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martes, 10 de noviembre de 2015

Los visitantes

En las secuencias finales de 'Corazones de hierro' (1989), de Brian De Palma, cuyo título original resulta más incisivo, 'Casualties of war/víctimas de guerra', uno de los cuatro soldados que habían violado y asesinado a una adolescente vietnamita en la Colina 162, allá en 1966, tras ser condenado a 10 de años de cárcel (los otros a 8, 15 y cadena perpetua), le amenaza al soldado que denunció el acto (para ellos, delatar) con la venganza venidera. 'Los visitantes' (The visitors, 1972), de Elia Kazan ya relató esa venganza. Bill (James Woods) y Martha (Patricia Joyce) viven en una casa rural, con un hijo de pocos meses. En la casa de al lado, vive, y bebe, el padre de ella, Harry (Patrick Mcvey), escritor de novelas del oeste (que ya son más bien aplicación de formulas sin la cualidad genuina de las primeras). En las primeras secuencias, planos de la naturaleza alrededor. Nieve, un bote hundido en el hielo, un perro que corre sobre la superficie helada. Muestras de afecto entre la pareja, pero también sombras entre ambos. Ella desearía irse a otro lugar; él tiende a que ella se ocupe del bebé, o sea se desentiende lo más que puede (ella mira su espalda, y calla: no deja que el perro en su interior corra sobre el hielo). Otro frío llega en forma humana, dos antiguos compañeros de armas de Bill, Mike (Steve Railsback) y Tony (Chico Martinez). La tensión se palpa entre los dos hombres y Bill, como una corriente subterránea que se oculta bajo unas sonrisas o una amabilidad que quema como un tempano. Ambos han salido de la cárcel y su propósito de visita resulta difuso aunque Tony declare que no le guarden rencor.
La violencia más allá estaba ya generada por la violencia dentro. El instinto que allí corrió, ahora visita con intenciones ambiguas, con sombra de amenaza latente. La visita de aquellos que violaron y asesinaron destapa y evidencia otras violencias soterradas en las actitudes de una sociedad enquistada en una ansia de cazador que se impone sobre otras especies o enemigos de la propia especie (y de lo que hace ostentación orgullosa el padre). Naturaleza y sociedad abrasada en sus genes con el hielo del regusto por la violencia, el instinto que arrasa y se impone. La intrusión de las sombras son reflejo de un interior ya dañado, corrompido. La violencia contenida tiene sus primeras detonaciones a través de los perros. La herida en la pata del perro de Harry, determina a este, propulsado por la presencia de los dos visitantes, con los que rápidamente establece sintonía afín, a querer matar al perro del vecino, causante de las heridas del propio. Un disparo desde la distancia, un acto de desprecio al vecino, al rival, el cadáver del perro en su puerta como gesto desafiante, como declaración de quién es el más fuerte, y el más inclemente e implacable. La violencia se extiende sobre la velada a través de gestos y miradas, que amagan, que quedan aún agazapadas. El padre, Harry, rezuma frustración, y a la vez orgullo por su condición de hombre de acción, el reflejo de la quintaesencia de la virilidad. Combatiente en la segunda guerra mundial que desprecia a su yerno por sus inclinaciones pacifistas, como Mike hará irrisión de las mismas en Martha.
La violencia se impone, se repite la acción de Vietnam, la violación de la mujer, y se satisface el ansía de castigo sobre quien les denunció, apalizándole, y humillándole por extensión con la violación de la mujer que ama. Sólo un breve plano evoca la acción brutal del pasado: la chica asustada huyendo, infructuosamente, entre los juncos. La mirada, en el persente, de Mike, es un tempano oscuro. Con su obra previa, 'El compromiso' (1969), Kazan había radiografiado la violencia implícita en una sociedad sustentada en la búsqueda del beneficio económico, un tráfico de gestos repetidos y triviales, como una carcasa vacía que se sostenía en los espejismos de las apariencias y de la ostentación material: una sociedad que no era nada, u ocultaba insatisfacciones, tras la valla publicitaria sobre la que se edifica. En 'Los visitantes' realiza una sombría reflexión, de turbia y esquinada atmósfera, sobre la imposibilidad de un hogar en una sociedad que alienta la violencia como afirmación. No hay residencia, sino heridas, corrupción disimulada bajo capas de hielo. El bote permanece varado, atrapado en el hielo. La pareja permanece en silencio, figuras doloridas, y humilladas, rodeadas de noche. Podrían berrear como un bebé, pero nada arreglaría ni nada conseguiría.

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