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lunes, 23 de septiembre de 2013
The hole
La inundación ha dado paso a un agujero. Quizá sea el momento de dejar entrar la música. A no ser que se prefiera padecer un dolor de cuello, que más bien era metáfora de padecimiento de entrañas encorvadas. No hay inundación por un grifo abierto (fuera de campo, porque los grifos de viva presencia, y esto es un decir, o una ironía, más bien parecen cerrados), como en la anterior obra de Tsai Ming Liang, 'The river' (1997), pero la lluvia afuera, no deja de estar presente (como fuera de campo que invita a la precipitación, a la expulsión, a la liberación), presencia que es invocación, ya que la ausencia, la enajenación, parecen haberse apropiado de unos cuerpos que más bien parecen autómatas, ausencias, emociones contaminadas, convertidas en quistes, como refleja esa enfermedad, propagada por las cucarachas, que se extiende como una plaga en la ciudad, como una capa de contaminación interior. Aunque no todos optan por la evacuación, aunque sea lo recomendado. Hay quienes prefieren seguir encerrados en sus compartimentos, en su misma celda, en su misma ausencia, como maquinas que funcionan con el automático puesto.
Pero un agujero se abre en su silencio, en su atasco. Hay problemas con las tuberías, y un fontanero abre un agujero en el piso de Hsiao-Kang (Kang Sheng Lee), un agujero que no se cierra, sino que queda como una fisura, una fisura que comunica con la mujer que vive en el piso de abajo (Yang Kuen Mei), aunque en principio no es comunicación, sino molestia, perturbación, un agujero que más bien es una hendidura en la que descargar, en la que arrojar desperdicios. Pero la música irrumpe. La narración se despliega como un paraguas bajo la lluvia, cambia el paso, se desvía con números musicales interpretados por Tang Kuen Mei. La música descongestiona, como la imaginación, descerraja compuertas atoradas, libera de la opresión de esa medusa que paraliza y aísla, incapaz de comunicarse. Quizá para 'The hole' (Dong, 1998), Tsai Ming Liang se había inspirado en la extraordinaria 'On connait la chanson' (1997), de Alain Resnais, en la que los actores expresaban e las canciones, con la voz de interpretes originales ya que eran playbacks, las emociones que eran incapaces de expresar, o la voz propia que no eran capaces de manifestar. Todo aquello que se contenían, bajo el influjo de la medusa, que se convertía en figura de transición, figuras flotantes que convertían a la narración en una reveladora fábula fantástica sobre la falta de inteligencia emocional. Para quebrar los límites, por qué no también quebrar los de la narración, romper los verosímiles.
Resnais optaba por la exuberancia a la hora de perfilar a sus personajes, Ming Liang por un vaciado que los (re)presenta como cuerpos que lindan con la condición de fantasmas, cáscaras que recuperaran en el minimalista proceso dramático las entrañas extraviadas. Para superar las distancias, un agujero, música. Ming Liang elabora otro de sus paisajes íntimos, recorridos por la extrañeza de quien mira al mundo como si no fuera su reflejo, sino un sueño habitado por fantasmas en el que hay restregarse la mirada, porque quizá es que aún no se haya despertado. 'The hole' es variante, y es continuación, de sus obras precedentes, a la par que corrección. Los cuerpos encuentran el resquicio por el que liberarse, por el que fluir. Ahora sus emociones, sus deseos si se expanden con la corriente de sus aguas, no se quedan atrapadas en dolores de cuello que reflejaban cautiverios, embalses que no se lograban derruir. El agujero es el punto de fuga donde encontrarse, con uno mismo, con el otro. El agujero es una partitura: Suena la música, y las manos ya son gestos que buscan.
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