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viernes, 7 de julio de 2023

El origen del mal

 

El origen del mal (L'origine du mal, 2022), como los dos previos largometrajes de Sebastien Marnier, Irreprochable (2016) y La última lección (2018), se revelan sugerentes exploraciones de la inestabilidad y la desubicación. Sus narraciones se caracterizan por el enrarecimiento, amplificado por las interrogantes, y por la reconfiguración de la percepción sobre los personajes. Como la obra precedente, la introducción sedimenta una introducción de extrañeza, que se irá enrareciendo progresivamente, como un turbio malestar, a través de la combinación de gestos, planificación, uso del diseño sonoro o de la luz. En La última lección, distorsiones de luz y sonido, una mirada más allá del encuadre, como si le faltara algo, y el gesto de lanzarse por la ventana de un aula delante de sus alumnos. En este caso, no es tan extremo. La cámara recorre un vestuario repleto de mujeres que se preparan para su trabajo en una envasadora de pescado. El movimiento concluye en el rostro de una mujer, Stephane (Laura Calamy), con la expresión ausente, como si mirará más allá. Algo parece que también falta en ella. Movimiento que dispone de su equivalente en otro hacia su rostro cuando llama por teléfono a Serge (Jacques Weber), el padre que no conoce para encontrarse con él. Pero en la narración ya se ha sedimentado esa fisura que insinua un desajuste.

Como la protagonista de su excelente opera prima, Irreprochable, Stephane es un personaje desajustado incluso en su mismo espacio. En aquella, nos presentaban a la protagonista durmiendo en un piso que no solo no era suyo sino que era alquiler, y además estaba en alquiler. Era alguien sin casa, dinero o empleo, que decidía retornar, cual reinicio, al pueblo que abandonó, para recuperar el empleo que despreció, como agente inmobiliaria, en el que trabaja el hombre que abandonó. El recurso de la mentira y la escenificación se convertía en recurso de supervivencia competitiva. En El origen de mal, Stephane, que mantiene una relación con una mujer encarcelada desde hace dos años, tiene que abandonar su piso porque retorna la hija de la casera. Pareciera encontrar en la familia reencontrada esa sensación de lugar. Pero en su primera visita a la mansión no suministra una imagen real de sí misma, ya que indica que es la propietaria de la empresa envasadora. Y el desarrollo de la narración evidenciará que las mentiras y la escenificación, aunque con frágil separación con la enajenación, es su fundamental modo de relación con la realidad.

La narración (parece que) presenta unos conflictos, relacionados con la irrupción de una extraña en un entorno, y con la conmoción que siente quien conoce a una figura familiar que no es sino un extraño con el que intentar conectar. De entrada, parece que son dos los focos, o escenarios de relación y conflicto, la recuperación de la sensación de sentirse ubicada en la relación con la realidad, y sentirse integrada en un conjunto, y las tensiones suscitadas por la intrusión de una competidora en la consecución de privilegios y herencias, en particular con su hermanastra George (Dora Tillier). Stephane parece encontrarse con un escenario en el que Serge, recuperado de un ictus, parece asediado por unas mujeres que esperan su desaparición. Pareciera que la intrusa se convirtiera en la necesaria aliada que el padre necesitaría para no ser consumido lentamente por las otras rapaces mujeres. Pero pronto el escenario se revelará bien diferente a como parece, por cuanto hay un desajuste en la ecuación.

En La hora de salida, el profesor sustituto no dejará de preguntarse sobre la desconcertante conducta de sus alumnos, siempre con la interrogante de si sus suspicacias se deben a su propio desajuste con la realidad, es decir, si su distorsión perceptiva se debe a lo que no sabe asumir en él mismo, su soledad. En El origen del mal no es una mirada la que se pone en interrogante, sino que amplia, como variante, el territorio de capciosas formas de relacionarse con la realidad que ya exploraba en Irreprochable. Somos como nos presentamos a los demás. La protagonista era una multiplicidad de máscaras, una apariencia en abismo en la que resultaba difícil discernir lo real, qué había de veraz en los relatos que planteaba. Las revelaciones iban evidenciando cuánto de montaje tenía su vida, tanto por las tácticas que urdía, como por lo ficticio de los relatos de sus vivencias pretéritas. Poco parecía tener que ver cómo se presentaba o cómo se justificaba ante los demás con cómo era y la veracidad de sus relatos Pero si allí ese desajuste era transparente para el espectador, así como cuáles eran las maniobras por las que optaba la protagonista, y por qué, y para qué propósito, optaba por esas escenficaciones y engaños, en El origen del mal el proceso es más sinuoso y esquinado, por cuanto en principio percibimos a la protagonista de acuerdo a cómo se presenta a los demás. Sí inocula la inestabilidad en la narración desde un principio, pero se tardará en revelar cómo hay apariencias que no se ajustan a lo real y cuáles son las motivaciones de esas distorsiones a través de la escenificación. Como en Irreprochable, se disecciona un comportamiento que se funda en la consideración de los otros como entidades funcionales, útiles o prescindibles de acuerdo a un propósito.

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