Translate
viernes, 21 de junio de 2013
Atrápame si puedes
Frank (Leonardo Di Caprio) se inventa, se miente. Frank huye de sí mismo. Por eso, en cierto momento, necesita que le persigan. Frank, en 'Atrápame si puedes' (Catch me if you can, 2002), como los protagonistas de 'Un héroe muy discreto' (1997), de Jacques Audiard y 'El impostor' (2012), de Brad Layton, se convierte en una identidad mutante. Puede parecer, es decir, ser cualquiera, un profesor, un piloto de avión, un médico, un ayudante de fiscal. Sabe cómo presentarse a los demás, sabe cómo ser convincente. Desde 1964, durante cerca de cinco años, Frank Abagnale jr fue lo que quiso aparentar. Entre los 16 y los 18 años Frank voló 1.600.000 kilómetros en 250 vuelos. Durante once meses se hizo pasar por pediatra en un hospital de Georgia.
Albert (Matthieu Kassovitz), el protagonista de la obra de Audiard se recompuso inventándose una nueva identidad que exorcizara una vergüenza. Todos se convencieron de que era un héroe de la Resistencia francesa en la segunda guerra mundial. De ese modo, realizaba cirugía sobre su vida, modificaba su biografía, era lo que parecía, porque lo que fue, alguien incapaz, por falta de valor, de colaborar con la resistencia, debía ser borrado del álbum de recuerdos. El chico protagonista de 'El impostor' se convierte en una criatura proteica que se adapta a cualquier hogar, en cualquier contexto; es cualquier hijo. La cuestión es sentirse parte integrante de un hogar. Ser otros supone convertir la vida en una sucesión de pantallas en las que adoptas diferentes roles, identidades. La impostura es la hendidura que cruzas para conseguir la libertad, donde juegas con los nombres. Un baile de disfraces en el que sueñas con que nunca den las doce. Pero esa hora a veces llega. Es la hora de huir, antes de que te conviertan en calabaza, o acabes en el calabozo.
Frank, en cierto momento, le dice a su padre, Frank sr (Christopher Walken): 'Si quieres que pare, dímelo'. Frank no ha dejado de huir de su pasado, como si así borrara la decepción, el hundimiento de una ilusión. Como si así, con la impostura, restituyera lo posible, el triunfo sobre cualquier circunstancia o adversidad o condicionamiento. El sueño americano es una impostura, porque no se cumple para todos. Cualquier día los cimientos se pueden hundir bajo tus pies. El padre siempre narraba la historia de los dos huevos que cayeron en la leche, uno se hundió, y el otro se salvó porque convirtió la nata en mantequilla, lo que propició que pudiera salir. El padre se consideraba así, como el segundo. Pero su negocio se va a pique, y su esposa le abandona por otro hombre en mejor posición. La realidad se desmorona, y lo hace, por extensión,para un hijo que adora y admira a su padre. La relación revela sus verjas, y no siempre se dispone de la contraseña adecuada para traspasarlas. El modelo se resquebraja. No puede contemplar cómo la torre se desploma.
Frank corre, y corre. Y volar se convierte en la fantasía ideal del dominio sobre la realidad, como ser alguien con uniforme que es admirado, por niños, y mujeres: un piloto de avión. Vestir un uniforme es la contraseña adecuada. Parece que portaras una coraza que dotara de inmunidad. Alguien que controla la vida, para quien no hay límites. Frank se saca la mantequilla de la chistera a golpe de fraude con cheques falsos. Pero Frank no dejó de soñar con recomponer aquellos trozos rotos. Cuando le detienen al fin, está contemplando por la ventana el hogar de su madre con su nuevo esposo y su pequeña hija. El hogar del que se quedó fuera, el hogar que convirtió en ilusión, que no era sino espejismo, porque no lo podría recuperar, porque no se podía restituir.
Poco antes, le han notificado que su padre había muerto del modo más absurdo, se había roto la cabeza al caerse en la Estación Central. El sé había roto la cabeza corriendo por todo el mundo inventándose a cada paso, persiguiendo lo que no era sino una mentira, la negación de una huida, de una decepción. Sentir que la realidad era un fraude le había convertido en una simulación virtual andante de mutante identidad. Ser otro para dejar de ser lo que provocó que comenzara a correr en llamas invisibles: creer que vuelo para no sentir los rasponazos en mis rodillas. Como si no fuera pasajero de otros ilusorios hogares. Hasta que un día dejó de correr. Nadie le perseguía, ni siquiera aquella figura en llamas con su rostro que no lograba aceptar que su hogar ya no existía.
El niño robot de 'Inteligencia artificial' (2001), buscaba también un hogar imposible, después de ser arrojado a la intemperie de la realidad porque no encajaba en una familia en la que sólo ejercía de sustituto provisional. El policía de 'Minority report' (2002) vivía anclado en las radiantes imágenes pretéritas de un hogar antes de que se resquebrajara con la tragedia. El obrero de 'La guerra de los mundos' (2003) se sentía frustrado, un fracaso, por ser incapaz de haber mantenido su hogar, ya desintegrado, por el abandono de su esposa, y el desencuentro con sus hijos. Un sentimiento de orfandad, de intemperie, rasgaba la obra de Spielberg en aquellos años posteriores al atentado de las torres gemelas, que propició la serie de películas más estimulantes, equilibradas, lúcidas y menos autocomplacientes de su filmografía. Por un momento, perdió el paso, y se hizo adulto.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Vaya, la vedad que hacía tiempo que no me pasaba y veo que le ha dado una mano de pintura y cambiado el techo, enhorabuena, que sea para muchos más años.Abrazo.
ResponderEliminarRoy