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domingo, 8 de septiembre de 2013

The river

 photo 63d67ff4110242a0b52288567621b709_zpsb25acfa5.jpg Un cuerpo rígido, un maniquí, en las aguas de un río. Emociones rígidas que tensan, distancian, las relaciones. Cuerpos en penumbras, inciertas figuras en la clandestinidad de la sauna. La penumbra de las emociones, emociones que reptan difusas, camufladas, contenidas, no manifestadas. La congestión, los atascos, pueden provocar inundaciones. 'The river'(he liu, 1997), de Tsai Ming Liang. La agonía de un dolor de cuello que parece incurable, una inundación de piso que parece incontenible. Una familía, padre, madre e hijo, cuyas relaciones implosionaron tiempo atrás, con residuos que aún no han brotado a la superficie. Al hijo, a Hsiao Kang (Lee Kang Sheng), le ofrecen sustituir a un maniquí en un rodaje. Un maniquí que simula ser un cadáver. Hsiao Kang sufrirá un agónico dolor de cuello, para el que buscarán los más diversos tratamientos, sin que ninguno tenga éxito. Hsiao Kang deseará convertirse en cadáver, tan insoportable es el dolor. Su cuerpo parece que se contrajera, como si los músculos se replegaran. Los dolores aparecen tras que se caiga de la moto, segundos después de cruzarse con su padre (Miao Tien). En la habitación del padre comienza a caer del techo agua. Nadie contesta en el piso de arriba. El padre intenta variados métodos, o usa diferentes recipientes, para que el agua no se desborde.  photo OIR_resizeraspx6_zps50efd149.jpg  photo OIR_resizeraspx3_zpsc866d5d5.jpg El padre y la madre (Lu Hsiao Ling) viven en diferentes habitaciones. La madre tiene un amante, el padre acude a una sauna en cuyas oscuras cabinas tiene encuentros homosexuales con cuerpos sin rostro. En esta familia, hace tiempo que dejaron de contestarse, aunque aún se dirijan de vez en cuando la palabra. Solucionar la agonía de Hsiao Kang parece una excusa para, al menos, dirigirse alguna palabra. No hay muchas palabras que se intercambien. Aunque tampoco él en la sauna, ni ella con su amante. Simplemente, los cuerpos se expresan, se restriegan, acarician. Parece que habitaran una espesura de silencio. Habitan una ciudad de escaleras mecánicas, centros comerciales, cristaleras a través de las que se comunican las miradas del deseo clandestino. Parece que hay muchas emociones atoradas.  photo 67e5fd86cad4456fa8f9f5aa9813384c_zps88f3ddc8.png  photo OIR_resizeraspx_zpsdfdfd7b7.jpg En uno de esos encuentros en la sauna, el padre descubre que el hombre que le ha masturbado en las penumbras de rostros indefinidos ha sido su propio hijo. La madre asciende hasta el piso de arriba, y logra cerrar el grifo que se había dejado alguien abierto. Ya no hay inundaciones,ya se ha manifestado lo que estaba retenido. Aunque eso no quiera decir que el dolor remita. Hay demasiados silencios ante los que se agolpan aguas estancadas de fiero oleaje. Distancias demasiado largas que superar. Las emociones permanecen aisladas en sus cabinas.  photo OIR_resizeraspx4_zpsbe8281dc.jpg  photo OIR_resizeraspx2_zpse2e49c5c.jpg No hay final, no hay clausura, porque no hay desembocadura de una circunstancia irresuelta, radiografía desazonadora de silencios esparcidos por la ciudad, en sus cabinas, en sus familias, en sus atascos. La raíz sigue en penumbras. El cine de Ming Liang abre compuertas,y abre senderos expresivos. Sus dilatados planos hacen cuerpo de unas celdas invisibles. El tiempo se enrosca como un desierto que no logra desplegarse, pero a la vez fluye. ¿Hacia dónde nos lleva el relato? ¿En qué senderos fluye la mirada de Ming Liang, que nos sitúa en una extrañeza que propicia un ángulo de mirada despejada? Es un cine que restriega nuestra mirada, que difumina corsés o límites, lo real y la metáfora se funden. No hay dolores en el cuello en su mirada, en su cine. No hay compartimentos estancos. Sus penumbras generan interrogantes. El cine se inunda con lo posible.

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