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lunes, 31 de julio de 2023

Spider

 

La identidad puede ser un espejo resquebrajado que asemeja a una tela de araña. Si la mente es un amasijo de desordenadas piezas de un puzzle, si la conexión está quebrada, como si la mente fuera un espacio deshabitado de ventanas clausuradas, la memoria, la evocación de lo que uno fue está tapiada por el extravío de un presente en el que no se sabe lo que es, un presente deshilachado cual incierta tela de araña. ¿Y quién es esta? Quizá, sin saberlo, uno mismo, cuando se pierde la noción de lo que es real. La realidad es ya un entramado de espejos en donde los reflejos suplen a lo real. Y esos reflejos camuflan añicos. Para discernir la realidad hay que superar las figuras interpuestas, las que han creado los propios miedos y dolores. En el plano de apertura de Spider (2002), de David Cronenberg, la cámara realiza un largo travelling entre los pasajeros que se apean de un tren hasta llegar a Spider (un extraordinario Ralph Fiennes), de expresión extraviada, como si hubiera llegado a un espacio extraño, en el que desconoce cómo dar sus pasos. Una dirección en un papel, es su mapa de orientación. En ese movimiento se condensa el mismo de esta película, que hace de la fractura de la mente de Spider narración, fenomenología de un tiempo quebrado, fractal.

El tiempo se palpa, se respira, en el registro de las acciones, gestos (en su discontinuidad que es interrupción: la sinapsis entre los planos ya evidencia ese desajuste interno). Spider pasea por unos espacios, en dirección a un hostal, que transpiran despojamiento y cerrazón (ventanas tapiadas, calles sin rastro de presencia humana, las imponentes construcciones metálicas de la fábrica de gas enfrente del hostal, desolados arrabales). Las únicas presencias humanas son las de otros residentes en ese hostal, o centro de acogida, seres al margen, indigentes de la vida, sin centro, sin hogar en el mundo, en este presente que parece vaciado, como refleja el despojamiento escénico, y la dirección de fotografía, gélida, obra de Peter Suschitzky, que inocula una distancia que es extrañamiento, abstracción. La misma caracterización de Spider, su vestuario, su peinado, evoca la figura de Samuel Beckett. La realidad pareciera haber disuelto el maquillaje de su apariencia de orden, mostrando sus engranajes, como materia oxidada. La realidad es la representación de una avería, como Spider musita palabras, cual temblores, que a veces pueden resultar ininteligibles, como sí lo son las palabras que anota en una libreta. Spider es la representación de la mutación de la realidad acorde a la avería de la mente de Spider.

El tiempo también se fractura. Otro tiempo empieza a injertarse en el presente, o lo injerta Spider, el tiempo o espacio de su niñez, o más bien ambos se confunden, como evidencia el hecho de que su figura adulta también esté presente a un mismo tiempo en ese pretérito. En ocasiones, en un mismo plano están presente Spider niño y Spider adulto. Un tiempo que a la vez se va mutando. Tras que haya visto a su padre (Gabriel Byrne) y su madre (Miranda Richardson) magreándose en la puerta de entrada de la casa (acto que luego se descubrirá raíz del transtorno de Spider, lo que genera también su vivencia de la realidad como una pantalla desvirtuada por su mente confusa), la evocación o realidad comienza a alterarse, como si los rostros sustituyeran a otros, o como si el rostro de su madre fuera el de otras mujeres. Es también el de una mujer de maneras más vulgares, más explicitamente sexual, que antes había visto en el bar, y que se convertirá en amante de su padre. Su maquillaje, su gestualidad, su vestuario se diferencia del más comedido y delicado de su madre. Ese rostro llegará incluso a injertarse en el presente cuando en un momento dado el rostro de la patrona del hostal, antes el de Lynn Redgrave, sea también el de la madre. Se propaga como un virus, como una infección no resuelta.


 El espacio de la memoria (de la mente de Spider), se revelará no evocación sino maraña, un espacio mutante, una pantalla de transferencias y sustituciones propiciadas por una mente extraviada incapaz de habitar lo real. Durante el desarrollo del relato cobrará cada vez más relevancia la interrogante sobre en qué medida es real lo que evoca, en qué medida es real esa relación de su padre con esa otra mujer, y la muerte de su madre a manos de su padre. En qué medida es real y no imaginación, un tapiado conveniente de la mente de Spider para no afrontar lo que sí fue real, y por tanto, su responsabilidad. Spider, desestabilizadora incursión en los quebradizos y movedizos territorios de esa ilusoriedad que es la identidad, y aquí, por extensión, la memoria, hace cuerpo cinematográfico, tiempo, de la homónima novela de Patrick McGrath, que éste mismo adapta. Es probablemente la película más austéra de Cronenberg, quien recibió el guion con una nota en la que se señalaba cómo Ralph Fiennes estaba dispuesto a protagonizarla. Ni uno ni otro cobraron salario alguno, como tampoco Miranda Richardson, para que el escaso dinero pudiera dedicarse a la producción de una película que se sabía destinada a los márgenes de la exhibición dado el descarnado despojamiento de su apuesta expresiva.

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