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sábado, 4 de abril de 2020
Polytechnique
El 6 de diciembre de 1989, un joven con fusil, Marc Lapine, irrumpió en la Escuela politécnica de Montreal. Mató a catorce mujeres, hirió a diez y a cuatro hombres. Su motivación, el combate contra las feministas. De repente, alguien dispara. Haces unas fotocopias, y una bala irrumpe en tu vida. Una bala penetra en tu hombro, y hiende tu carne, y penetra en tus hueso. ¿De dónde provienen los disparos? ¿De dónde proviene la mirada del que realiza esos disparos? Hay quien observa el Guernica de Picasso. La mirada de Jean Francois (Sebastien Huberdeau) se queda suspendida por un instante, como si el cuadro abriera una fisura provisional en su realidad asfixiada de apuntes y fotocopias de apuntes y trabajos y días que quizá sean fotocopias de otros días de una realidad que parece una fotocopia cada vez que alza la cabeza, hasta que su mirada se queda suspendida en un cuadro, hasta que unas balas irrumpen en su escenario de días fotocopiados, esos pasillos de facultad que ha recorrido día tras días, sin que ya sea capaz de distinguirlos. Y los despedaza.
Y hay quien, alguien sin nombre (Maxim Gaudett), portando un fusil, se apoya en una pared de la que cuelga un cuadro en el que se representa un puente. Pero él no establece puentes, los derrumba. Y su mirada, con sus balas quiebra las rutinas y las inercias y las concentraciones de la miradas absortas en sus apuntes y trabajos y estudios, y dispara contra toda mujer que se pone a tiro de su punto de mira. Porque odia a las feministas; las feministas son la amenaza en su vida, su perturbación, y decide eliminarlas. Siempre hay y habrá alguien que decide escupir su odio con balas; siempre habrá alguna representación en la que encaje aquello que se desprecia, aquello que se identifica como el virus que infecta la propia realidad; en este caso, las feministas. Años atrás, quiso ser policía, pero lo rechazaron por considerarle asocial. Años después impone su ley con un fusil, descarga su ira y frustración sobre las que considera responsables de sus años malgastados y desperdiciados.
Hay quien quiso ayudar, pero no pudo o supo; Jean Francois aún tiene su mano asiendo el pomo de la puerta de su aula, en la que el asesino dijo que salgan todos los hombres, y permanecieran las mujeres. Su mirada sigue prendida en la de Valerie (Karin Vanassie). La puerta sigue, y seguirá, cerrándose en su mirada durante mucho tiempo. Mientras otros huyen, recorre los pasillos como si buscara un umbral que restituyera su fracaso, el gesto que no realizó, que no supo realizar, que no pudo realizar. Enfrentarse a aquel punto de mira, abatir aquella mirada presta a disparar. Restituir el tiempo y poder actuar de otro modo, en el que no haya charcos de sangre sobre los que yacen los cuerpos desmadejados. Sólo pudo asistir después a otro cuerpo, herido, pero no fue suficiente. No intervino cuando debería haberlo hecho, en vez de salir con el resto de hombres. Ambos, uno y otro, el asesino y el chico que no intervino cuando quisiera haber actuado, acaban consigo mismos, porque no se soportan, en un caso, porque escupir su odio de modo extremo se convierte en su acción terminal, en su propia deflagración, y en el otro, porque no puede vivir con aquella mano aún prendida de aquel pomo, de aquel gesto que no realizó, de aquella mirada que no logró cerrar en la propia.
Valerie fue disparada el mismo día que, en una entrevista de trabajo, le habían concedido un puesto de prácticas, como ingeniera, que no hubiera conseguido si no hubiera afirmado que no era su aspiración tener hijos. Fue otro tipo de disparo, otro tipo de bala, esa que te puede condenar, y dejar impedida en el escenario laboral, o ser eliminada, por simplemente ser mujer. No podía expresar su alegría por el trabajo conseguido por la amargura de ese filtro discriminador. Y pocas horas después un chico entra en su aula, separa a los hombres y las mujeres, y dispara sobre las nueve mujeres. Filtros, separaciones, discriminaciones, eliminaciones.
¿Cómo se representa el despedazamiento, el grito, el horror? ¿Cómo se representa la fractura? En el principio el cine respiraba como el teatro, el encuadre era un escenario, y comenzó a convertirse en un lienzo, y comenzó a articularse como una narración literaria. Y a orquestarse con los escurridizos cauces de la música, la ceremonia del impresionismo, la narración es trance, la narración fluye, la abstracción se conjuga con el cuerpo, con la coreografía.Polytechnique (2009) es el magnífico cuarto largometraje del cineasta canadiense Dennis Villeneuve, tras la espléndida Maelstrom (2000), mucho más inspirado que en la posterior, aun interesante, Incendios, 2010, en la que no alcanza los dominios expresivos de Atom Egoyan. Su posterior obra se caracteriza por la excelencia: Prisioneros (2013), Enemy (2013), Sicario (2015), La llegada (2016) y Blade runner 2049 (2017). Entropía, como explican en la clase que se imparte antes de que irrumpa el joven con fusil en el aula, es el grado de desorden que tiene una sistema. Polytechnique es una fractura hecha narración, como el tiempo, ya no hay continuidad, sino fragmentos desordenados, como los de un cristal roto; vuelves atrás de nuevo, pero es porque se ha enredado la película en el proyector; la pantalla es un blanco y negro lívido, en el que la sangre no cobra presencia, porque la desaparición domina ya el escenario desde el instante en que una bala irrumpe en el encuadre y quiebra un cuerpo. Los cuerpos se desplazan a la deriva, su mirada despedazada, como si ya no se lograra crear un trazo que ordenara el encuadre, no hay hilo en el laberinto, la realidad se ha desfigurado, y los cuerpos se deforman, las miradas se escombran en la desolación, mientras un punto de mira dibuja el caos en el lienzo de su realidad de fotocopias.
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