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viernes, 10 de junio de 2022

Jurassic Park: Dominion

 

Jurassic Park: Dominion (2022), parte de un sugerente planteamiento que parece interrogarnos sobre nuestro relación con nuestro entorno natural y las otras especies, pero su desarrollo narrativo deriva, o degenera, en una mera autoindulgente experiencia virtual de parque temático acompañado de figuras familiares en la pantalla. Y a los familiares que nos acompañan en esa vagoneta virtual no les puede pasar nada. El propósito de concienciación sobre nuestra indiferencia, cuando no maltrato, a las otras especies pareciera afectar la sucesión de percances ya que se desactiva toda posible amenaza, como si su materialización sobre un personaje positivo se tornara contradicción. Si se alienta la armonía con otras especies animales pareciera necesaria la extracción de dientes. Un reportaje televisivo nos introduce en una nueva circunstancia, la convivencia con dinosaurios, aquellos que, en la conclusión de la anterior obra, Jurassic Park: fallen kingdom (2018), de Jose Antonio Bayona, se fugaron de una prisión que les convertía en meras posesiones de adinerados caprichosos. Las reacciones de los humanos son diversas, desde quienes se dedican al mero disfrute cinegético, como si fueran una novedad que desafía la compulsión de dominio de tantos especímenes humanos, el uso para el beneficio económico, con su consiguiente enjaulamiento en las más degradantes condiciones, o su protección. La convivencia armónica, aunque no esté exento lo imprevisible de toda relación con otra especie también depredadora, define a Owen y Claire con el raptor Blue, que vive en el bosque cercano a su cabaña. Ha parido un bebé, como Owen y Claire batallan con la adolescente Maisie (Isabelle Sermon) porque se siente enjaulada, aunque sea por su protección. Como es de prever esa necesidad, o el dominio de sus impulsos, determinará que efectivamente sea capturada por quien, como es el caso del doctor Dogdson, que dirige Byosin genetics, solo la ve, por su singularidad genética, como una posibilidad de dominio de la naturaleza, que es decir, la realidad. Del mismo modo, no carece de escrúpulo alguno para poner en peligro la cadena alimentaria humana al generar una plaga de langostas que destruya los campos de cultivo que no sean los propios. La codicia empresarial, o la hipérbole de la dictadura corporativista, en su máxima expresión. Sin matices ni claroscuros. Desafortunadamente, es un planteamiento que se restringe a su esquemático enunciado. El desarrollo es un bienintencionado proceso de rescate, con afiliación animalista, que más bien se convierte en excusa de los diferentes pasajes de una inocua y sintética atracción de feria.

Hay un cierto momento en que resulta manifiesto el carácter programático, protésico, del gen cinematográfico de Jurassic Park: dominion. Desde el momento en el que se traslada la acción a Malta, en donde hay un mercado negro de dinosaurios, todo, tipos y acciones suenan a impostura y remedo, pese que acontezca una persecución, que parece pertenecer a una película de la saga Bourne o de Misión imposible, montada con vivaz ritmo y que concluye con el plano más inspirado y singular de una producción que no destaca precisamente por la singularidad sino por la recreación de lo ya visto. No solo carece de las texturas tenebrosas que dotaba de una particular potencia expresiva a la anterior obra, la más inspirada, junto a Jurassic park 3, de Joe Johnston, que se convertía en una modesta pero efectiva y equilibrada película de persecución, sino de la tensión puntual ante lo insólito e imprevisible, en las dos películas dirigidas por Steven Spielberg, o la primera dirigida por Colin Trevorrow, irregulares pero al menos poseedoras de dos o tres secuencias brillantes relacionadas con la amenaza de los dinosaurios.

En este caso, queda prontamente claro que a los conocidos protagonistas de las cinco películas previas, pero tampoco a las nuevas inclusiones de personajes positivos, les va a pasar nada, aunque sean reiterados los pasajes en los que sufren el ataque de alguna de esas criaturas, sea en el cielo, al derribar el avión en el que viajan, sobre el hielo o bajo el agua (desde dónde Owen sale propulsado con una velocidad que ni Iron man para evitar ser devorado por el dinosaurio de turno que se lanza sobre él) o en cuevas y bosques. La diferenciación solo la otorga la distinta criatura que les ataca en cada situación, como si pasaran de una vitrina a otra en un zoo. Unas y otras parecen jugar más que al Corre que te pillo, al Corre que amago. Para que el espectador pueda saciar sus inclinaciones sádicas tendrá que esperar a que el villano, que desafortunadamente solo es uno (por lo que abundan sobremanera los amagos), sea devorado en la correspondiente secuencia (aunque sin mostrar demasiado; esta es una obra tan prostética como los rostros momificados por el botox). Aún así, la película resulta amena, considerando además sus dos horas y media pero, a no ser que se disponga de un particular apego afectivo con los personajes, su aplicado y discreto diseño formulario, poco inspirado además en diálogos y caracterizaciones, es tan inane como el de la reciente Top gun: Maverick (aunque también podría haber sido Dominion). Por mucho que se concluya la narración abogando por la necesidad de que convivamos armónicamente con el resto de especies, la película resulta tan banal como seguiremos siendo banales consumidores carnívoros que se preocupan poco de otras especies o de contaminar el planeta.

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