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jueves, 19 de septiembre de 2013

Therese D

 photo OIR_resizeraspx3_zpse6270cad.jpg Therese espera que el matrimonio defina su vida, como si esta hasta ese momento estuviera emborronada, como un cristal difuminado por el vaho, el de su aliento inquieto, un aliento ávido que se refleja en la voracidad de sus lecturas. Therese es una chica que piensa demasiado, como observan otros, y no sabe que esa vida que la definirá, como quien se acompasa a la música marcada en un papel pautado, quebrará su aliento, como su amiga Anne rompe los cuellos de la palomas. Esas palomas torcaces que cazará quien será su marido, Bernard. Palomas que trae en redes, como en una red que cada vez la asfixiará más vivirá Therese. Hay quienes pronto olvidarán sus sueños mutilados, como Anne, tras que impidan que realice su sueño amoroso, con Jean, a quien su hermano, Bernard, no ve como un cuñado idóneo, ya que, pese a ser rico, pertenece a otra casta no conveniente, judio. Sus contorsiones desesperadas cuando no acepte tampoco asumir que él, Jean, no la correspondía en la misma medida, se diluirán con el tiempo y adoptarán otros rasgos futuros, cuando ya se prometa con otro hombre, rasgos acomodados a esa vida organizada, definida como un papel pautado que es papel adherente para atrapar moscas, esa red de vida que posiciona a cada uno y en la que cada uno debe acoplarse.  photo OIR_resizeraspx5_zps2b51af89.jpg  photo OIR_resizeraspx2_zpse68cb0bd.jpg Pero Therese no se subordinará, no aceptará esa imposición de vida, se debatirá dentro de la red, como las palomas. Responderá a ese veneno que la anula con otro veneno, la sobredosis con la que intenta matar a su marido, haciéndole creer que sólo toma las cuatro gotas correspondientes de arsénico,cuando sin que se dé cuenta, está haciendo que consuma más. Porque Therese arde ya por dentro en esa vida en la que se ha convertido en otro mueble más. Esa vida que esperaba como la pantalla en la que encontrarse se ha convertido en un constante incendio interior. No se ha definido, se ha desfigurado. Queda embarazada, da a luz, pero a la vez, ha perdido luz, se está muriendo en vida. Y su rebeldía se sancionada, condenada a una vida apartada, mientras se maquillan las apariencias, una vida postrada en la que ya no se debate porque ya ha perdido todo incentivo vital, y se consume por dentro, como su cuerpo pierde peso. Nadie advirtió lo que ardía en su mirada, nadie se sintió inquieto, ni curioso, porque en esa vida organizada, tan definida que está enquistada, nadie se preocupa, ni se inquieta, ni muestra curiosidad, abotargada y entumecida en una rutina e inercia de vida que simplemente deja pasar la vida.  photo OIR_resizeraspx4_zpsdf15c629.jpg 'Therese D' (2013), de Claude Miller, quizá tenga demasiado color, quizá su brillo sea tan excesivo que hasta diluya los contrastes, o los amortigüe. Hay cierto fuego sombrío en la mirada de Audrey Tatou, hay instantes que hacen sentir cómo esa vida se desgarra aunque en su superficie sólo parezca que se desprende el papel pintado. Una vida de apariencias es una cárcel de capciosos brillos. La grisura del blanco y negro de 'Relato íntimo' (1962), de Georges Franju, la magistral anterior adaptación de la obra de Francois Mauriac, Therese Desqueyroux, hacía manifiesta la condición espectral de la prisionera vida de Therese. La asfixia se palpaba, se respiraba. Como una vida en la que se ha perdido el vaho que refleja un aliento sustraído. En la adaptación de Miller, quedan los suspiros por una vida que se ha convertido en mero reflejo, como el espejo en el que se mira en el primer plano. La obra de Miller resulta mullida en su desesperación, no afilada como la de Franju. Es un sofoco tenue, una rozadura. No hace sangre, ni arranca las entrañas, como la de Franju. La de Miller no deja huella, la de Franju transfigura la mirada.

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