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lunes, 13 de junio de 2022

Tiempo sin lluvia (Chai Editora), de Cynan Jones

 

A ella le importa. Se preocupa. Le preocupa que él compre la tierra, que el hijo use el coche, que Emmy juegue afuera. Le preocupa que Bill pueda volverse loco, que la garrafa esté demasiado cerca de los fogones, que al final los terneros se les mueran y que las ovejas enfermen (...) Él comprende que a su manera ella quiere asegurarse de que no todo es aleatorio, de que ejerce algún control. Pero hay cosas que nadie puede controlar. Un día que representa toda una vida, un día en que tiemblan todas las certezas sobre un modo o una rutina de vida. Una de las diversas acciones que se alternan en la fragmentada narración de la excelente Tiempo sin lluvia (Chai Editora), del escritor galés Cynan Jones (1975), es la fuga de una de las vacas de la familia que conforman Gareth, Kate y sus dos hijos. Eso fue lo que pasó: no quería quedarse en el establo. De alguna manera es el reflejo del desconcierto o desasosiego, por diversos motivos, de los cuatro componentes de la familia. Sus raíces son múltiples, pero reflejan una fractura, por eso la narración se estructura en breves pasajes que alternan diversas perspectivas, como se combinan diversos tiempos, y adquieren relevancia tanto humanos como animales o incluso objetos o construcciones, como la misma granja. Los chicos tenían la sensación de que con tantos cuidados la casa acababa confundida, como les pasaba a ellos cuando la madre les lavaba la cara con un trapo. La confusión define a ese conjunto, sea en el escenario sentimental, familiar, o con respecto a un entorno rural, un modo de vida o con las otras especies animales. Parece que todo se hubiera desajustado, y cada uno deseara fugarse de su vida, de lo que sienten como callejón sin salida, o un desvío que no parece tener fin. La vaca les representa. O la confusión de lo que no saben cómo precisar, como una lluvia que se desea que aparezca como renovación o sensación de que la vida fructifica hacia alguna dirección, o de que es algo que se desea alimentar aunque no parezca existir, en vez de aturdirles como un vacio que rebosa carencias. La granja está sobre una loma, a pocos kilómetros del mar. El padre de Gareth la compró después de la guerra, cuando decidió renunciar a su trabajo en el banco. La dueña anterior era una anciana excéntrica: una mañana el cartero la encontró en pijama dándolo de comer a los pollos, aunque no tenía pollos.

La vida parece desbordarse o desmandarse, sin que nada parezca bajo control, como los aviones que, por volar a baja altura, provocan que las vacas den a luz ternemos prematuros o muertos. O cómo la sobreabundancia de patos que parecen embadurnar la realidad, como si representaran la indiferencia de la aleatoriedad de la vida, con sus deposiciones.Tarde o temprano la resistencia se rompe y todos flaqueamos. Es lo que pasa cuando nos quedamos sin nada que nos estimule. Cuando pensamos en todas y cada una de las maneras en que podríamos modificar algo con tal de no hacerle frente. Kate siente que ya su cuerpo se deteriora, duda de sus sentimientos y deseos, como los del propio Gareth, y este también parece sumido en el desconcierto, como si sintiera que no fuera posible solucionar los pequeños problemas que se les clavan como astillas: la vaca, los terneros muertos, el hijo que se va a la universidad, las tierras que quiere comprar o el hecho de que el cuerpo de ella ya no lo atraíga. Sigue a la vaca, pero se plantea que por qué no es él quien se fuga. La vaca está preñada, y ella le reprocha que es responsable de que no consiguieran que un ternero, de otra vaca, naciera vivo. Gareth persigue a quien le gustaría ser pero a la vez siente la tentación de borrar un escenario de realidad que parece superarle. En su mente se dirime la sombra de que lo hizo su padre, cambiar por completo de modo de vida, dejar su trabajo en la urbe, en un banco, por la vida rural, en una granja. Los recuerdos perforan también las emociones, poniendo en interrogante un presente. Los recuerdos y lo que realmente sentimos descansan bajo la superficie como depósitos de agua, a la espera de que nos sirvamos (…) Pero cuando brotan sin control y sin aviso, incitados por un olor que está en el aire, o por medio, nos quedamos impactados por la profundidad que tienen y que nosotros mismos llevamos dentro.

Por supuesto, no hay como la muerte para poner en evidencia que somos criaturas frágiles y vulnerables y que no controlamos esta incertidumbre denominada vida. Y puede brotar, irrumpir, del modo más imprevisible, con una seta que se come pensando que es un exquisito manjar. Como también resulta duro enfrentarse a la muerte de otra criatura viva, sea humana o de otra especie animal, sea un conejo o el perro que ha sido compañía durante años. No hay diferencia entre unos y otros, todas son criaturas que sufren, todas son criaturas mortales. Si hay una cualidad distintiva es la capacidad de compasión al sentir el sufrimiento de quien agoniza, y el esfuerzo consiguiente por evitar que se alargue. Gareth pensaba que los animales no complicaban el sufrimiento como los humanos (…) creía que en la vida la dignidad no era un derecho exclusivo de los humanos. Tiempo sin lluvia es una novela definida por su mirada descarnada, frontal, pero también por su mordaz sentido irónico. Al fin y al cabo, la vida es tan trágica, ya que acaba en la muerte, como absurda, por nuestro patetismo y torpeza. Pero también está definida por la ternura y ese ingenio que brota de una mirada que es desapego, la mirada desdramatizada. La niña asocia el hecho de que el corazón del perro se detenga con la lluvia que cesa. Se acuerda de una vez cuando era más pequeña y bailaba sobre el césped. Tenía un diente de león en la mano y las semillas salían volando mientras giraba y giraba bajo el sol. Todo se desvanece, pero la vida resulta exuberante gracias al ingenio o a la mirada lírica y luminosa. La mirada en la que reside la lluvia que dota de aliento a la confusión.

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