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jueves, 25 de julio de 2019
Sólo se vive una vez
Sólo se vive una vez (You only live twice, 1937), de Fritz Lang. Las ranas que se emparejan no pueden separarse, y cuando una muere la otra también. Mientras Eddie (Henry Fonda) le cuenta esto a Joan (Sylvia Sidney), el reflejo de ambos en el agua del estanque se difumina por el salto de una rana. Signo de la fatalidad que condicionará a ambos, pero no por un abstracto destino sino por la inflexible y mezquina sociedad que imposibilita que Eddie vuelva a integrarse en la sociedad por ser un ex convicto que ha salido de la cárcel. Eddie y Joan son una pareja más que sueña con crear su espacio propio, su hogar ( detalle: Joan calcula dentro de un autobús, aislada pues sólo la vemos a ella en el plano, los gastos domésticos). Tras que haya cumplido su tercera estancia en la cárcel, consigue un puesto de trabajo, como camionero, pero, de modo inclemente (e injusto), será despedido. Además, les instan a que abandonen su habitación cuando los dueños se enteran de que estuvo en prisión. Por si no bastara con las dificultades que interponen integrantes de la sociedad para que Eddie pueda integrarse, y ellos consoliden lo que al fin y al cabo quiere cualquier joven pareja, el fatalismo, sea por destino o azar, parece que se encarniza en él cuando le acusan de un atraco en el que no participó, porque usaron su sombrero para inculparle (veinte años después Henry Fonda encarnará, en Falso culpable, 1956, de Alfred Hitchcock, a alguien a quien también asocian con un atraco que no ha cometido, aunque en ese caso será por parecido de rasgos).
Lang extrae toda su artillería expresionista de sombras duras, en una narración que llamea. Sin duda, una de sus más intensas y desgarradas obras, atravesada de primeros planos, de rostros u objetos, que asemejan a los añicos de una vida que ya está rota de un principio. No hay oportunidad para que se recomponga. Algunos planos se dilatan, como la vida que ya expira, como los primeros planos del rostro de Eddie, mirando a su celador, alternados con los de sus manos intentando abrirse las venas con una lata cuando se encuentra en la celda en la que espera para ser ejecutado, porque al ser su cuarta condena, esto implica la pena de muerte. Cuando consigue hacerse con una pistola en la enfermería y usar al doctor Hill (Jerome Cowan) como rehén para que le dejen cruzar la puerta de entrada, el exterior es una espesa bruma. No hay contornos, la realidad se ha difuminado, como sus venas cortadas, como las sombras de los barrotes de su celda en un amplio plano general. No hay escapatoria para quien, además, ya no cree que le concedan o permitan una segunda oportunidad, por eso no cree, ni siquiera al Padre Dolan (William Gargan), el cual es su amigo, que le hayan concedido el perdón porque había sido sacado de las aguas el coche con los cadáveres de los atracadores. Para Eddie la realidad ya es sólo una niebla, los otros son una espesura en la que no puede confiar. Sólo se vive una vez, con guión de Gene Towne y Graham Baker, es una ácida visión de la sociedad estadounidense, (supuestamente) representante de la democracia y las segundas oportunidades realizada por alguien que venía huyendo del poder nazi emergente. No deja de ser curioso el parecido de cierto vestuario de los nazis con el de los policías que abaten al final a Joan y Eddie.
Sólo se vive una vez dispone de uno los trabajos más inspirados y creativos de dirección de fotografía en blanco y negro, Leon Shamroy crea una atmósfera tenebrosa que logra dotar a la oscuridad, a la densa negrura, de condición de personaje, como una mancha que fuera adherida a los personajes protagonistas, y de la cual no pueden desasirse por mucho que se esfuercen. Del mismo modo, se remarcan en los encuadres que la realidad es una celda o una restricción, mediante barrotes y listones en ventanas o encuadres dentro del encuadre. El montaje sufrió un recorte de quince minutos por su violencia realista sin precedentes, en particular en la secuencia del atraco. Nada de planos del semblante de un hombre contorsionado por la agonía, nada de mostrar a una mujer que yace en la acera, nada de bombas arrojándose, nada de policía tumbado en la acera con su rostro contorsionado por el dolor, nada de furgoneta aplastando la vida de un policía, nada de gritos de terror, nada de cuerpos tumbados por doquier en la acera, nada de figuras de una niña pequeña acurrucada muerta, nada de alaridos, fueron las anotaciones de los censores. Era la segunda obra que realizaba Fritz Lang en Estados Unidos, tras Furia (1936). Había sido bien recibida por la crítica, pero en la industria no estaban muy convencidos de cómo podía encajar en el sistema. Fue Sylvia Sidney, quien había quedado muy satisfecha con la colaboración en Furia, quien le propuso al productor Walter Wanger que le contratara, aunque las tensiones creadas durante el rodaje determinaron que tardara 18 meses en rodar otra película, la excelente You and me (1938), también con Sylvia Sidney.
En Furia había planteada una descarnada visión de la carencia de justicia y de la mezquindad del hombre corriente, capaz de convertirse en una turba para linchar a un hombre que creen un asesino (independientemente de que además no lo fuera). En Sólo se vive una vez refleja cómo esos seres humanos corrientes, representantes de la sociedad, los así considerados normales, pueden no dar ninguna oportunidad a alguien que quiere integrarse, ser como cualquiera que sólo aspira a disponer de su parcela particular de vida. El trazo áspero con el que presenta a estas figuras groseras en su mezquindad, en su vulgaridad tetrica, reflejan una visión nihilista, o una escasa confianza ya no sólo en las instituciones sino en el ser humano en un sentido amplio. Inspirada la pareja protagonista, lejanamente, en las figuras de Bonnie and Clyde, Eddie y Joan encarnan la intemperie vital, como despojos en los márgenes, a los que abocaba esa rígida e inclemente sociedad, como queda descarnadamente reflejado en sus semblantes exhaustos, magullados por el frío, que entra por la ventanilla rota del coche con el que realizan su fuga hacia una frontera que no posibilitarán que alcancen vivos. No hay muchas obras que hayan logrado este lírico y sombrío hálito trágico en el retrato de dos figuras excluidas a las que el implacable y miserable sistema no les deja espacio para habitar.
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