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domingo, 25 de febrero de 2018

Lady Bird

La mirada contemporizadora. 'Lady Bird' (2017), de Greta Gerwig, se puede abordar como fenómeno, o como película. Comencemos con las cortesías. Christine (Saoirse Ronan) prefiere que le llamen Lady Bird. Es un modo de singularizarse en su entorno, en Sacramento, y en particular del (avasallador) influjo de su madre. La colisión es la dinámica medioambiental de su relación. Una hija que se afirma ante su madre, pero aún así desea ser apreciada por ella. Su padre, Larry (Tracy Letts), afable, calmo, en discreto segundo plano, no ejerce la cachiporra del reproche sino el detalle afectivo, entre el apoyo y la comprensión desconcertada. Podría parecerse a la ecuación familiar de 'Esplendor en la hierba' (1961),de Elia Kazan, pero la intensidad (y el ingenio creativo) de esta no encuentran correspondencia en un convencional relato de adolescente en proceso de formación y un estilo tan aplicado como esterilizado. En la primera, la gama cromática parece palpitar acompasada las contorsiones emocionales de los personajes. En la segunda, la neutralidad cromática delata una mirada contemporizadora.
Hace un mes se estrenaba 'Qué fue de Brad', de Mike White, en la que un hombre se enfrentaba a una edad, los 50, como umbral que pone en cuestión sus logros, por lo que se comparaba con el relato sí realizado de la vida de los otros. Era una mirada en retrospectiva, como si se hubiera culminado un trayecto y se repasara lo materializado o no de los propósitos. 'Lady Bird' enfoca en la edad en proceso de formación y definición, en relación y contraste con los otros, una edad de forcejeos contra los influjos, anuladores o no, de los otros, y con la condición de estos como pantalla de los propios propósitos y sueños, y por tanto aún variables. Christine quisiera romper con lo que es, como el pelo que se tiñe, pero no se encuentra, se ofusca y tantea, con las amistades y los amores. Es un cuerpo que se busca y a la vez huye. Por eso, cambia de dirección de modo brusco, sorprendiéndose a sí misma. Ahora su mejor amiga es Julie, ahora su mejor amiga es Jenna. Ahora siente que se enamora de Danny (Lucas Hedges), ahora siente que se enamora de Kyle (Timothee Chalamet), aunque ciertamente en el tránsito sufriera la consternación de descubrir que Danny siente más atracción hacia los hombres. Es una edad de búsquedas e interrogantes, confusiones y sublevaciones, aunque se acabe siendo aquello contra lo que se rebelaba. La cuestión es sentir que tomas las riendas de tu vida, que das los pasos que tú quieres dar, y no los que quieren otros, tu madre por ejemplo, que des, aunque los pasos luego no difieran demasiado de los de tu madre. Forjar tu futuro, tu propio escenario, tampoco tiene que implicar la negación de lo que fuiste, de lo que te forjó cuando aún te estabas modelando y definiendo. Lo que fue ayer puede engarzarse con lo que vas esculpiendo con tu vida, como capas de una misma piel.
'Lady Bird' no ofrece nada nuevo bajo el sol, ni en su construcción dramática ni en su estilo. En ambos sentidos es un obra aplicada, a una plantilla o molde en los retratos de iniciación a la vida, y en la ejecución de un intercambiable estilo indefinido característico de esas producciones de presupuesto medio que ya no hay quien califique de independientes, como aún por mecanismo reflejo de etiquetación, se calificaban en los 90. En ese sentido, más genuina, así como más sustanciosa e ingeniosa, resultaba una obra aquí no estrenada, 'The myth of american sleepover' (2010), de David Robert Mitchell. El estilo de Gerwig no difiere demasiado del de Noah Baumbach, con el que ha colaborado en varios guiones, pero desluce al lado de la singularidad de 'Frances Ha' (2012), una obra que se nutría de ciertos referentes cinéfilos (europeos), como por ejemplo en la carrera que emulaba otra de 'Mala sangre' (1986), de Leos Carax, pero la película, como esa misma secuencia, conseguía perfilar su propia personalidad. Algo de lo que, en cambio, carecía la desmañada 'Mistress America' (2015), que parecía hasta hecha con desgana, como quien no da relevancia a la decisión estética por la que opta. 'Lady Bird' se queda en medio, como su primera colaboración con Baumbach, aunque sólo como actriz, 'Greenberg' (2010).
'Lady Bird' es una obra sin aristas que sabe situarse en el esterilizado territorio de lo políticamente correcto, de la avenencia que no abre heridas sino que integra (bien lejos de las complejas rugosidades de 'Wonder wheel', de Woody Allen, de quien ha renegado, por plegarse a la desquiciada corriente inquisitorial, como si pudiera salpicarle la infección de su estigma). Quizá por esas circunstanciales turbulencias ha adquirido tanta relevancia y, por lo tanto, quizá por ello se han sobredimensionado sus cualidades. Entre tanta resaca se presenta como unas aguas mansas que resultan fotogénicas para arrimarse a la imagen conveniente de progresía. Más allá de esa condición de fenómeno, se caracteriza por la eficiencia de una aplicación delineada con tiralíneas, desplegada con precisión narrativa, con alternancias en la modulación, entre las que destacan los briosos pasajes en los que se suceden breves secuencias, a veces de un sólo plano, o en las que se produce, de modo abrupto, un giro en la narración, en la concepción que Christine tiene de otros, en suma de su relación con la realidad, acorde con una edad, o un proceso, en el que la variabilidad linda con la volubilidad, porque, al fin y al cabo, no se deja de corregir el enfoque, y lo que se cree enfocado quizá era un desenfoque. Conclusión: Christine asume que es Christine y no un personaje que intenta despegarse de la película de su entorno. Y lo que era esa película, como los escenarios que la componían como capítulos de una rutina y unos rituales, queda adherida a ella, como un telón de fondo bajo la superficie que no tiene por qué, necesariamente, cortar sus alas.

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