davies, aunque, afortunadamente, no consigue evitar que su final duela. Es la película que interpreta Robert Pattinson, quien encarna (o es un decir) al fotógrafo Dennis Stock, empecinado en querer fotografíar a James Dean para vender las fotografías a la revista Time. Este todavía es nadie, porque aún no se ha estrenado 'Al este del Edén' (1955), de Elia Kazan, y se está dirimiendo si protagoniza 'Rebelde sin causa' (1955), de Nicholas Ray, pero Stock está convencido de que tiene algo especial, algo incómodo que destaca, como una imagen que brilla a la vez que desentona, porque es una imagen que evidencia, valga la paradoja, que hay fisuras en la realidad, en las imágenes con las que nos relacionamos con la realidad. Quizá sea aquella mirada huidiza, que parece escurrirse. Pero Pattinson no parece sentir, ni hacer sentir, el naufragio vital en el que se siente el personaje. No es que esté en transición, es que siente que su vida se hunde, y aquella mirada huidiza, que se escurre, siente que es su boya de salvación, aquella mirada que hace sentir que la vida se escurre, y es incierta, parece el amuleto que le puede propulsar hacia la vida con cimientos sólidos. Porque no siente que los tenga, una vida detenida, pegada a un teléfono, fotógrafo entre tantos otros fotógrafos ante las alfombras rojas que recorren las estrellas en los estrenos, un hombre cuyo matrimonio se rompió pronto, que no tiene dinero suficiente para poder mantener a su hijo, un hijo al que tampoco puede dedicar el tiempo que quisiera, un hijo al que incluso llega a vomitar encima. Hasta tiene sexo fugaz, aturdido, con una mujer que ama en la distancia a James Dean.
Stock es una sombra y quiere iluminarse con quien se está convirtiendo en estrella, con quien empieza a ser consciente de la matería de la que están hechas las sombras de la vida, las sombras en las que que quisiera perderse para no convertirse en una sombra tras la luz que ciega de una estrella. Esa luz que se insinúa en la oscuridad en el plano inicial y que pertenece a una bombilla, la bombilla en el estudio de revelado de una sombra que intenta dotar de imagen y luz a su vida. Life (Vida) es la revista en la que intenta convertir en positivo el negativo de su vida. Lástima que el actor que lo encarne no logre dotar de cuerpo a esas agitadas mareas, a ese desamparo y desconcierto vital. Afortunadamente, hay otro actor que sí lo consigue con el suyo, y la película se convierte en ese forcejeo entre uno y otro, como dos contendientes en un cuadrilátero. Según qué mirada domine el encuadre, se entra o se sale en la película. Esa alternancia desequilibra la película, e impide que sea la gran película que podría haber sido, otro relato de fantasmas como lo fue la opera prima, y mejor obra hasta el momento, de Corbijn, 'Control' (2008). Pese a todo, cala la tristeza de la consciencia de la fugacidad del tiempo en la bella secuencia final, acompasada a unos lúcidos versos y una mirada que sí sabe reflejar las sombras.

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