Quiero abrirme a algo, correr hacia algún lugar, abarcar el mundo. Intuyo que el mundo es muy distinto a como nos lo hacen vivir, a como nos lo han enseñado. La excepcional Las frías noches de la infancia (Errata naturae), de la escritora turca Tezer Ozlu (1942-1986) es una obra para quienes han sentido, o no han dejado de sentir, que los contornos de la realidad eran demasiado estrechos. Aunque parezca indicarlo su título no es una obra centrada en el periodo de tiempo de la infancia, sino una obra sobre, o para, quienes en la infancia no pensaban o sentían que el entorno en que habían nacido, o en el que eran educados, era el único encuadre de la vida sino unos límites que transgredir o atravesar para conocer otros mundos, que parecían tan lejanos. Tezer observaba los autobuses que iban y venían y pensaba en lo que no conocía. La realidad no era la circulación que conocía por hábito y rutina, como si fuera un basamento incuestionable. Tezer leía El bulevar de la niebla y se sentía como los barcos que aún no zarpan, y se sienten varados. Soñaba con puertos en la distancia. Y esa nostalgia de lo que no se conoce desgarra como un ansia que colisiona con un techo bajo. Tezer veía El mensajero (1970), de Joseph Losey, y sentía como su piel, por dentro y por fuera, se erizaba con la multiplicidad de enigmas que se insinuaban como posibilidades en la secuencia en la que el niño protagonista contemplaba, desde lo alto de la mansión, la distante luna, lo que era decir el amplio universo. Las frías noches de la infancia no es para los que aceptan dócilmente unos límites dados en los que integrarse como un código de circulación en el que desplazarse por la vida con la inercia de lo previsible. Es para quienes desde pronta edad se preguntaron por qué debería asumir, y convertir en parte de su propia piel, lo que se consideraba en su entorno, familiar y social, como natural, como norma. Es para quienes se han sentido como la protagonista de la magnífica Lucy in the sky (2019), de Noah Hawley, cuando contempla la Tierra desde el espacio, y siente esa suma de estructuras, rutinas y (aparente) continuidad de lo que se denomina, consensuadamente, como realidad, no solo pequeña e insignificante sino como una ficción cuya película se descascarilla y deja ver su arbitrariedad. ¿En qué elemento nos desplazamos, cuál habitamos?
Las frías noches de la infancia es una obra para quienes, a veces, pierden pie y se ven arrastrados por la apatía que es reflejo de una impotencia o incapacidad para superar unos límites que se sienten como barrotes que son marea impetuosa. No se alimentan de emociones y sentimientos. Creen en lo que hacen. Mientras defienden la <<revolución>> intentan proteger el lugar que ocupan en el fluir de un orden determinado (…) ¿Qué es el ser humano? ¿Qué es el mundo? ¿Qué son las dimensiones o la evolución? ¿Quién soy?¿Qué soy? Tezer fue ingresada en un sanatorio psiquiátrico cuando tenía veinticinco años. Las preguntas que intentaban descifrar la realidad, y a la vez abrirla en canal como una ilusión que es espejismo, como una falsa estructura que no abre nuestras mentes sino que las domestica, mecaniza e incluso atrofia, se apelotonaron en su mente, y atropellaron sus emociones. Tezer no supo lidiar con ese malestar, y su sublevación no fue digerida como aguda interrogante sino como síntoma de una avería para el dócil cuerpo funcional que debe ser un ser social que simplemente debe pensar en cómo encajar en el engranaje social. La vida es algo que nos plantan delante como un cuerpo extraño que, por ahora, hay que aceptar y entender. Solo más tarde podremos vivirla y descubrir su verdad (…) constantemente estamos preparándonos para una vida complaciente. Pero ¿con qué?. Tezer quería la felicidad de una vida que no se apoya las cosas. Tezer quería buscar, sentir, en la experiencia de la vida esa transcendencia que no se encuentra en los constreñidos límites que configuran nuestra conforme vida de rutinas e inercias en la que, como cuerpos placados, solo forcejeamos para que nuestra posición sea la más confortable y la menos precaria. Es una vida sustentada, y tramada, en y sobre cosas. Como las somos nosotros. ¿Habrá mucha gente que, en un breve instante infinito, transcienda todo tipo de sucesos, la esencia de la existencia humana, el tiempo y los sentimientos? No lo sé. Hay instantes que van más allá del tiempo, los hechos, los sentimientos, las montañas, los árboles de ancho tronco y largas ramas, el Mediterráneo verde azulado, los océanos que lo prolongan, el cielo estrellado que se finde con los océanos en el horizonte y el sol que se eleva por encima de las montañas.
Para quien siente y piensa que nos atoramos demasiado en límites, o que el ser humano tiende, como criatura pragmática que es, a instituir límites que poder controlar, la vivencia de los sentimientos y de las sensaciones se revela como el núcleo de la vida, ese momento de la sensación verdadera, como reflejaba el título de la excelente novela de Peter Handke, en el que experimentas la pletórica plenitud. Pero Tezer también se pregunta por qué lo complicamos todo tanto, porque las relaciones sentimentales derivan en escenarios de conflictos, discrepancias y desencuentros. Por qué puede resultar tan complicada esa conciliación. ¿Por qué somos incapaces de resolver nuestras crisis?¿Por qué nos esforzamos en ser hombre y mujer, esposa y esposa, sin ser amigo?¿Es así como hay que ser con veintipocos años? (…) A nuestra gente se le impide desde que son niños que amen, que acaricien. Se les pervierte. Se les descarría. Los cuerpos no son caricias, conversaciones de piel, sino cuerpos que poseer o que son poseídos, conductores instrumentales de un pulso de egos. Pese a esa perplejidad, pese a esos límites emocionales que tendemos a interponer, o que no logramos superar en nosotros mismos, como si no supiéramos articular las emociones y privilegiáramos nuestra vertiente reptiliana, que es impulso, instinto y reacción, Tezer aún sueña con esa posibilidad de una plenitud. Esa promesa del más hermoso logro del que es capaz el ser humano, esa conexión o sintonía con otra persona, en donde fluyen y se conjugan cuerpos y emociones. Me han enseñado el sacramento de la belleza, de amar a alguien, de acariciar la piel de alguien, de unirse a alguien, y disfrutar de dicho sacramento (…) Este momento que consagra la unión de dos personas. Infinito. Este momento que reconcilia todos los instantes de la existencia. La vida humana debería ser la esencia de infinitud que existe en la unión de dos personas (…) la conmoción que experimentan dos personas al abrazarse debería ser la esencia del universo.
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