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martes, 16 de abril de 2019
Donbass
Fragmentos de una degradación. En la anterior película del cineasta bielorruso Sergei Loznitsa estrenada en España, En la niebla (2012), la niebla física hacía acto de presencia en las secuencias finales, pero, figurativamente, se evidenciaba, durante toda la narración, cómo se había sedimentado en la mente de los personajes una niebla que ofuscaba su discernimiento y juicio. O de qué manera tan rápida se desenfunda la violencia (se enarbole una justificación o no). Esa consideración se ampliaba a un conjunto, la sociedad bielorrusa en 1942, con la que se era implacable. Como decía un personaje, tras año y medio de guerra, nadie parecía ya conocer a nadie, y se confiaba más en los invasores, los alemanes, que en quien se conocía desde hacía décadas. ¿Tanto se puede cambiar para que tu juicio o consideración varíe tanto y creas al amigo capaz de realizar algo que consideras una abyección, una delación, y por ello no pestañear a la hora de decidir su muerte? ¿Es el ser humano tan voluble, tan variable, según las circunstancias?. En la niebla se constituía en una obra que, de modo implacable, reflejaba el horror que habita, y expectora, en la niebla de unas mentes. Se podría decir lo mismo de Donbass (2018), en la que tampoco falta la presencia de la niebla, aunque el fenómeno natural que más destaca en el paisaje sea la nieve, como congeladas parecen las emociones, o helados los escrúpulos. Es otra época, setenta años después, y otra guerra, una guerra que comenzó en el 2014, es otro conjunto social, otro escenario geográfico, en concreto, el este de Ucrania, Donets y Lungask, zona conocida como Donbass, aunque la llamen Nueva Rusia sus habitantes, separatistas que no aceptan la vinculación con la Unión europea, que si apoyaron grupos fascistas o de extrema derecha cuando destituyeron en el 2013 al gobierno prorruso de Viktor Yanukovich.
El entorno rezuma precariedad, carencias, miseria. Muchos habitantes viven incluso sin luz o calefacción, hacinados en espacios subterráneos para protegerse de las bombas. Aunque no se sabe en qué medida es real o escenificación la amenaza. Como ya se refleja en la secuencia inicial, la propaganda escenifica atentados para luego, con declaraciones falsas, emitirse por televisión, y así hacer creer a los ciudadanos el asedio persistente que sufren, para de este modo incentivar su furia, el sentimiento de agravio que posibilite su fiel apoyo ciego. Y de ahí a la violencia desbocada hay un pequeño paso, como ejemplifica la demoledora secuencia en la que varios ciudadanos, jóvenes o ancianos, hombres o mujeres, humillan, increpan y golpean a un hombre atado que porta un cartel de enemigo (con el más impactante término de exterminador). La voraz niebla mental sigue haciendo estragos. El único elemento diferenciador es la presencia de los móviles. Ahora se pueden grabar en el momento los linchamientos o escarnios públicos.Junto a las emociones ciegas, la corrupción y extorsión extendida. Doctores en connivencia con representantes políticos que se apropian de alimentos o materiales médicos enviados a hospitales. Militares que se apropian de coches para utilizarlo como transporte con el uso de amenazas disuasorias para que sus dueños no protesten por la descarada expropiación. Militares que se apropian de la dignidad de unos hombres, a los que hacen bajar de un autobús, haciéndoles quedar a pecho descubierto pese al frío, porque no se unieron a la lucha armada.
La narración de En la niebla parecía que estaba masticando minuciosamente el tiempo, como si se hubiera quedado suspendido, como si la realidad se hubiera desprovisto de brújula, porque del mismo modo que en la niebla los contornos se difuminan, también los discernimientos y los escrúpulos morales se habían difuminado. En Donbass asistimos a una realidad astillada, en forma de fragmentos que captan, mediante planos de larga duración, pero también fragmentados (para remarcar la perplejidad, como durante la conversación del dueño del coche con el militar que se lo requisa), el registro de lo real en el que, paradójicamente, el tiempo parece desterrado porque todo parece una escenificación involuntaria. Son fragmentos que nos arrojan a la realidad más ordinaria, y por eso más grotesca y terrible. E imprevisible, porque no sabes cuándo ni dónde puede estallar una bomba lanzada por un cañón, como si cualquier punto del encuadre fuera vulnerable, y pudiera proceder esa vulneración de cualquier dirección inesperada, indefinida. Se transmite la sensación de que cualquier cosa puede ocurrir, de que cualquiera es capaz de cualquier cosa.
Los contrastes son extremos: a la secuencia de la bárbara humillación en la calle al calificado como exterminador le sucede la secuencia de una boda en la que lo grotesco es tan extremo que supura (transpira, en general, el paisaje humano una aterradora condición de embrutecimiento). Incluso, un evento y otro (¿no se torna de modo improvisado el primero en un evento al que se van uniendo con entusiasta ensañamiento cada vez más ciudadanos?) comparten participantes, para los que no se diferencia entretenerse pegando berridos en una boda o lanzando humo a la cara o golpeando en la tripa a un hombre indefenso que está atado. No queda reflejada la vertiente más luminosa del ser humano en estas trece viñetas que están inspiradas en grabaciones reales que se publicaron en el canal Youtube. La realidad más turbia en grado cero. La realidad precaria, infectada por la corrupción y los instintos más básicos, y por ello, ciegos, y arrasadores cuando se permite que se desboquen. Una realidad en la que no es difícil eliminar sin escrúpulo alguno a los extras que has utilizado para realizar la escenificación que servía a tus intereses de enardecer en las emociones de la gente el furibundo sentimiento de revancha. Su muerte queda enterrada en una mentira. Al fin y al cabo, hay muchos extras prescindibles en la vida precaria.
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