Hay que luchar en un doble frente: el de la resignación y la indiferencia, formado por aquellos que piensan en las desigualdades como algo natural e ineluctable dentro de la sociedad, reflexiona Nuccio Ordine (1958), a partir de la obra de Leon Toltsoi, o extendiéndose en la idea, hay que luchar contra el dominio de la indiferencia, la supremacía de los números y las medidas, las dictaduras de la rapidez y la banalización de las relaciones humanas (cada día más sometidas a lo virtual), que define a nuestra sociedad, o modo de vida, presente, reflexión en este caso a partir de El principito, de la obra de Saint Exupery. La literatura sirve a Ordine, en Los hombres no son islas. Los clásicos nos ayudan a vivir (Acantilado), para desarrollar desde varios ángulos una reflexión sobre un tiempo presente que parece vertebrado por dos actitudes primordiales, la indiferencia y la resignación. La resignación de quienes, desanimados, piensan que nada es posible ya cambiar, y nos encaminamos a la catástrofe, y la indiferencia de quienes rigen, y mantienen, un sistema económico, una dictadura corporativista, como dominantes demiurgos o como meros esbirros consumidores. Se ha inoculado la idea, como el injerto de una película en nuestras mentes, de que nuestra circunstancia no es grave (como si la naturaleza fuera una reserva de suministros sin fin), ya que vivimos rodeados de una ilusión de confort, o seguimos bombardeados por las posibles adquisiciones que consumir, como la zanahoria que incita el caminar inercial del burro. Nos han insensibilizado para solo estar preocupados de nuestra particular parcela de vida, sea para satisfacer el mayor número de caprichos, o para sobrevivir. No importa la posibilidad de cambiar las estructuras de nuestro sistema, sostenido sobre la desproporción y la injusticia, sino agarrarnos cual ancla a nuestro particular salvavidas, y patalear, si es necesario, para apartar a quien tememos nos lo pueda quitar, cuando no meramente aspiramos a ascender en la pirámide social para así poder disfrutar de más privilegios y lujos. Este sistema nos ha convertido en cápsulas aisladas u ombligos ambulantes. Ejércitos de potenciales <<emprendedores>> y <<compradores>> que harían palidecer al hombre de negocios, <<propietario>> de estrellas, hallado por el principito en sus peregrinaciones cósmicas.
Un sistema que sabe cómo generar conflictos locales como maniobra de distracción. Quienes rigen este escenario social, grupos de políticos armados de un implacable cinismo han fundado partidos de éxito con un único objetivo: cabalgar sobre la indignación y el sufrimiento de las clases menos favorecidas para fomentar la guerra de unos pobres (los que han pagado y pagan estos duros años de crisis) contra otros (los migrantes que buscan desesperadamente un futuro en los países ricos). De esa manera, no se enfoca, de modo cuestionador, sobre una estructura social, el sistema, sino que se distrae con escenarios de conflictos particulares, como si la amenaza proviniera de un afuera, aunque sea parte del conjunto social, o se circunscribiera a una rivalidad específica parcelaria (étnica, genérica...). Por eso, Ordine, en cambio, insiste en que no somos islas, partiendo de la reflexión de John Donne, una valiosa oportunidad para entender que los seres humanos están ligados entre sí y que la vida de cada hombre es parte de nuestra vida (…) la metáfora geográfica nos hace <<ver>> aquello que no se alcanza a percibir en medio del remolino del egoísmo cotidiano: que <<un hombre, es decir, un universo, es todas las cosas del universo>> (…) somos múltiples teselas de un todo único.
Esa metáfora de la isla encuentra su reflejo en la de las olas, según la obra de Virginia Woolf. En un contexto caracterizado ante todo por la necesidad de analizar la compleja interacción entre la polifonía que distingue todo yo individual y la totalidad indistinta de los seres humanos, la gran escritora inglesa traduce en la espléndida imagen de la ola la misma tensión entre uno y los muchos, entre la parte y el todo. A partir de Seneca, Ordine plantea cómo nuestra relación con los otros no se debe reducir meramente a no infligir daño sino incluso a establecer una relación sustentada en la generosidad, en la dinámica interactiva constructiva. A partir de Montaigne, reflexiona sobre cuán importante es el diálogo, considerarse patriota del mundo y no de una parcela de realidad particular (mi equipo, mi raza, mi género, mi nación...) así como el enfoque del relativismo, capaz de neutralizar lugares comunes y puntos de vista absolutos. Porque ese apego patriótico a un nosotros parcelario, como una extensión de un yo, ejerce de restricción así como faculta la cosificación de los otros, y por lo tanto, impide, la interacción sustancial y enriquecedora. Hay que potenciar la concepción de las relaciones con los otros como singularidades. El otro no es un cúmulo de etiquetas sino un ser singular que conocer en todos sus matices. El encuentro entre dos seres que se convierten en <<únicos>> el uno para el otro cambia no solo la percepción del otro, sino también la de las cosas que le circundan (…) Salir de la visión insular de sí mismo ayuda a <<ver>> de una manera diferente a los demás y al mismo tiempo la naturaleza que aloja nuestras vidas.
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