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lunes, 3 de junio de 2013

Sigourney Weaver, el incendio de los hielos

 photo OIR_resizeraspx2_zpsbf659767.jpg  photo 6a13197593d247b788e92b68ec7d42c3_zps8cb34001.jpg  photo OIR_resizeraspx5_zpsab7ecbf9.jpg  photo OIR_resizeraspx4_zps0e8800d0.jpg  photo OIR_resizeraspx3_zpse3602687.jpg  photo OIR_resizeraspx_zps4a47f39a.jpg  photo OIR_resizeraspx_zpse11a53e5.jpg  photo OIR_resizeraspx6_zps78004f93.jpg Hay miradas que son una tormentas que condensan una vida, o la desnudan, revelan lo que arde bajo el hielo de las rutinas, rituales e intercambios de palabras huecas en forma de monólogos que aparentan ser parte de una conversación y compartir de una intimidad cuando no son sino las mismas flexiones que se realizan en la superficie de la vida en la que no pensamos que haha hielo que se puede resquebrajar o sobre el que se puede uno resbalar. Esa mirada la refleja y concentra Sigourney Weaber en uno de esos momentos de prodigio interpretativo que hacen tambalear una pantalla, como si la alquimia hubiera encontrada la quinta materia, en la excelente 'La tormenta de hielo' (1997), de Ang Lee. En la secuencia en la que el personaje de Kevin Kline, su vecino y amante, comienza, en la cama, a realizar los mismos comentarios que realiza su marido, como si entrecruzaran ambos escenarios, produciéndose el cortocircuito, el incendio de rabia contenido que se gesta en su expresión, y que culmina abandonando la habitación, y sin decir nada sobre sus intenciones, descender, salir de la casa, e irse en coche, dejando en estado perplejo al personaje de Kline que no se ha percatado de esa fisura en el hielo del entumecimiento cotidiano que acaba de producirse junto a él. Espera, pero esa mirada no retorna, ni retornará, porque ya contaminó la capa de aislamiento de la mera relación de cuerpos que alivian provisionalmente su vacío. Sigourney Weaver realizó su primera aparición en pantalla en la distancia, en un plano general, frente a un cine, en el cierre de 'Annie Hall'. Dos años después sería impulsada al éxito al interpretar a Ripley en 'Alien' (1979), de Ridley Scotto, una memorable creación que terminaría convirtiéndose en una mutante, una combinación de humana y criatura alienígena cuya sangre es ácido. Tres continuaciones protagonizó, en 'Aliens' (1986),de James Cameron, 'Alien 3' (1992), de David Fincher y 'Alien resurrección' (1997), de Jean Pierre Jeunet. Alcanzó notoriedad su participación en la inocua 'Cazafantasmas' (1984), de Ivan Reitman, en la que se transmutaba, poseida, en un ser tan siniestro como el alien que combatió en la obra de Scott. Los ecos de una combinación de ambos personajes/iconos aún se pueden apreciar en sus apariciones fugaces en 'Paul' (2011), de Gregg Motola, o 'La cabaña del bosque' (2012), de Drew Goddard. Más sustanciosa resultó la estupenda 'El año que vivimos peligrosamente' (1982), de Peter Weir, entre risas de cuerpos humedecidos por la lluvia en el interior de un coche, piel que se puede palpar en las miradas que tantean, traiciones, cegueras y reconciliaciones que son bellos despegues de una liberación alquímica. Su intepretación era lo más destacado, intensa, como arañazos y mordiscos con sus expresiones aunque mantuviera la sonrisa cortés, en 'Armas de mujer' (1988), de Mike Nichols. Año en el interpretó a otro de sus más memorables personajes, la naturalista Diane Fossey, en 'Gorilas en la niebla' (1988), de Michael Apted. A partir de los 90, escasean las obras de envergadura, y se hacen intermitentes las posibilidades de mostrar su talento a través de complejos personajes, caso de sus interpretaciones en 'La muerte y la doncella' (1994), de Roman Polanski o 'Un mapa del mundo' (1999), de Scott Elliot. En los últimos años refulge en personajes secundarios como en 'El bosque' (2004), de M Night Shyalaman, 'Avatar' (2009), de James Cameron o 'Rampart' de Oren Moverman.

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