Men (2022), como la excepcional Annihiliation (2018) está protagonizadas por mujeres dañadas emocionalmente. En ambos casos, una relación sentimental también está dañada. Annihilation parte de esa circunstancia de desconcierto y perplejidad en la que te preguntas quién es la persona a la que presuntamente amabas y con la que llevabas años conviviendo. ¿Es la misma que creías que era?¿En algún momento la percibiste como era o más bien era según la idea que te habías hecho? En Men, el daño es irremisible, porque parte de un ruptura, o abandono, ya que Harper (Jessie Buckley) quiere que concluya la relación, que se tornará muerte literal, cuando James (Paapa Essiedu) se precipite en el vacío Entre la ruptura y la caída, la incapacidad de asunción de una conclusión. Él no acepta que pueda terminar esa relación. Él no sabe encajar que la relación se precipite de modo ineluctable en el vacío. Su necesidad, su deseo de que la realidad se ajuste a su voluntad, protesta porque no acepta que la realidad no sea como quiere que sea. Su negación se tornará agresión (una bofetada), y obcecado asedio que no es sino reflejo de un desquiciamiento. No se preocupa de entender las razones de ella (o más bien no quiere) sino de demandar que la película (de la relación) no termine (como si no pudiera terminar). Su atolondramiento, cuando intenta acceder por la ventana desde un piso superior, determina su precipitación en el vacío. En ambas películas, la acción transcurre en un espacio que difumina las fronteras entre lo real o familiar y lo imaginario o insólito. La narración, acompasada, de nuevo, a la cautivadora textura de la magnífica banda sonora de Ben Salisbury y Geoff Barrow, se corporeiza como un desplazamiento inmersivo, definido por la extrañación, en las sombras enturbiadas de los recovecos emocionales de Harper, en su herida emocional. La narración es un proceso de recuperación como una muda emocional. La narración es un prodigio de tránsito sensorial, emocional, en forma de enrarecimiento que deriva en catarsis. La ofuscación se tornará sonrisa.
La narración comienza con una imagen de un exterior (urbano) a la vez velada la mitad de la misma por las cortinas, en correspondencia con la mirada de Harper, cuya nariz sangra. Cuando se aproxima a la ventana, tras ella, en primer término, se entrevé difusa, en segundo término, la caída del cuerpo de James. Ofuscación, herida y caída. Un estado emocional antes de que se precise la cadena de hechos. La narración se corresponderá con el desprendimiento de ese velo que ofusca su percepción, dada su emoción dañada por el impacto de ser testigo de la muerte de su marido, pero también por la perplejidad de un desencuentro enturbiado por un sentimiento de culpabilidad (ya que su ruptura derivó en la muerte de él) y por la incomprensión (su diálogo carecía de componente dialéctico: era un callejón sin salida de dos enunciados intentando que se comprendiera, en el caso de ella, o imperara, en el caso de él, su relato) que generó incluso la agresividad de él. ¿Cómo concluye una relación cuando solo es uno quien desea que termine?¿Cómo lo encaja el otro si siente que varía la narración o relato de su vida, si concibe la circunstancia como un fracaso o una humillación? La reclamación de seguir siendo amado es quizá sinónimo de complacencia de un ego o vanidad. El sentimiento parece quedar en segundo plano porque parece primar la necesidad de que la realidad se ajuste al relato de cómo se quiere que sea la realidad, como si una realidad fuera una inversión emocional inicial que no puede transformarse (degradarse) en números rojos. A esas primeras imágenes iniciales siguen la imagen de un diente de león que se desmenuza y la imagen distante de una casa en ruinas entre un bosque y un prado. A una casa rural, precisamente, se traslada de modo provisional Harper, como si ejerciera de cámara de descompresión de su tránsito emocional traumático.
En uno de sus desplazamientos por el bosque Harper se topa con un túnel. En el fondo del encuadre, en el otro extremo del túnel, una sombra parece cobrar vida y dirigirse hacia ella, con un grito desasosegante. En su huida se encuentra con esa casa en ruinas, en cuyo exterior avista a un hombre desnudo. Sombras y cuerpo desnudo, vulnerabilidad e indefinición. Dos imágenes entrevistas en la distancia, la perturbación que abre la fisura. La nota discordante que evidencia la mancha de un desajuste emocional. La insinuación en la distancia se torna fuera de campo que asedia, como el tumor emocional de un trauma que se extiende. Ese cuerpo desnudo, como una emoción en estado bruto, asediará la casa en la que está alojada. En principio, es un cuerpo que no advierte tras de sí, tras el cristal que les separa. Progresiva y gradualmente la realidad se despedaza, como el diente de león, y de la misma manera que en la planta cada fruto, la cipsela, es igual, todos los hombres parecen iguales (encarnados por Rory Kinnear), como si fueran el mismo con diferentes caracterízaciones (en cuanto peinado o aspecto). Los dientes de león son considerados maleza por los jardineros, y así parecen ser estos hombres que actúan, con alguna excepción, de modo hostil, como si fueran el reflejo siniestro de la infección del sentimiento de culpabilidad que la acosa interiormente. Como si la asediara, en forma de otros hombres, la acusación de que la responsable de la muerte de Jason fue ella, no el propio desquiciamiento de él. Cualquier otro hombre se torna en representación velada de Jason, de ahí que la última muda corpórea, tras una serie de mudas cual regurgitaciones, revele el cuerpo de Jason y su demanda de seguir siendo amado. El núcleo del tumor emocional. Ella dejó de ser la réplica en el guion de su (ficción de) vida cuando decidió salir de escena con su ruptura. El agraviado sentimiento de rechazo fue la génesis de su virulenta reacción. Jason representa esa tendencia emocional tan recurrente en el comportamiento sentimental, y en particular en circunstancias de ruptura, definida por el Quiero que mi (película de) realidad sea como quiero que sea, no importa la voluntad de los otros. La resistencia de Harper a esa impositiva demanda, como cautiva de la ficción que él necesitaba que siguiera imperando, fructifica, en el plano final, en la sonrisa de quien se ha liberado de esa dictadura emocional que ejercen los que en el territorio sentimental quieren que seas un personaje que responde de modo complaciente a la urdimbre de su ficción.
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