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domingo, 22 de mayo de 2011

La carrera del siglo

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No por nada está dedicada 'La carrera del siglo' (1965), de Blake Edwards, a Stan Laurel y Oliver Hardy (o sea, 'El gordo y el flaco'), ya que se constituye en todo un homenaje a lo que representaban estos grandes cómicos, y a un subgenero de la comedia, con sus raíces en la era del cine mudo, el 'Slapstick'. Caidas, golpes, tartazos, que nunca parecían afectarles, como si fueran personajes de un 'cartoon'.
Y uno de esos (de Hanna Barbera) se inspirará, precisamente, en esta risueña obra, 'Autos locos' (Wacky races, 1968-69), de diecisiete episodios, en cuyos personajes encontramos su particular transposición de esta carrera de principios del siglo XX : Pedro Bello (Peter Perfect) sería 'El gran Leslie (Tony Curtis), galán de impecable blanco y caballerescas e imperturbables maneras ; Penelope Glamour (Penelope Pitstop) sería la indómita reportera de combativo talante femenista, Maggie Dubois (Natalie Wood); Y Pierre Nodoyuna y Patán (Dick Dastardly y Muttley), serían el Profesor Fate (Jack Lemmon) y Max (Peter Falk).Blake Edwards no tarda un segundo en meternos en situación. Todo el primer acto, previo a la carrera en sí (a principios del siglo XX, inspirada en una carrera que tuvo lugar en 1908), de Nueva York a Paris, pasando por el salvaje oeste, los hielos de Alaska o un pais trasunto del de 'El prisionero de Zenda', nos define con rápidos rásgos a los personajes, entre los infructuosos intentos del profesor Fate y Max de sabotear la participación de El gran Leslie o de llevar a cabo sus desorbitados experimentos.
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La primera secuencia ya nos presenta a estos dos empecinados 'hombres de negro' lanzando un gran arpón al globo del que cuelga El gran Leslie, suspendido en el aire con una camisa de fuerza, de la que intenta desasirse, cual Houdini. Lo logrará, y se lanzará en paracaidas, antes de que el globo se estrelle...sobre la cabeza de los atribulados saboteadores.
La relación entre El gran Leslie Y Maggie se entreteje sobre los moldes de la 'clásica' (¿estereotipada?) guerra de sexos (tomada con mucha sorna). En un lado del 'ring' tenemos a la insurgente feminista sufragista (apoyada en la imagen que la misma Natalie Wood se había creado, recuerdese la magnifica 'Esplendor en la hierba'(1961) de Elia Kazan), que se ata en los lavabos masculinos de un periódico para conseguir que la adjudiquen el reportaje sobre la carrera (y lo consigue apabullando al en principio remiso director). Y en el otro extremo al galan de impoluto porte a lo Rodolfo Valentino (no tiene desperdicio la tienda arabe que tiene montada en la playa, donde ambos se enzarzan en un duelo de esgrima), de templado corte caballeresco, y al que le brillan los ojos cuando se pone en plan seductor. El tira y afloja definirá el progreso de su relación, hasta ese final en el que El gran Leslie, frenará su coche ante la meta, para demostrar que la quiere más a ella que ganar la prueba.
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Pero los auténticos reyes de la función son el profesor Fate y Max, fracasando en todos sus intentos de lograr sabotear la carrera. El sonido y el fuera de campo se convierten en dos recursos expresivos ingeniosamente utilizados en las desventuras de ambos personajes. Como cuando por dos veces caen a la charca fangosa del aldeano: primero vemos el impasible gesto de éste escuchando el sonido de las caidas, y después ya vemos dónde se encuentran sumidos. O cómo por dos veces explota el garaje adyacente a su mansión, donde tienen su coche, porque accidentalmente ponen en funcionamiento el cañón que tienen en la parte delantera del coche. Por dos veces vemos cómo se derrumba. Una mansión, por cierto, de toques siniestros, con una verja llena de pintadas burlonas de los chicos (sin olvidar detalles como el doctor Fate intentando comer y beber el vino cuando tiene sus dos pulgares vendados.Y su fracasado intento de lanzar un proyectil marino que sigue a la lancha motora de El gran Leslie, ya que al poner en funcionamiento su coche, con los repetidos estallidos de su tubo de escape al arrancar, atrae al misil, que explosiona al chocar con ellos...fuera de campo. Y, en fin, su intento de batir el record de velocidad con su coche, por las vias del tren, que acaba con ellos en el aire(Max señala los pájaros, y comprenden dónde están, qué dos grandes actores Lemmon y Falk)...y sí, se estrellan.
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Edwards incidió en esta linea en su serie de la pantera rosa, pero con resultados más desiguales. 'La carrera del siglo' se convierte en una de sus mejores comedias, junto a 'Operación pacífico' (1959), 'Desayuno con diamantes' (1961), la cual lindaba con el drama, y donde el elemento cómico más evidente, el vecino japones interpretado por Mickey Rooney, desentonaba en exceso, y, sobre todo, 'El guateque' (1967), su comedia más depurada, y en la que no hubiera estado de más ver al profesor Fate y Max dinamitando también a los envarados personajillos del cine. Puede que haya pasajes menos brillantes, como la estancia en el poblado del Oeste, pero se compensa con aquel que transcurre en el Artico, primero intentando tanto El gran Leslie y Maggie como Fate y Max resguardarse del frío en sus coches, y sufriendo el ataque de un oso, y sobre todo, cuando erran sobre un trozo de hielo en el mar. O, en especial, la jubilosa culminación del pasaje en el país remedo de Zenda, la hilarante guerra de tartas, con ese feliz broche ( o postre) cuando el impoluto Gran Leslie es 'untado' con una en plena faz, tras sortear exitosamente, hasta ese momento, el pródigo intercambio de misiles en formas de tarta. Y ahora ¿A quien tiramos las tartas?.

'La gran carrera' (The great race, 1965), es una deliciosa comedia de Blake Edwards, quien firma el guión junto a Arthur A Ross, todo un vivaz homenaje a la comedia del cine mudo, el 'Slapstick'. Brillante son la dirección fotográfica de Russel Harlan, el vestuario de Edith Head (el personaje de Wood se cambía de vestido constantemente)o la música de Henry Mancini. También habría que recordar que estamos en la época de las grandes superproduciones en cinemascope, y el éxito de 'La vuelta al mundo en 80 días' (1956), de Michael Anderson, y la entrañable 'El Mundo está loco, loco, loco...' (1963), de Stanley Kramer, alentó obras como 'La carrera del siglo' o después 'Aquellos chalados en sus locos cacharros' (1965), de Ken Annakin, entre otras, la cuál sí tuvo valoración positiva crítica a diferencia de la de Edwards.

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