El domingo de las madres es la traducción del título original, The mothering sunday, de Primavera en Beechwood (2022), tercera película de la cineasta francesa Eva Hesson, y con ese título fue publicada por Anagrama la novela adaptada de Graham Swift, autor de la extraordinaria El país del agua, otra obra que combina tiempos, y que adaptada al cine, en 1992, supuso la obra más notable de Stephen Gyllenhaal. Durante ese domingo, un 30 de marzo de 1924, transcurre el pasaje más extenso. El hilo que une esos acontecimientos con el otro pasaje más relevante, ya en la década posterior, es Jane Fairchild (Odessa Young), doncella en el primer pasaje, al servicio de Godfrey Niven (Colin Firth) y Clarrie (Olivia Colman), y ya escritora afianzada en el segundo. Hay un tercera, aunque es más presencia, o constancia de un logro, la consecución de la superación de las adversidades o imprevistos del tiempo, la consecución de la ancianidad (con los rasgos de Glenda Jacson). Es relevante en cuanto que esta es una obra sobre la pérdida, o lo impredecible de la vida, ya que la vida puede ser truncada del modo más imprevisto, sea en un campo de batalla, por un accidente o por una enfermedad crónica (incluso en la flor de la vida). El primer pasaje contrasta la sombra de la muerte por las pérdidas que cuesta asumir y el aliento e impulso de vida, a través de la relación sexual que mantiene Jane con Paul (Josh O'Connor), hijo de otra familia adinerada que vive en una lujosa mansión rural, y de modo particular, y elocuente, por el paseo desnuda de Jane por las estancias de esa mansión, tras que Paul haya marchado hacia una reunión de su familia con la de su prometida, Emma (Emma D'Arcy).
La sombra de la pesadumbre se percibe, y palpa, ya de entrada, en los semblantes del matrimonio Niven. Parecen dos figuras a punto de descascarillarse por la pena. Más adelante se revelará que se debe a la muerte de su hijo en la guerra. Pero no es el único matrimonio que los ha perdido entre sus amistades. De hecho, Paul es el único superviviente de cinco, en tres familias. Su prometida ya lo fue de uno de los fallecidos. El semblante de Emma parece también surcado por el pesar combinado con el hartazgo, como la condenada que sabe que deberá casarse con alguien del entorno (de la misma clase), sea quien sea, aunque en su caso sea, de modo ineluctable, con el superviviente (su semblante también expresa la consciencia de lo que, por tanto, puede significar para quien será su marido). Una unión, por tanto, marital que se asemeja más a un entierro. En segundo pasaje, centrado en la relación entre Jane y el filósofo Donald (Sope Dirisu) también queda atravesado, o truncado, por la muerte imprevista. Ese es el hilo conductor. No sabes cuánto se quebrará el hilo que aparentemente guía o trenza el curso de cada vida, o de cada relación. Las expectativas pueden convertirse de un día a otro en recuerdo.
El estilo narrativo de Primavera en Beechwood es impresionista. La emoción conduce la narración. Su evolución es más la de una atmósfera emocional. Los planos de espacios vacíos condensan las ausencias. Un cuerpo desnudo recorriendo estancias vacías condensa el irreductible impulso curioso de vida, que se verá afianzado por la superación de las estancias de la vida al alcanzar la vejez con el sonriente semblante de quien disfruta de cada instante de su vida presente. El cuerpo es tiempo, por eso la secuencia de ese desplazamiento se dilata, porque el tiempo es presencia desnuda. La tristeza contenida estalla, en ocasiones, como la porcelana que se quiebra por un repentino golpe de viento, como los sollozos de Clarrie cuando no puede contener, en público, la pesadumbre que aún la desgarra por la muerte de su hijo. El gesto de su marido es, de modo constante, el de quien acarrea sobre sí un peso que asume como misión, pero que aún así no puede evitar transparentar. Los cuerpos desnudos, expuestos, de Jane y Paul son el contraste con esa contención, como la brecha que se abre en un paisaje que camufla un telón. Es una obra de gestos, miradas, cuerpos, presencias y ausencias. La mirada de escritora, que desnuda y revela, se condensa en su mirada sobre las mujeres que esperan en la estación; transfiguradas a través de su mirada, reflexiva, reveladora, visten todas su vestimenta de sirvienta. Jane desplaza su mirada desnuda de escritora sobre la realidad en busca de esa sensación verdadera que dota de singularidad cada instante, alguno de los cuáles quizá sea pletórico, ya que no sabes cuándo, tras disfrutar de un momento único, como contemplar asombrada a un buho, que te devuelve la mirada, sobre una farola, la vida a tu lado se derrumbe en ese mismo instante. Entre el momento pleno y la desaparición irremisible puede pasar un instante que no dura siquiera lo que una respiración.
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