La vida y sus imprevistas direcciones. La vida y los intentos de reconfigurar su dirección. Solo un testigo (Un témoin dans la ville, 1959), excelente segundo largometraje de Edouard Molinaro, quien colabora en el guion junto a Gerard Oury y la pareja Boileu y Narcejac, el dúo que escribió las novelas Las diabólicas y Vértigo, comienza con un crimen en un tren y finaliza con una admirable tensa persecución, en coche y a pie, por las nocturnas calles de París. Durante el desarrollo del relato se producen varios cambios de trayecto narrativo. Comienza con el asesinato que perpetra Verdier (Jacques Berthier), con el forcejeo para arrojar fuera del tren a Jeanne, quien, desesperada, pugna infructuosamente para que no sea así, pero Verdier es implacable, golpeando sus manos para que dejen de agarrarse al estribo. En la posterior secuencia, se deja constancia de cómo su crimen queda impune ya que es declarado inocente, pese a que el juez le recrimine sus reacciones teatrales porque está convencido de que es culpable. En su retorno a casa, sufre un accidente porque otro coche, al sortear un perro para no atropellarle, colisiona contra el suyo. Una alteración en su trayecto, ya que tendrá que volver andando, que anticipa el accidente fatal que sufrirá. Una dirección imprevista con la que no contaba, o no imaginaba, ya que, en paralelo, un hombre entra en su casa y desconecta la luz. El espacio interior de Verdier es un espacio en sombras, como lo es su interior figurado. Una nueva dirección: Cuando retorna a su hogar encuentra una escenificación, que le acusa: el vestido de Jeanne en la cama, su fotografía reemplazada por la de ella. Quien ha realizado esa puesta en escena es el marido de Jeanne, Ancelin (Lino Ventura). Quiere corregir el erróneo veredicto de la ley porque nada tiene que ver con la justicia. Decide él una nueva dirección para Verdier. Y le condena a muerte, una muerte que intenta, con otra puesta en escena, que aparente ser un suicidio. Pero cuando se marcha se encuentra con que un taxista, Lambert (Franco Fabrizi), esperaba a Verdier. Por un imprevisto cruce, un nuevo trayecto que dilucidar para determinar cuál puede ser. ¿Confiar en la suerte o más bien optar por determinar un nuevo curso de vida?
Pese a que intente buscarse una coartada, una supuesta cita con una mujer, quien realmente es un prostituta a la que paga para que sus compañeros de trabajo crean que es meramente una cita sentimental de quien parece recuperarse tras la muerte de su esposa, tendrá que pensar qué decisión toma con respecto a Lambert. El desarrollo del relato combina las vicisitudes de Lambert en su proceso de cortejo a una telefonista del servicio de taxis, Liliane (Sandra Milo), con el acecho de Ancelin. Alguien pugna por conseguir que se consolide su relación con la mujer que ama, logro que le llena de gozo cuando se materializa, como si fuera un inicio de vida, sin saber que están siguiéndolo con el propósito de matarlo, de truncar su vida, sin ya posibles direcciones, ni la de la alegría ni la de la frustración. Sus vicisitudes amorosas, aderezadas con apuntes del ambiente de trabajo, y la relación con otros compañeros, se alternan con el seguimiento de esa sombría ave rapaz que ha decidido matar ya no como expresión de un dolor y una amargura que necesita ser aliviada sino por conveniencia y pragmática. Resulta espléndida la larga secuencia en la que les persigue por la calle y luego los pasillos y andenes del metro, y cómo duda, sin decidirse, cuando él ya se ha quedado solo, para empujarle a las vías cuando llega el metro.
Irónicamente, Ancelin desconoce que Lambert no tiene intención de prestar declaración porque no quedó satisfecho por cómo le trató la policía en una circunstancia pretérita en la que fue testigo. Expresa a Liliane cuando esta le impele a que declare que puede reconocer al asesino cómo considera que no cree que realmente ayudaría nada sino que suscitaría su testimonio más y más preguntas sin que llevara a ninguna dirección fructífera. Sería una circunstancia que le complicaría a él más que otra cosa. Ancelin, mientras, prosigue su seguimiento, hasta que por fin consigue que le recoja como cliente. Su error será que quiera comprobar que el taxista le reconoce, pidiéndole que le encienda el cigarrillo. Como es así, no advierte que deja conectado el teléfono por lo cuál puede Liliane oírle y así saber cómo el hombre que ama es asesinado. El resto del relato es magnífico. Los taxistas se unen para rastrearle y asediarle. Por dos veces, Ancelin colisionará con un taxi. Magullado huye en la oscuridad, perseguido en un zoo, en una sección en la que priman, precisamente, las aves rapaces, otra circunstancia casual de sangrante ironía, ya que él es ahora la presa asediada. Una descarnada conclusión nocturna para un relato dominado por las sombras, no solo externas, sino interiores, y en el que un atisbo de luz, una relación de amor en gestación, es truncado por quien, precisamente, había querido vengar al asesino de su mujer amada, aunque esta le fuera infiel. El hombre que apagó unas luces para recibir al hombre que quería asesinar apagaría también la luz del sueño de amor de otra pareja. Un acto de justicia reparada deriva en un acto de cruel desatino.