En las primeras secuencias de La Venus rubia (Blonde Venus, 1932), de Josef Von Sternberg, un grupo de jóvenes norteamericanos, entre ellos Ned (Herbert Marshall), están de excursión en un bosque alemán. Y se encuentran ante la sorprendente visión de varias chicas bañándose desnudas en un lago, entre ellas Helen (Marlene Dietrich). Ned flirtea con ella proponiéndola verse después de su espectáculo (todas actúan en un cabaret), e indicándole que no se irán hasta que le diga que sí. Elipsis. Una singular elipsis. Otros pies son los que retozan en el agua, ahora son los de un niño, al que baña Helen. ¿Qué ha pasado con la cita? ¿tiene un hijo?, y ¿cuánto tiempo ha discurrido desde la anterior situación en el río, horas, años? En la siguiente secuencia vemos a Ned acudir a la consulta de un médico. Por las radiaciones consecuencia de su trabajo de químico tiene los meses contados, a no ser que pueda pagar un caro tratamiento (cuyo coste es excesivo para él). La siguiente secuencia ya nos sitúa, tras este fulgurante y desconcertante inicio, en el hogar al que retorna Ned. Queda ya claro que han pasado varios años, y Ned y Helen se han casado, tienen un hijo y viven en Estados Unidos. Acuestan a su hijo el cual les pide que le cuenten cómo se conocieron. Y entonces ambos narran, como si fuera un cuento de hadas, aquello que la elipsis nos hurtó, su cita, y cómo surgió el amor, y su primer beso. Un relato de fábula para un hermoso acontecimiento personal, un hito, cuyo recuerdo se ha visto empañado, contaminado, por la gravedad de la enfermedad de Ned (quien puede vivir como mucho un año si no se pone en tratamiento). Es sin duda una singular forma de construir el inicio del relato. El inicio parece ya un final por la amenaza de la muerte.
No es casual que ese momento de la gestación de su amor se nos eliptize, dada las dudas o recelos que suscitará en Ned, primero, el hecho de que Helen decida volver a su trabajo de cabaretera, con el fin de conseguir el necesario dinero para el tratamiento de Ned, y, segundo, y especialmente, al retornar ya recuperado, cuando ella le revele que ha mantenido un romance con un hombre rico, Nick (Cary Grant), cuyo dinero ha sido el que, precisamente, ha posibilitado que Ned logre sanase. Entre su marcha y su retorno una reconfiguración completa de su escenario vital. Ned no sólo no será capaz de apreciar el sacrificio de Helen y lo que ha supuesto para que salve su vida, sino que sentirá ese romance como una traición o infracción (no hay agradecimiento sino dramatización, repulsa). La sombra sobre su rostro, cuando discute con ella, es elocuente, como también lo eran las penumbras que dominaban la habitación de Nick cuando Helen afirmaba que retornará con su marido porque le necesita (y el posterior lento y hermoso travelling de retroceso desde dos caballos hasta ambos apoyados en un árbol; un vacío que indica una ruptura inevitable; son las dos semanas que se han dado como despedida; lo que ignoran es que Ned retornará precisamente dos semanas antes de lo previsto). El resto de la película narra, con una admirable narración concisa y elíptica, el via crucis que sufre Helen, perseguida por todo el país, porque se resiste a que Ned aparte de su vida a su hijo ( como si su mancha implicara que no lo merece). Su sacrificio (al fin y al cabo estaba decidida a volver con él pese a lo que siente por Nick) se torna fatalidad. Irónicamente, en su trayecto de huida, para sobrevivir, deberá ganarse la vida como prostituta. Esta sombría odisea, narrada sin énfasis ni tremendismo, no finalizará hasta el momento en el que Ned recupere la cordura de la comprensión y de la consciencia del gesto de amor de Helen. Y será con la recreación de aquel relato, ante su hijo, sobre cómo se conocieron y gestó y afianzó su relación, cuando lo que en él se había ausentado, la capacidad de saber amar, que es saber ver al otro, vuelva a cobrar realidad y sepa verla, discernirla, sin la radiación de la mancha de la inflexibilidad en su mirada.
La venus rubia es, sobre todo, célebre por los excelentes números musicales de Marlene Dietrich, como cuando aparece disfrazada de gorila, desprendiéndose de ese disfraz cuando se dispone a cantar (en correspondencia con cómo Ned la investirá con la calificación de bestia cuando no valore su sacrificio sino su infidelidad). Para ella dejó de ser esa princesa en un entorno natural límpido, como aquel en el que la conoció desnuda en el agua. El impoluto ideal que había creado también era un potencial contaminante como la radiación que sufre su cuerpo. Al respecto, es significativo el vestuario en su última actuación en París, un traje con sombrero de copa, un atuendo que puede ser tanto masculino como femenino, elección que indica cómo ella ha quedado desterrada de su condición de madre, pero a la vez cómo se ha afirmado en el control de su propia vida. Por otra parte, aunque los desnudos de la secuencia inicial nos indican que aún no había entrado en vigor el Código Hays de censura, sí sufrieron la presión de la Paramount para que suavizaran la contundencia del planteamiento inicial del argumento original de Marlene Dietrich, quien no constaría en los títulos de crédito para no suscitar reticencias censoras, por lo que en su lugar aparecería acreditado el propio Von Sternberg. Pero no fue suficiente. Les molestaba el tratamiento del adulterio (fue rechazado que Ned tuviera otra relación sexual tras su cura mientras Helen está con Nick dos semanas) y de la actividad sexual femenina (¿en qué se fundamentan, o qué condicionan, las decisiones de Helen?¿a quien ama de los dos o es a los dos de diferente forma o en distinto grado?). Fueron realizadas tres versiones del guion que redujeron el interés tanto de Von Sternberg como de Dietrich al alejarse cada vez más el resultado final de sus intenciones originales. De todas maneras, resulta interesante, por lo que sugiere, cómo planifica la última secuencia. Por un lado, la reconciliación entre Ned y Helen satisface a los censores pues concluye con una reconciliación entre quienes representan la pareja legitima, por estar casados. Pero el último plano se centra en el juguete que utiliza Helen para cantar la canción a su hijo (encuadrado desde la perspectiva de éste). El juguete que representa el tratamiento de cuento de hadas de la gestación y el afianzamiento de la relación de sus padres. Una sugerencia corrosiva como conclusión.
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