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viernes, 28 de mayo de 2010

Lejos de ella

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A veces la pérdida de memoria te hace recordar lo que querías olvidar. Sobre esta paradoja fluyen los compases de las quebradizas imágenes de 'Lejos de ella' (2007), de la opera prima de la actriz Sarah Polley. Imágenes heladas como los paisajes invernales que dominan la narración, como ese aliento que se condensa con el frío, tras el cuál palpitan, latentes, quizás suspensas, emociones que perdieron el compás, arrastradas en la inercia del tiempo, como quistes de hielo que sumen en las profundidades del olvido, o lo intentan, lo que trazó una fisura que aunque se niegue, no era tan reversible. Fiona (Julie Christie) empieza a dar sintomas de que en su mente se está produciendo un cortocircuito, las conexiones no funcionan como debieran, y la memoria se resquebraja, como si se sucedieran apagones que desvanecieran recuerdos.Ya no hay reconocimiento, el mapa sobre el que se sostenía la vida se deshilacha. Y, a la vez, se produce un reinicio, como si se pudiera crear una nueva vida, un nuevo escenario, ya ajeno a todo aquello que fue ella, a toda relación que mantuvo con el mundo. Habita el mundo de otra forma, porque se perdió el compás del 'habito'. Y brotan recuerdos que parece que fueron ayer, pero que sucedieron hace veinte años. ¿Es casual o no lo es tanto?. Es lo que se pregunta su marido, Grant (Gordon Pinsett), cuando ella evoca, al dirigirse ambos en coche al sanatorio donde quedará ingresada, las sandalias de aquellas alumnas a las que impartía clase Grant, y con las que él mantuvo relaciones.
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¿Es una herida que no cicatrizó, y aún late resentida, y ahora brota con más contudencia, cuando su presente empieza a disolverse? ¿Puede ser su perdida de memoria no tan acusada, y más bien un recurso para 'castigarle' por aquello que hizo tanto tiempo atrás,una sombra que nunca se ha desvanecido en su mente? ¿La relación que mantiene con otro paciente, Aubrey (Michael Murphy), es el vínculo afectivo que se crea entre dos que están perdiendo el contacto con la realidad, y se sostienen mutuamente en la solidaridad de su infortunio, o es un relevo con respecto a su marido, como si así borrara esa realidad que deja atrás, mientras la memoria va desvaneciéndose con los sucesivos apagones, para así desprenderse al fin de un recuerdo, aquello sucedido hace veinte años, que se ha convertido en una sombra helada en su vida?. Preguntas que se hace su marido. De ahí, que en la estructura se conjugue tanto sobre la evocación o elegía sentimental del marido, ese desgarrado clamor de no querer 'perderla' o que se 'aleje' de ella, para que ya sólo habite la 'nostalgia', como sobre la incógnita que le sacude su interior. Se convierte en téstigo de esa otra relación, siempre pendiente, siempre solicito, convirtiéndose en el familiar que más visitas hace a la institución, a veces, sólo conformándose, sentado en el sofá del salón, con contemplarla junto a Aubrey, 'dejándola espacio', como dice a una joven que visita a otro familiar. Pero quizá en parte queriendo restituir lo que siente o sabe que fue su falta, como un 'sacrificio' en la incondicional entrega, aunque suponga sumirse en los márgenes de la vida de quien ama.
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Los tiempos se combinan, con un aliento que evoca al cine de Atom Egoyan, filtrado por el tono más 'suavizante' del cine de Isabel Coixet, directores, ambos, con los que Sarah Polley ha colaborado como actriz. Las frágiles e inciertas emociones palpitan entre los intersticios de las heladas imágenes, sin dejar de abandonar su condición 'borrosa', nunca esclarecidas del todo, como las propias de Grant, sobre cuyo tumulto de emociones contrapuestas se hila la narración. Queda un poso de orfandades no resueltas, y un tierno y entregado canto de amor que no se diluirá pese a las inciertas mareas atrapadas en el hielo del tiempo.

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