En cada una de ellas
podía pasar algo igual que no podía no pasar nada (…) Es lo que yo llamo la
alegría de lo imprevisto (…) Justo antes no había nada, justo después ya no hay
nada. Por eso es necesario estar siempre preparado (…) a veces es también un tormento,
porque esperas cosas que no ocurren o que sucederán cuando ya no estés.
Como en un truco de magia, está, ya no está. Aquel día ocurrió, pero podía no
haber ocurrido. En Aquel día (Periférica
& Errata naturae), el fotógrafo Willy Ronis (1910-2009) rememora esa
impredecible conjugación de circunstancias que posibilitó que realizara
determinadas fotografía. Si su mirada no estaba atenta, el suceso no era
captado, no existía para su ojo (y quizá para ninguno; cuántas acciones pasan
desapercibidas). En ocasiones, esa conjugación de luz, formas y gestos, es una
alineación que debe ser captada en ese breve intervalo de tiempo que dura, como
aquella ocasión que propició su fotografía Metro en la superficie, en 1939, en
la que un rostro de mujer destacaba de cara él, al contrario que casi todos los
otros rostros que eran más bien nucas. En
un momento dado, el instante en que sentí el impulso de hacer la foto, el sol
iluminó de repente la cara de la joven, de golpe, acentuando su impresión
misteriosa, como de aparición. La luz irrumpe y crea otra relación, que es
a su vez un alumbramiento. La fotografía Place Vendome, en 1947, fue el
resultado de la sucesión de avistamientos imprevistos. En primer lugar, le
llamó la atención el reflejo de la columna en un charco, pero la irrupción de
las piernas de una mujer que saltaba sobre el charco determinó que quisiera
captar esa otra relación entre reflejo y cuerpo, como una coreografía de
materia fugaz y reflejo pétreo.
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viernes, 15 de octubre de 2021
Aquel día (Periférica & Errata naturae), de Willy Ronis
A veces, las cosas se
me brindan con gracia. Es lo que yo llamo el momento preciso. Sé que, si lo
dejo pasar, lo perderé, se me pasará. Me gusta esa precisión. Otras veces, le
doy un empujoncito al destino, como puede ser la cómplice interacción con
quien se muestra dispuesto a realizar una acción para ser captada. Pero sobre
todo es la satisfacción de sorprender al mismo azar, como si en la sucesión
intercambiable de sucesos se captara lo excepción, la materialización de un
encuadre que rebosa significado o emoción, aunque su naturaleza poética sea
escurridiza. Me gusta atrapar esos
instantes de azar, donde tengo la sensación de que algo sucede, sin saber muy
bien qué, y ese algo me perturba una barbaridad. Como aquel día, aquel
instante, capturado en Navidad de 1953, Fascinación, que se materializa en una creación
que se torna refinado emblema de los difusos límites entre composición
pictórica y fotográfica: Al ver estas
tres caras pensé en los rostros de Rembrandt bajo ese claroscuro que los vela y
los ilumina al mismo tiempo. Están aisladas en la calle. No alteré nada, todo
tenía ese tono ennegrecido alrededor.
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