Durante la dictadura de Mussolini no se
aludía de modo explícito a la homosexualidad, porque lo que no se
menciona no existe. No tenía cabida esa posibilidad en una cultura
de machos. Es algo que expresa el Ennio Scribani (Elio Germano),
periodista del periodico comunista L'Unita al que encomiendan el
seguimiento informativo del juicio, en 1964, contra el escritor y
profesor Aldo Braibanti (Luigio Lo Cascio), acusado de influir
perniciosamente en el joven de veintitrés años Ettore Tagliaferri
(Leonardo Malterse), acusación amparada en una ley aprobada en
tiempos de la dictadura de Mussolini, una forma velada de castigar
una relación homosexual que, en primera instancia, no acepta la
familia de Ettore, motivo por el que la madre, primero, decidió
ingresarle en un sanatorio en el que, durante quince meses que duró
su internamiento, fue sometido a reiterados electroshocks y, después,
decidió demandar a Braibanti.
La singular figura de Scribani,
caracterizado por siempre portar un sombrero de fieltro y un buen
numero de periódicos, cobrará relevancia a partir de la mitad del
film, cuando comienza el juicio, tras un fugaz tránsito en blanco y
negro que constata la detención de Braibanti. Pero ambos habían
coincido en la secuencia introductoria, una fiesta de L'Unitá en la
que Scribani contempla a Braibanti compartir poemas con Ettore, a la
vez que explica a su prima, Graziella (Sara Serraiocco), que
Braibanti es también un notorio estudioso de las hormigas, una
especie, como señalará Braibanti a Ettore, que prioriza el conjunto
sobre la individualidad, por eso no se dan traiciones. La hormiga que
pierde contacto con el grupo se extravía. No deja de ser un anticipo
de la singularidad, por su condición homosexual, que le sumirá en
el extravío por el rechazo de una sociedad que no ha variado
demasiado con respecto a la que predominaba en la dictadura. Todavía,
incluso entre integrantes del partido comunista, como el mismo jefe
de Ennio, se califica a la homosexualidad como depravación (el novio
de su prima le indica a Ennio que solo hay dos opciones para el
homosexual, o someterse a tratamiento o suicidarse). Es hermoso ese movimiento de cámara que sigue a la madre de Braibanti hasta que ella descubre la pintada en la pared aludiendo, de modo despectivo, a la condición homosexual de su hijo; la madre se aleja y se sienta en la soledad de la plaza del pueblo.
La primera hora de la narración, tras
la irrupción, de la madre, en el piso de Braibanti, para llevarse a
su hijo, retrocede a 1959, año en el que se conocieron Ennio y
Braibanti, para reflejar el contraste entre la relación del escritor
con Ettore y con el hermano mayor de éste, Riccardo (Davide Vecchi),
quien, resentido, por la atención a su hermano le impele a que se
someta a su voluntad y deje de mantener relación con Braibanti.
Dictadura, imposición de voluntades. Resulta interesante, al
respecto, cómo se refleja la forma de dirigir al grupo teatral por
parte de Braibanti con una contundencia que evidencia su tendencia a
la intemperancia, y a cierta soberbia o arrogancia, que será puesta
en cuestión por Ennio, durante el juicio, cuando en primera
instancia decide acogerse al silencio y no contestar en los
interrogatorios. Ennio, como él hace con sus textos, le insta a la
elocuencia combativa y crítica, frente a una dictadura, manifiesta
décadas atrás, o solapada, y farsesca (como señala Braibanti),
como la que define una sociedad de la década de los sesenta, con sus
anatemizaciones.
Amelio, que reconoció su condición
homosexual tardíamente, en el 2014, dispuso de cierta notoriedad en
los noventa, con una sucesión de excelentes películas que
recibieron varios premios en festivales, como Puertas abiertas
(1989), Niños robados (1992), Lamerica (1994) y
Cosi ridevano (1998). Tras la notable Las llaves de casa
(2004) sus posteriores películas no han dispuesto de tanto
reconocimiento, e incluso cinco de las seis no se han estrenado en
España. En El caso Braibanti, cuyo título original, Il
signore delli formiche/El señor de las hormigas, alude a su
condición de analista social que se ve convertido en ejemplo de cómo
los humanos no se definen, en su condición social, con la mismas
características que las hormigas, Amelio vuelve a demostar su
dominio de una narrativa definida por la sobriedad, la sintesis y la
precisión, en ocasiones elíptica, con cierta recurrencia a planos
largos, como los dilatados sobre algunos testimonios en el juicio, en
especial el de Ettore, que dispone de asociación con el plano final,
en la secuencia que relata la despedida de Braibanti y Ettore, ya en
1969, tras ser liberado el primero. La música de la opera de Aida,
que interpretan en un descampado, y las gotas de lluvia ejercen de
contrapunto en esta bella secuencia. La narración concluye con el
rostro de aquel que quedó más dañado en el proceso, por la
obcecación y mezquindad de su familia y un sistema social que aún
arrastraba las lacras de los prejuicios.
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