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lunes, 8 de mayo de 2017

El círculo

Soy una pantalla, soy una cámara. En 'The end of the tour' (2015), la anterior obra de James Ponsoldt, David Foster Wallace (Jason Segel) confiesa a su entrevistador, el también escritor Lipsky (Jesse Eisenberg) cómo la grave crisis nerviosa que sufrió ocho años atrás no se debió al consumo de drogas sino a que tomó consciencia de la carencia de consistencia de la imagen de la realidad que le inocularon desear. Se confrontó con una falsedad, y con el abismo de la decepción: la realidad injertada, una pantalla, era un engaño, los deseos injertados arbitrarios y vanos. Si era adicto a algo fue a la pantalla de televisión, esa infección de programada relación con la realidad en la que quedas atrapado, cual tela de araña, una pantalla que es maraña y filtro distorsionado. Por eso, dejó de tener pantallas de televisión en su vida. Dejó de mirar la realidad como si fuera una pantalla de televisión, aunque goce con películas banales. Dejó de soñar como se presuponía que debía soñar, porque era parte de una identidad modelada, de un ser americano al que no sentía ajustarse. Tomó consciencia de una broma infinita. 'El círculo' (2017) nos confronta con otras pantallas y otros filtros, con otras realidades injertadas y otras falsedades. Con la infección de unas pulsiones: la necesidad de sentirnos observados, como si fuéramos protagonistas escénicos de la cámara invisible de la realidad, y la necesidad de grabar (nos) como si la realidad se supeditara al ojo de un cámara (todo se siente acontecimiento al ser convertido en imagen: incluso se viven las acciones pensando en su posterior constitución en imagen). Ambas infecciones se amplifican y coagulan, en la narración, mediante la hipérbole de una múltiple cámara vigilante: confiere sensación de inmunidad, como un ojo ubicuo que protege a la vez que purga (condena) los componentes infractores y perturbadores de la armonía de un conjunto definido por un consenso que es avenencia de sonrisa injertada como un rictus.
'El círculo' es el relato de un enganche, de una captación mediante una sutil tela de araña con apariencia de ausencia de restricción; un reclutamiento, que es enajenación, para proporcionar beneficios a otros mediante la inoculación de la idea de que serás el fundamental beneficiario como espectador, actor y director de escena, sin restricciones, de una realidad pantalla. La corporación de internet El círculo, fundada por Bailey (Tom Hanks) y Stenton (Patton Oswalt), inocula todas esas sensaciones con su cambio de perspectiva (SeeChange), o forma de mirar la realidad (de relacionarse con la misma) y la sugestión de esa ilusión de conexión real (TrueYou) que sólo es avenencia (sentirse aceptado e integrado), con el desarrollo y aplicación social de una tecnología que es pura intervención en la realidad: las cámaras como presencia permanente y ubicua, cámaras volantes, cámaras adheridas al cuerpo; así como indicadores injertados en el organismo, o el establecimiento de una red que puede propiciar que cualquiera pueda ser localizado a través de cualquier móvil ajeno. Una realidad controlada que niega la posibilidad de la privacidad, y dota, a su vez, de la sensación de poder (al poder visibilizar o denunciar a cualquiera con el móvil que se porta; el móvil ya es la luz que define y encuadra la realidad). La socialización es un intercambio de imágenes.
En 'The spectacular now' (2013), la tercera obra de Ponsoldt, Sutter (Miles Teller) es un adolescente en fuga de la realidad. Alguien a quien aún le lastran ciertas pantallas que hacen costra de su percepción de la realidad y de su forma de encararla (como si tuviese que ser la continuación de una embriagadora fantasía en la que el tiempo no exista, un presente continuo). Como su fijación con su exnovia, Cassidy (Brie Larson), la prototípica chica que destaca, y que ahora es novia de la estrella masculino del colegio, el deportista, En 'El círculo', Mae es una chica que se siente invisible, frustrada, con su trabajo administrativo, en el que es un compartimento más entre múltiples casillas que ocupan otros administrativos (números). Amplifica su impotencia, ante una vida que no se domina, la esclerosis múltiple que padece su padre, Vinnie (Bill Paxton), a quien, con desolación, ve cómo se le mojan sus pantalones porque no puede contener la orina. Así siente la realidad, como una incontinencia de orina que la supera y empapa. Por eso quiere sentir que vive una realidad que no mancha, por eso vive la realidad como si la pudiera mantener a distancia, y se tejiera con cortesías y suspensiones: como cuando le dice a su amigo de la infancia, al reencontrarse, que ya se llamarán para verse de nuevo, y él replica que por qué no conciertan ya la cita si están en ese momento juntos, presencias reales. Es un detalle indicador de cómo podrá ser receptiva a la captación de ese circulo de venta de reconfortantes sonrisas de avenencia social: una realidad mullida apuntalada en una distancia de intermediaciones de pantallas: una realidad escenario.
Integrarse en El círculo amplifica su encuadre de realidad, ya que se siente parte integrada de algo, de una red en la que es un hilo más y aparte puede sentirse uno singular (ilusión de sentirse todo y sentirse uno). Cuando la intervención de una de esas cámaras volantes ayuda a que sea salvada de ser ahogada, mientras intentaba desconectarse de su frustración con su afición a la navegación en kayak (el agua, la relación próxima con la materia, en contraste con la relación virtual con la realidad, como en 'Ghost in the shell'), transforma su relación con la realidad, su visión. Sentirse observada significará poder sentirse completamente inmune, a salvo, y por añadidura, además podrá sentirse la figura central del encuadre de la vida si permite que se grabe su vida diaria (como si los términos de un encuadre fueran los de una empalizada que protege). Su vida es una pantalla. Niega la realidad y se siente inmune.
Pero las preguntas establecerán sus dolorosas fisuras cuando compruebe la vertiente siniestra del reverso de la vida como pantalla: la ubicuidad del ojo cámara propicia y potencia una intervención indiscriminada en la realidad, a través de esa multiplicidad de pantallas/objetivo de cámaras (en las que cada ciudadano/móvil es simplemente una fracción más de ese ojo conjunto, como los omatidios de las abejas). Aunque esa posibilidad de intervención, de denuncia y condena, hipérbole de los me gusta/no me gusta o de dar el correspondiente veredicto sobre la película o tema del momento, que proporciona placer de ilusión de dominio, puede derivar en la violentación, en la persecución y acoso, en la anatemización del otro y en la vulneración de las realidades ajenas (incluso con consecuencias trágicas). Ponsold orquesta la narración con una precisa distancia y elíptica narración, como un ojo que observa, sin empañarse con la perturbación de una identificación, a un personaje, en principio, confundido, desorientado, cuya mirada es desenfocada, manipulada por otros, aprovechándose de sus frustraciones, desvalimientos y faltas, y que logra enfocarse cuando el dolor de la pérdida, la confrontación con la materia de lo real, la muerte, evidencia la naturaleza capciosa de quienes se aprovechan de otros al convertirles en fracciones de una pantalla enjambre mediante la sugestionadora venta de una vana ilusión de protagonismo escénico, intervención, control e inmunidad.

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