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martes, 2 de abril de 2019
Cementerio de animales
Las consecuencias de no afrontar la muerte. En una de las primeras secuencias de Cementerio de animales (2019), de Kevin Kölsch y Dennis Widmyer, la pareja que conforman Louis (Jason Clarke) y Rachel (Amy Seimetz) discuten sobre qué es lo que deben decir a su hija de diez años, Ellie (Jete Laurence) con respecto a qué habrá o no después de la muerte. Louis aboga por la perspectiva frontal,decir que nada, mientras que ella se inclina por la reconfortante opción amortiguadora de decirle que los que mueren nos observan desde el más allá. El relato, como el espectáculo, continua, como ha sido la necesidad de tantos seres humanos de pensar que la historia no termina con nuestra muerte. Hay un continuará. Aunque Louis, médico, se enfrenta a una circunstancia desconcertante cuando no logra salvar a un paciente al que han atropellado. No sabe si es una alucinación o qué. Pero quien presuntamente creía muerto le dice que debe mantener la barrera. ¿A qué barrera se refiere?.
Tanto Ellie como Louis han conocido el cementerio de animales que hay en su propiedad, en el que los habitantes de la zona entierran a sus mascotas. Pero hay una barrera interpuesta, una zona más allá cuyo acceso se intenta dificultar. ¿Por qué? Ese es el espacio que representa la incapacidad de afrontar la muerte, en particular la pérdida de seres queridos. Cuando fallece su mascota, a la que especialmente quiere Ellie, ambos padres discuten cuál es la mejor opción: ¿decirle la verdad o contar un cuento, una mentira, decirle que se ha escapado, para así conseguir que el sufrimiento sea menor? De nuevo, las evasivas, los relatos para no afrontar directamente los hechos. Mejor maquillar, mejor negar. La misma madre sufrió con la enfermedad de columna que padecía su hermana,y se siente responsable, incluso, de su muerte, aunque sobre todo lidia con el deseo oculto, ese que nunca expresamos, o procuramos no expresar, y que nos cuestionamos a nosotros mismos, el deseo de que muriera de una vez, no sólo por lo que sufría sino por lo que le hacía sufrir a ella. Así que tanto uno como otro, Louis y Rachel, están habituados al sentimiento de impotencia, ya sea con la muerte de un paciente que no pueden salvar, o con la muerte de su hermana. Pero no puedes huir de lo que es la realidad, aunque, como Louis, haya optado por buscar un ambiente más relajado que el de la ciudad en esa propiedad rural que han adquirido. No puedes huir, aunque de nuevo recurras a los relatos que maquillen lo que es necesario afrontar de frente.
Y lo siniestro se hace realidad para reflejar tu inconsecuencia. La inconsecuencia recurre a ese más allá de esa barrera que no se debería cruzar, porque es la dirección de la enajenación, y el autoengaño, la no aceptación de ese otro incierto más allá, la muerte, la no aceptación de lo irremisible, de un vacío que no retornará en forma de cuerpo ni de espíritu que te contempla desde esas indefinidas pero plácidas alturas. En las primeras secuencias se destaca con eficacia la constitución vulnerable y frágil del cuerpo, materia que se puede quebrar, materia que se deteriora y descompone, materia que se deforma, sea a través de las heridas del paciente, o la enfermedad de la hermana de Carol. Cuando el cuerpo es otro, cuando ya no es esa pantalla que nos hace sentir que seamos inmunes, que no hay camiones que surjan de modo inesperado para arrollarnos, ni filos que hiendan en la carne, ni tumores que proliferan en nuestras piernas inmovilizadas. Más allá de las barreras del cementerio de animales prima la niebla, parece otro paisaje, otro mundo, se escuchan berridos, como si provinieran de la bestia de la pesadumbre, la bestia de la no aceptación de lo irremisible, de la pérdida. Cuando se cruzan las barreras de la no asunción de esa vulnerabilidad y fragilidad, y de nuestra irremisible condición finita, se invoca a los monstruos de la negación. Y estos ya no son lo que quisieras que fueran, el recuerdo de lo que añorabas, sino el arañazo y el desgarro que te confronta con tu negación y tu misma condición vulnerable y finita. La muerte ya no sabe de vínculos de sangre, de nostalgias y calidez de afectos, sólo sabe de descomposición.
Cementerio de animales destaca, dentro de las actuales exangües coordenadas del género de terror, por centrar o focalizar el drama en las emociones, en los personajes. Los dilemas que se plantean son los de las emociones, o se generan en estas, en su dificultad de confrontarse con la realidad, con lo que es, por eso recurrimos a los relatos como posibles refugios o consuelos cauterizadores. Dibuja con precisión a los personajes, sus dilemas y sus contradicciones, por qué toman unas decisiones y por qué rechazan otras. El relato prioriza la precisión y concisión, sin permitir que lo siniestro se convierta meramente en la aparatosidad de la barraca de feria que domine o desestabilice el relato. En ese sentido, recuerda a los pasajes más inspirados de Hereditary, de Ari Astter, cuando se centra en las secuelas de la pérdida de un ser querido, y no, afortunadamente, a los finales, cuando se extravía en un desquiciado efectismo. Su contención, atenta a los procesos emocionales de los personajes, con la consideración del trance anómalo, fantástico, como reflejo de sus forcejeos interiores, la empareja a otras de las escasas propuestas estimables del reciente género de terror, Cadáver, de Diederik Van Rooijen, y Un lugar tranquilo, de John Krasinski. Lo siniestro se gesta en las turbulencias de las emociones de los personajes, en los monstruos que generan la desesperación, la impotencia, el miedo y el dolor. Por eso, se hace el silencio cuando el más devastador dolor arrasa la vida de esta familia con la vida de uno de sus miembros. Por eso, ante ese vacío, ante ese silencio, el ser humano ha decidido cruzar barreras que implican esconder la cabeza, no mirar de frente a lo que es, a nuestra condición mortal, al vacío que apaga nuestra vida cuando dejamos este mundo, y simplemente nos descomponemos. Cementerio de animales va más allá que sus predecesoras: la variación del miembro que muere complejiza más el proceso, y enfrenta con más crudeza a la paradoja o absurdo de que por no afrontar la muerte de un ser querido tengas que enfrentarte a la posibilidad de tener tú que matarlo. Y resulta aún más contundente en su conclusión dada la inversión radical de la vida de esta familia por no saber afrontar la muerte.
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