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viernes, 6 de septiembre de 2013

El espíritu del 45

 photo OIR_resizeraspx3_zpsb316d7be.jpg Hay películas que son directamente una bofetada. Puede ser porque has perdido la consciencia, y sea necesario despertarte. O para que reacciones porque te has quedado paralizado, porque has sufrido una fuerte impresión, o por miedo. Si te mueves, si dices algo, quizás te despidan, quizás pierdas lo que tienes, por lo que resulta más conveniente bajar la cabeza y no protestar. Ken Loach te abofetea para que la levantes. 'El espíritu del 45' (2012) invoca un espíritu, para que dejemos de ser fantasmas, conciencias anestesiadas, corrompidas, o quizá conciencias en fuga, que se lamentan en voz baja, bajo las alfombras, mientras quizás se clavan las uñas en las manos, por frustración e impotencia. Invoca una actitud transformadora para que hagamos oír nuestra voz. Invoca la consciencia de que sí es posible cambiar una sociedad que se ha degradado a pasos agigantados en las últimas tres décadas (aunque enfoque en su sociedad británica, el ejemplo puede ser trasladable, obviamente, a otros países). Loach contrasta las reformas con planteamiento socialista que realizó el partido laborista (por primera vez en el poder) tras la segunda guerra mundial, en 1945, nacionalizando la asistencia sanitaria, entre otras medidas semejantes, con las aberrantes medidas privatizadoras que implantó Thatcher desde que entró en el poder en el 79. Un país en donde todavía se lucha por mantener el último paso de una degradación, el último resquicio de aquel espíritu, de aquellas medidas, evitar que se privatice la sanidad.  photo OIR_resizeraspx_zps7bc02e87.jpg Uno de los participantes de este revulsivo documental apunta la sangrante ironía de que los que han forjado esta sociedad, esta economía, sostenida sobre la descompensación, el desequilibrio, el abuso, y el desprecio hacia los menos pudientes, se educaran precisamente en aquellos años en que se aplicaron aquellas medidas sociales que lograron menguar las abismales diferencias de privilegios económicos. La socialización logró conjurar la explotación del trabajador que definía a la sociedad entonces. Había quien por fin con 70 años podía disponer de unas gafas para leer, familias que podían gozar de una digna casa con jardín en vez de compartir una habitación con camas rebosantes de chinches, y los mineros consiguieron condiciones de seguridad minimas, sin temer que un techo se les cayera encima porque no había apuntalado ningún madero. Casualmente, estoy leyendo 'Un lugar en la cumbre' de John Braine, que convirtió en película Jack Clayton en 1959, y acabo de ver 'Meantime' (1983), de Mike Leigh, el durante y el después (o ahora). En ambas se reflejan lo que forja el impedimento de los cambios, las actitudes que dificultan que un sistema equitativo se estabilice y mantenga.  photo OIR_resizeraspx4_zpsd01c687b.jpg En la novela de Braine, cuya acción transcurre a mediados de los 50, el protagonista, aunque desprecie a los que califica como zombies exitosos, aspira a disfrutar de los privilegios de posición que implica disfrutar de los lujos y privilegios, incluida la chica guapa o princesa de cuento, la hija de alguien pudiente, e incluso acepta, como si fuera algo inevitable, 'las inmundicias por las que uno está forzado a pasar para conseguir lo que quiere'. El prototipo de arribibista, de esbirro, que asume, más que con cinismo, con encogimiento de hombros, o con resignado lamento, su degradación, su conversión en alguien que sólo se preocupa de su ascenso social, para lo cual cualquier medio es válido, como cualquier 'cadáver' (las ilusiones de otros) que dejes por el camino, aunque algo te llegue a pesar el remordimiento. Como si una fuerza mayor te forzara a actuar así, por activa o por pasiva. La génesis de quienes consolidaron un sistema que acrecentaba las diferencias sociales y económicas algo más de veinte años después, y que sufrió la plaga del zombie exitoso, o yuppie. Pero la clase trabajadora no parece capaz de organizarse, de enfrentarse a una serie de medidas que afianzan una situación de discriminación, incremento de privaciones a la par que mengua de beneficios, como si se tensara cada vez más el nudo corredizo de una asfixia que les deja escasa maniobra de movimientos, de opciones, de posibilidad de resistencia (sobre todo, organizada).  photo OIR_resizeraspx2_zps401ff28a.jpg En 'Meantime', todos los componentes de la familia son parados, pero en cuanto uno parece conseguir algo el hermano se lo dinamita. Te preocupas más por competir por la posibilidad de unas migas que por enfrentarte a un sistema que te fuerza a convertirte en un resorte de supervivencia. Y queda la negación por la negación, no la negación constructiva o dialéctica, sino la negación del eructo, de la imprecación, la que se solaza en la destrucción, como un adolescente descontrolado. Loach simplemente confronta dos tiempos, dos actitudes contrapuestas, la que mejoró un conjunto social, las condiciones de vida de los que hasta entonces vivían en míseras condiciones, mientras otros, los aristócratas, dueños de las minas, vivían en la ostentación, con sus cacerías de zorros como entretenimiento. Loach no se anda con sutilezas, no duda en utilizar hasta recursos que no esconden su condición de mitín revulsivo, y que pueden ser calificados de rudimentarios. Pero quizá sea la mejor manera, o la única, de animar las conciencias, de dotarlas de color (finaliza con las mismas imágenes iniciales de la celebración del final de la guerra, pero ahora en color; al fin y al cabo, esto es una guerra).  photo OIR_resizeraspx5_zpsebe19e4f.jpg Uno de los ancianos recuerda cómo su infancia pasó de ser mísera, viendo cómo hermanos morían a corta edad por las infames condiciones sanitarias que padecían, a aceptablemente digna gracias a unas medidas que reflejaban una preocupación por el conjunto de la sociedad, no un o unos individuos privilegiados. Este anciano no entiende por qué aún no se ha alzado la gente para realizar el cambio. Ahora el individuo se ha perdido en el ensimismamiento, en preocuparse de su propia suerte. O no tienes escrúpulos, o la paralisis del miedo, la indecisión, parece ser más fuerte. Se prefiere en ocasiones no alzarse apoyando al compañero de trabajo disidente porque podría implica perder el empleo. Temes que la porra, sea literal o invisible, caiga sobre ti. Hay quien se pregunta quién dice a los policías que golpeen con tal saña a unos manifestantes (Loach es directo: la siguiente imagen es de Margaret Tatcher). Aunque aún más terrorífico es preguntarse cómo se convierten tan fácilmente en esbirros, y no sólo que cumplan unas ordenes, aceptando su condición de subordinados, sino con esa agresividad desorbitada, como también reflejaba descarnadamente la igualmente revulsiva 'Díaz – no limpiéis la sangre' (2012), de Daniele Vicari. Pero las porras más eficientes son las invisibles, las que tienen a todos en su sitio, sin protestar, y adecuadamente divididos. Quizás si todos durmieramos con mantas plagadas de chinches...

1 comentario:

  1. menos mal que por lo menos álguien dice la verdad y toda la verdad

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