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jueves, 26 de mayo de 2011
Despedidas
Las 'partidas' no son las de los vuelos que organizan las agencias de viajes, como cree Daigo (Masahiro Motoki) cuando lee en el periódico la oferta de trabajo a la que se presenta, sino la de los seres queridos fallecidos a través de un ritual funerario de embalsamamiento tradicional, la ceremonia Nokan, que se realiza ante los finados. Una ceremonia que tiene a su vez algo de algo de rito musical, de transferir, a través de la delicadeza delos gestos, de los movimientos del nokanshi, una serenidad, una conciliación, a los que se quedan a este lado. Es un ceremonia homenaje a lo que es una 'partida', pero también puede ser una 'entrada',como expresa otro personaje. Lo cierto es que es un viaje, a lo incierto, pero sosiega, como un canto de amor y respeto, a los vivos, en un momento de pesadumbre, que es perder pie, que es enfrentar a la finitud, a la corrupción de los cuerpos, a la perdida, al dolor. Aprendizaje también para el protagonista, Daigo, quien, precisamente, era músico, violonchelista, dedicación que abandonó cuando la orquesta en la que trabajaba se disolvió.
Ilusión, la de ser músico, que abandona, tras este hecho, como abandona la ciudad, para asentarse en el que fue el hogar de su madre, en el campo, como un reinicio, acompañado de su esposa, Mika (Ryoko Hirosue). Daigo se siente como los salmones, que dedican su vida a luchar contra la corriente, para acabar muriendo, como si nada tuviera propósito o sentido, y todo esfuerzo fuera futil. Pero como alguien le señala, están volviendo a su hogar. Es cuestión de perspectiva, como de qué manera se ve o vive el hecho de la muerte.Y Daigo necesita encontrar el hogar en en sí mismo, que comporta el confrontarse con un dolor del pasado que no ha asumido ni superado, el del abandono de su padre, cuando tenía seis años, al que desprecia por ello. Esa no asunción se corporeiza, como símbolo, en el rostro borroso de su padre, ese rostro que no recuerda, porque no se ha enfrentado a su dolor, como una piedra inmóvil en su corazón. Como una piedra le dio cuando era niño, una piedra con la que sentir al otro, según cómo se le ve ( y siente), pero Daigo le sigue viendo meramente como una 'piedra', como un peso que le lastra.
En el arte de esa ceremonia, que va progresivamente dominando, enfrentándose a la consciencia de la corrupción de los cuerpos (el primer ceremonial, con una anciana que llevaba ya dos días muertas), el dolor, pero también la desconsideración social hacia esa tarea, no sólo por calificarla de rango inferior en la escala de dedicaciones laborales ( verguenza de imagen social) sino por enfrentar a ese miedo social a la misma muerte, al tabú de cierta 'contaminación', que es confrontarse a la propia condición finita, de lo que tomará consciencia tanto por uno amigo como por su propia esposa, cuando se muestre determinado a proseguir tal tarea. Será cuando le contemplen tanto uno como otra en plena ceremonia cuando transformarán su perspectiva sobre su dedicación, su condición de artista de la empatía, de la afirmación de vida en la muerte, o la conjugación de esta como parte de la vida. Por ellos, las secuencias de esas ceremonias Nokan, son las más bellas de esta radiante obra, que impulsarán, a su vez, el reencuentro de Haido con su amor a la música, como refleja su bello concierto nocturno en el hogar, o ya en progresión de su conciliación consigo mismo, en ese montaje secuencial en el que toca el instrumento en el prado.
'Despedidas' (Okuribito, 2008), de Yojiro Takita, es una exquisita obra, de armoniosa modulación, escrita por Kundo Koyama, y con intensa música de Joe Hisaishi (que ha trabajado con Hayao Miyazaki y Takeshi Kitano). Su cadencia se acompasa como esos ceremoniales funerarios, con serenidad, atenta a los detalles, integrando gestos, ambientes y emociones contenidas (que se transfiguran expandiéndose, haciendo de la piedra residencia de piel, la de los otros: ceremonia de empatía).
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