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viernes, 10 de septiembre de 2021

El día de asueto (Errata naturae), de Inés Cagnati

                          

El día de asueto (Errata naturae), de la escritora francesa Inés Cagnati (1937-2007), está protagonizada por una niña de catorce años, Galla, sola con mi vieja bicicleta y su chirrido de salamandra moribunda, con la noche extendiendo pesadumbre por doquier. Se narra su trayecto por un paisaje de ciénagas. Un paisaje árido, en el que se sangra para extraer vida. Todo muere en nuestras lívidas tierras. Pero florecen los guijarros. Con lo que hemos recogido se podrían construir todas las pirámides y enterrarlas con más guijarros. En casa, en cuanto abrimos los ojos, vemos guijarros, los maldecimos, lloramos por ellos. Siempre. Se narra un viaje de ida y vuelta, del instituto al que fue su hogar, y a la inversa. Pero es un viaje sin dirección. Y, de golpe, en mitad de aquel silencio y de aquella oscuridad, me pareció tan insólito estar ahí dando vueltas alrededor de las casas que me convertí en una extraña o en un animal perdido que buscaba un agujero por el que colarse dentro, o bien un animal errante que albergaría la esperanza de que se abrieran las puertas a fuerza de dar vueltas con tanta paciencia, de dar vueltas y más vueltas. La anterior novela de Inés Cagnati editada en Errata naturae, Genie la loca, se centraba en la perspectiva de otra niña, o mejor dicho, en las sombras de la madre a través de la mirada de la hija, dos figuras solitarias en una casa aislada en el campo, con la vista enfrente de la casa de la abuela que negaba a su hija como si fuera una ignominia, mientras la niña, la nieta, solo anhelaba su presencia, sus caricias. En El día de asueto, Galla quiere ver a su madre, pero esa noche la pasa en el granero junto a su querida perra Daisy, que también es madre de un pequeño cachorro. En Genie la loca, la figura paterna es una ausencia relacionada con la infección de las sombras que habían marcado a su madre. En El día de asueto, el padre es un hombre que abusa y golpea, a su esposa o a sus hijas.

El día de asueto es un viaje de ida y vuelta también en el tiempo, porque durante esas horas Inés evoca fragmentos de su pasado, como los añicos de una vida fracturada, una vida de privaciones e infortunios, de precariedad y brutalidad en esa tierras en las que resulta tan difícil encontrar agua, un territorio aislado, como si se viviera en un purgatorio. Una vida cuyos añicos están compuestos de las palizas de su padre, inundaciones o muertes repentinas, y aquel grito desgarrador de la agonizante salamandra pescada a la que no permitían que Galla cogiera porque decían que podía envenenarla. Galla se siente como aquella salamandra, quisiera liberarse de una vida que ha sentido y siente como un cautiverio en una ciénaga, aunque ahora pueda ir al instituto y disfrutar de la amistad de su amiga Fanny. Galla quisiera sentirse como el arlequín del relato, alguien con prendas que delatan su pobreza, a la que sus compañeros regalan diversos retales que componen un atavío colorido. Su profesora le dice que tiene el corazón sin saber percibir que es un corazón dañado por la inclemente piedra de la crueldad humana, como la que desenfunda con tal facilidad su padre. Todo era muy absurdo, absurdo de verdad, porque es insoportable que se pueda colgar a los perros viejos cansados como si nada, sin que suceda nada.

Genie la loca nos sumergía en las sombras del hogar que no pudo ser, en las sombras que la niña anhelaba que se convirtieran en caricia. En esa disonancia, en ese desencuentro, reside la austera belleza de la escritura afilada de Inés Cagnati. El día de asueto te atrapa pronto como un puño que agarra tus entrañas y no te suelta en el recorrido de sus breves páginas. El grito contenido en esa exquisita escritura de frases lacónicas, cortantes, nos aprieta y aprieta, y abre  como un filo el último resto de empatía que palpita en nuestro interior. Me preguntaba qué hacer, sin motivo, cuando no había nadie, qué hacer, pues estaba tan harta de todo que no había nada que hacer. Sé muy bien que es así. Solo hay un horizonte nítido que transpira residencia, su perra Daisy, ese regazo cálido en el que se tumba junto a su cachorro, ese cariño incondicional que la recibe cuando no es más que una sombra perdida en la noche.

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