Zack (Tom
Waits) y Jack (John Lurie), en
Bajo el peso de la ley
(Down by law, 1986), de Jim Jarmusch, parecen un tanto empantanados
en su vida, o quizás sea la realidad la que les empantana con las
trampas imprevistas de sus arenas movedizas. Quizá una combinación
de circunstancia y estado, de maraña externa e interna. La realidad
parece despoblada, como las calles de esa Nueva Orleans en la que
viven, sumida en la nocturnidad. Zack, disjockey, que no quiere
plegarse a lamer
culos
para conseguir el trabajo que sabe que se merece, es echado con la
música a otra parte
por su novia, Laurette (Ellen Barkin), quien no acepta que no quiera
transigir y en cambio se dedique a los disipados placeres nocturnos.
No quiere compartir realidad con quien más bien prefiere fugarse en
una fantasía. Jack, proxeneta en proceso de ascenso en el medio
es presa de una trampa en la que le implica un competidor que, de
hecho, ya se la jugó en el pasado; pero la vanidad, o la codicia, le
superan: la chica supuestamente especial, que podría suministrarle
mucho dinero si se decide a representarla,
no es sino una menor. También Zack caerá en otra trampa, en su caso
por la necesidad de dinero, un transporte en coche de un extremo a
otro de la ciudad que revela, cuando es detenido por la policía, un
cadáver en el maletero. Se asemeja a su misma vida, un
desplazamiento sin particular dirección que arrastra unos lastres
que ignora o se resiste a asumir. Ambos parecen estancados en cierto
falso movimiento. Ambos son cuestionados, en sus respectivas
secuencias de presentaciones, por mujeres, uno por su novia, y el
otro por una prostituta. Ambos diálogos transcurren en, alrededor
de, una cama. Ambos personajes masculinos parecen atrancados,
detenidos, en su autoindulgencia, en su apalancamiento o
desorientación. Bajo
el peso de la ley
es otro fascinante abstracto viaje, caracterizado por un
extrañamiento tiznado de vivaz absurdo, que podría haberse titulado
también, como su obra precedente, Extraños
en el paraíso
(1984).
Ambos
acabarán recluidos compartiendo una de las celdas más tétrica y
sórdidamente austera que se ha visto en el cine. No hay secuencias
de transición. Ambos son detenidos, y la elipsis narrativa nos
traslada a su estancia en prisión. La animosidad define su relación
durante los primeros días. Cada uno enclaustrado en su orgullo, como
su vida, fuera, parecía un encierro sin que ambos fueran conscientes
del falso movimiento de sus vidas. La dinámica se modificará con la
irrupción de un nuevo compañero de reclusión, Roberto (Roberto
Begnini), el lenguaje dislocado de quien aún no lo domina, pero que
a la vez le proporciona una viveza (o libertad) imprevista- Es una
figura que se habia ya cruzado en la despoblada noche con Zack
diciéndole que es un triste y hermoso mundo, un cruce que había
sido rápidamente despachado por Zack, ensimismado con su canción, y
consigo mismo; un hombre que solo cantaba canciones, fueran o no
improvisadas, como si se desplazara por el mundo dentro de su cabeza;
el exterior despoblado parecía ajustarse a su desconexión o
absentismo mental; si la realidad no se ajusta a las necesidades y
deseos te encierras en las canciones como quien silba en la oscuridad
para no ser consciente de la misma. Era un hombre que sobre todo se
preocupó de sus zapatos cuando Laurette comenzó a arrojar sus
pertenencias por la ventana, como si ante todo le preocupara su
aspecto, o su imagen, cómo quiere verse, aunque implique quedarse
fuera de la realidad, despedido, como de cada trabajo, como le
reprocha Laurette.
Zack
es un hombre que casi no habla, aparte de cantar canciones, reflejo
de su ensimismamiento, mientras que Roberto es un hombre locuaz y
dicharachero. Zack usa redecilla para su cabello, y Roberto dispone
de un cabello más bien selvático, como si fuera en diferentes
direcciones. Retención y exuberancia. Será esa vivacidad que rompe
límites, incluidos los del lenguaje, como su 'I
scream, you scream, we all scream an ice scream',
la que logrará que Zack y Jack se contagien de su exuberancia vital
y compartan una jubilosa danza los tres al son de esa frase. Del
mismo modo que el protagonista de Los
límites del control (2008)
hará uso de su imaginación para entrar en la guarida de aquel a
quien va a matar, este despliegue de la imaginación que rompe
cualquier límite o prisión, determinará que ya en la siguiente
secuencia estén planteando la huida, gracias, precisamente, a una
idea de Roberto (quien ya previamente había dibujado una ventana en
una pared; la imaginación comienza a facultar lo posible; es el
impulso de acción que busca la brecha en la realidad con apariencia
de prisión porque quizá también se perciba así). Tampoco importa
cómo se realiza, su proceso de fuga. La decisión determina un
hecho. Lo que se imagina como posibilidad se materializa. De nuevo,
una elipsis narrativa nos traslada al momento en el que huyen por el
alcantarillado.
La
narración se define por la preponderancia de los tiempos muertos,
reflejo de ese cautiverio vital en el que se han enmarañado los
propios Zack y Jack, el cual es transgredido por la exuberancia
vital, imaginativa, de Roberto. No hay tampoco tensión narrativa
tampoco en los dilatados pasajes de la huida por los paisajes de los
pantanos de Lousiana (secuencias que anticipan el viaje por los
bosques y el rio de Dead
man,
1995). Es desplazamiento en un espacio que atraviesan, como también
atraviesan el mismo tiempo. Es otro espacio despoblado, que es
intemperie y obstáculo, como la misma ciudad, y cuya apariencia
parece distinta a la de la prisión, pero los mismos árboles de
finos troncos se asemejan a unos barrotes. Pareciera que no hubieran
aún conseguido liberarse de su cautiverio, como refleja la
configuración espacial del interior de la cabaña que encuentran, en
donde las literas parecen dispuestas del mismo modo que en su celda.
La diferencia es que, aun desorientados, ya que no saben cuánto
recorren y hacia dónde se dirigen, persisten determinados, aunque en
cierto momento, incluso, el bote que habían encontrado haga aguas.
Una casa en mitad del bosque, en mitad de la nada, regida por otra
extranjera, italiana como Roberto, Nicoletta (Nicoletta Braschi) es
su umbral o aduana a su libertad de extranjeros asumidos. El espacio
que acoge al ya extranjero, Roberto, mientras Zack y Jack, como
refleja el plano final, se enfrentan a las inciertas encrucijadas de
la vida. Quizá a la confrontación, al fin, con
la posibilidad del real movimiento, incluso en ellos mismos. La encrucijada de lo posible es como una ventana dibujada en una pared
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