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domingo, 21 de julio de 2019

La mujer salvaje cautiva

En la producción de la Universal, La mujer salvaje cautiva (Captive wild woman, 1943), de Edward Dmytryk, se modela y transforma un cuerpo femenino, aunque las motivaciones, y el propósito, no se enfoca tanto hacia la condición genérica (femenina) sino hacia la condición o apariencia humana, no hacia el dominio de un ideal (el de la belleza) sino hacia el dominio de la naturaleza. El propósito del endocrinólogo Sigmund Walters (John Carradine, en su primer papel protagonísta), que regenta un sanatorio, es el de la manipulación de la materia, y, como consecuencia, las apariencias, mediante trasplantes de materia glandular. El circo, en este caso, se convierte en espacio de recolección y en campo de pruebas, o ensayo, para el doctor, y adquirirá la condición de reflejo de los frágiles límites entre lo bestial y lo humano, entre la especie humana y otras especies animales. De hecho, se significará como el escenario que desmonte todo arrogante propósito manipulador, por cuanto la condición emocional básica del ser humano se desvelará lindante con la fiera, con la primacía del resorte del instinto, que se impone sobre las apariencias civilizadas (o o la civilización como cosmética). El ser humano no deja de ser la bestia más poderosa en la naturaleza, la más peligrosa y cruel entre todas las especies.
En el prólogo tiene lugar un accidente que anticipa otra serie de accidentes posteriores, en cuanto imprevistos o fatalidades, y apuntala el conflicto subyacente entre lo que se puede domar/reprimir y lo incontrolado. En la descarga de animales del barco, una caja se rompe al precipitarse al vacío, porque las cuerdas no logran sostenerla, y un tigre queda liberado. El entrenador de animales Mason (Milburn Stone), que lo había capturado en su último safari para el circo Whipple, logrará contener a la fiera. El propósito de Mason, de hecho, es desafiar los límites (en otra variación del desafío a la naturaleza que realiza el doctor Edwards), en cuanto quiere conjugar en una misma jaula, para su número circense, a tigres y leones. Está convencido de domar a cualquier bestia, y de controlar cualquier imprevisto de rotura de cuerdas (de emociones descontroladas, de instintos desatados: a su manera, en el interior de una jaula, se cree capaz de dominar a las glándulas).
El doctor es testigo, cuando le muestran las bambalinas del circo, de la inteligencia de la gorila Cheela. Su forma de actuar, o reaccionar, le parece muy parecida a lo de los humanos. Lo que le sugiere la idea de que ese leve frontera que separa al gorila del humano podría ser superada o transgredida con un oportuno trasplante. Para ello utiliza las hormonas de una paciente de su sanatorio, Dorothy (Martha MacVicar), hermana menor de la novia de Mason, Beth (Evelyn Ankers), y el cerebro de su ayudante, Miss Strand (Fay Helm), quien, por escrúpulos morales, se mostraba reticente a tal experimento. Para el doctor lo fundamental es el logro, por lo que los demás son un mero instrumento que puede ser prescindible sin remordimiento alguno. No dudará en ejecutar, cuando ya no sean útiles, y sí interferencia, tanto al trabajador despedido del circo que le ayuda a robar a Cheela, como a Miss Strand cuando pretende denunciarle.
El resultado es una apariencia de humana. La gorila Cheela es una bella mujer, Paula (Acquanetta), que no emite vocablo alguno. Su efectividad para imponerse a cualquier fiera (incluso, a los leones y tigres) incentiva al domador Mason a utilizarla como apoyo en sus números, porque sin ella no materializaría la pretensión (o presunción) de dominar, a un mismo tiempo, a tigres y leones. Necesita a una bestia aún más poderosa que la meramente humana, una combinación, como es el caso de Paula, cruce de gorila y humana. Pero el instinto de territorialidad dominará y superará a Paula: la animalidad más básica siempre vence sea a la criatura humana, o a una combinación aún más poderosa. En cuanto es consciente de la relación entre Mason y Beth, su bestia oculta, o disimulada, se desborda y se hace manifiesta. La vellosidad del gorila, la vellosidad que hace más evidente la condición animal se impone, como si la selva dominara la aséptica delineación de una arquitectura urbana. La arrogancia de la manipulación, de la presunción de dominio de la naturaleza, o de la doma de la fiera, será superada por la incontenible pulsión de los arrolladores elementos.
En las secuencias de las actuaciones circenses, o de los entrenamientos de los tigres y leones, se utilizan imágenes de una producción de 1933, The big cage, de Kurt Neumann. De hecho, Milburn Stone, actor hasta entonces secundario, fue elegido por su semejanza física con el domador Clyde Beatty, que protagonizaba aquella obra (interpretando una versión ficcionalizada de sí mismo), y que aquí interviene como asesor. Acquanetta, actriz estadounidense publicitada por La Universal como el volcán venezolano, porque su rasgos físicos evocaban tierras exóticas, interpretaría de nuevo a Paula, en Jungle woman (1944), de Reginard Le Borg, aunque en La mujer salvaje cautiva la declaren muerta en la secuencia final, tras enfrentarse a tigres y leones y salvar la vida de Mason. El mismo personaje (o monstruo) también aparecería en The jungle captive (1945), de Harold Young, pero sería encarnada en ese caso por Vicky Lane.

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