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viernes, 12 de mayo de 2017
Paraiso
Dos mansiones, una en un presente que se derrumba y degrada, y otra en el pretérito que se escurre como en los sueños. Dos hombres que desean a una mujer, un cuerpo deseado, también por su imagen, por lo que representa, un cuerpo que se degrada y humilla. ¿Cuál es el paraíso? ¿Un sueño, una construcción ficticia, un pretérito interrumpido del que sólo resta el eco amortiguado de una música con la que se intenta negar la sordidez, vejación y crueldad de un presente prisionero entre campos de concentración y cámaras de gas? En 'Paraiso' (Raj, 2017), de Andrei Konchalovsky, Olga (Yuliya Vysotskaya) es una aristócrata rusa que es detenida en Francia por ayudar a escapar a unos niños judíos. Un francés colaboracionista, Jules (Philippe Duquesne), vive en una lujosa mansión, como quien usurpa una posición a la que aspiraba. Por eso, acepta el ofrecimiento sexual de Olga a cambio de de suavizar el castigo, porque satisfaría la fantasía de disfrutar del placer sexual con una aristócrata. Para Helmut, un aristócrata que ingresa en las SS, y es encargado de investigar la corrupción en los campos de concentración, también Olga representa una fantasía, una encarnación de un paraíso terrenal.
Helmut (Christian Clauss) interrumpió, por la guerra, su estudio de la obra de Anton Chejov. Su amigo, y oficial, Krause (Peter Kurth), le recuerda que Chejov estuvo enamorado de una judía (la cual cree que ha muerto en un campo de concentración). Helmut evoca un pasado vivido en un ambiente epicúreo, en una mansión junto al mar, como si viviera en un sueño, o cuando menos así fuera en la evocación, cuyas imágenes son acompañadas sólo por una música atenuada, como si permaneciera en la distancia, como un eco también de su imaginación. Evoca aquel pretérito a través del filtro de la obra de Chejov, como si fueran personajes de una de sus obras, personajes frustrados por lo que no fueron, por lo que dejaron interrumpido, por lo que no realizaron ( o no se atrevieron a realizar), una brecha de luz, una vía de escape fantasiosa en la que evadirse mientras a su alrededor la corrupción, la vejación y la degradación domina en los campos de concentración. Luz de cuerpos esplendorosos frente a los cuerpos consumidos, maltratados y negados. Como si corrigiera el relato de la realidad, del propio autor que admira, como si confundiera relato y realidad, decide salvar a la mujer judía que admiró, deseó y quizá amó en aquel pretérito aristocrático, y la acoge como sirvienta. Mientras a su alrededor los cuerpos yacen hacinados, se descomponen entre trabajos forzados que no les distinguen de las piedras, pelean por las pertenencias de quienes ya no resisten, o son gaseados y enterrados como desperdicios, él sueña con su fantasía, la rescata del pasado, como si reescribiera la realidad, su parcela de realidad, sueño de inmunidad, como también sueña convencido en la naturaleza de paraíso del ideario nazi en el que cree.
Pero la realidad cojea, como la pierna y la desesperación de su amigo Krauss, quien si ha enfocado la realidad en su descarnada naturaleza y sólo encuentra su insuficiente brecha en el entumecimiento del alcohol. Y las fantasías, las realidades usurpadas, las realidades oprimidas y vejadas, se desmontan. Puede ser por el disparo de una bala, puede ser por una bomba. O por la consciencia de que ya no será posible rescatar ninguno paraíso, ni del pretérito ni de una ilusión que quiere imponerse por realidad., por lo que se opta por desaparecer como el paraíso que fue irremisiblemente degradado por quienes sólo consideraban la realidad como un escenario que usurpar o dominar. Los comentarios de los tres personajes, Olga, Jules y Helmut, puntúan la narración, como evidencia de la realidad como construcción de ficciones, evidenciada en la actitud proyectora de los personajes masculinos, satisfechos además con su papel en una función dramática colectiva de la que se sienten parte integrante y que creen dominar, y en la desgarrada condición de pantalla del personaje femenino. Las hormigas crean su complejo mundo subterráneo, mientras ciertos seres humanos se dedican a enterrar millones de cuerpos que antes han degradado y vejado como si no hubiera límite posible para la crueldad.
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