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martes, 16 de julio de 2019
Bosque maldito
Espejo siniestro. Un gran agujero en la tierra, una cicatriz en la frente que no deja de sangrar. Una mujer encapuchada en mitad de la carretera no es una hendidura abierta pero sí una presencia atravesada en su mente por una herida que nunca se cerró. El agujero en la tierra/The hole in the ground es el título original de la producción irlandesa Bosque maldito (2018), de Lee Cronin. En las secuencias introductorias que siguen el desplazamiento en coche de Sarah (Seana Kerslake) y Chris (James Quinn Markey), su hijo de ocho años, la cámara invierte su posición. El cielo es un abismo. La vida de Sarah se ha trastocado de modo parecido. Y esa cicatriz en su frente, que aún sangra de vez en cuando, es el residuo de una radical modificación de escenario de vida. Una separación, o más bien una ruptura, y un traslado a otro lugar, esa zona rural boscosa. Una casa en mitad del bosque, en cuya espesura de árboles que se extiende hasta el horizonte resalta una gran hondonada, cuyo centro parece que palpita, que engulle materia, como una cicatriz que no cierra. Esa figura encapuchada, en mitad de la carretera, que está a punto de atropellar, Noreen (Kati Outinen, habitual del cine de Aki Kaurismaki) es una anciana mujer de la que unos dicen que atropelló a su hijo porque estaba convencida de que no era su hijo, mientras que otros piensan que fue meramente un accidente, lo que la sumió en el extravío, como alma en pena. Agujeros en las emociones, agujeros en la materia de la naturaleza, quizá umbrales a los desconocido, a lo innombrable, o simplemente la oscuridad que deletrea las cicatrices que no han logrado aún ser cerradas. Cuando no se asumen aún unas heridas te cubres con una capucha, o, como hace Sarah, ocultas la cicatriz con tus cabellos.
Preguntarte si tu hijo es tu hijo o una ignota entidad que lo ha suplantado no deja de reflejar esa circunstancia emocional en la que tu vida cambia de modo radical y ya sientes que no conoces a aquella persona que hasta entonces era el centro afectivo de tu vida. Puede ser tu pareja, un componente familiar. Te preguntas si le conocías. Te preguntas qué es la realidad si ahora aquella persona a la que amabas es alguien que te aterroriza e inflige daño. Te preguntas quién eres para no haber sabido discernir que era así. Por qué no lo viste venir. Una de las notables cualidades de Bosque maldito es que no suministra demasiado información precisa sobre cuál ha sido esa historia pretérita que ha dejado como huella esa cicatriz aún no cerrada del todo. No hace falta, Se refleja en la misma expresión de la actriz, en el desvío de esas otras interrogantes sobre quién es mi hijo, y en la vivencia siniestra a la que se enfrenta como si se enfrentara con su propia herida. Esa herida en el bosque es su propio agujero.
Otra de las cualidades de Bosque maldito es su precisa concentración narrativa y dramática, definida por una medida modulación, en la que es fundamental el diseño sonoro, que sumerge en un estado emocional, que emana de la propia Sarah, y dota de condición de personaje al mismo bosque, a la naturaleza. No se distrae con subtramas accesorias ni personajes secundarios que, en productos más convencionales, sirven para orquestar secuencias de choque que demoran la confrontación final. En este caso es concisa, y define al propio personaje, un cuerpo cuya cabeza está enterrada. Porque así es Sarah, un cuerpo que ha intentado esconder la cabeza en un agujero para no confrontar el por qué de esa herida, por eso su cicatriz interior no se ha cerrado. La narración se adhiere a la mirada, a la circunstancia emocional de Sarah, a su fragilidad, en la que se pueden entrecruzar sueños y realidad, porque aún no ha logrado reajustar su enfoque emocional. Aún hay pesadillas que muerde, por eso las proyecta como si el bosque, ese agujero que comunica con la oscuridad, fuera la pantalla en la que reajustar el espejo con el que mirarse en una realidad que ya sepa reconocer.
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