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lunes, 17 de mayo de 2010

Ha nacido una estrella

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Aunque me conmueva más la versión de George Cukor de 1954, por su desgarrador e intenso lirismo, también es estimulante la primera versión que realizó William A Wellman de 'Ha nacido una estrella' en 1937, producida por David O Selznick. Quizás no alcance hálito trágico de la versión de Cukor, pero brilla, sobremanera, en su tramo de comedia, el de la primera mitad que se aboca a la sombría tragedia en el segundo. Quizás, también, no tiene la misma fuerza la relación entre el actor en declive, Norman Maine (un formidable Frederic March), con la joven pueblerina, Esther/Vicki (Juliet Gaynor) que llega a Hollywood con sus sueños de ser actriz y se encuentra con suma rapidez convertida en estrella, que la que se crea entre los interpretados por un prodigioso James Mason y una admirable Judy Garland en la versión de Cukor. Entre estos se palpa de modo más acusado la fragilidad de esa intemperie emocional que les afecta en la caida libre de Norman.
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De todos modos, Aunque el personaje de Esther protagonice algún momento estupendo, como cuando en el café del estudio prueba distintos registros para la frase que tiene que decir como extra, o su primera prueba, u cuando le buscan un nombre artístico el productor y el cínico publicista, su historia de inocente pueblerina cuya vida da un completo salto de eje cuando se encuentra en el torbellino de convertirse en una admirada estrella mediática, tiene menos interés que la deriva de Norman, ayudado, como he dicho, por la memorable encarnación de ese sutil y elegante actor que era Frederic March. Su personaje estaba inspirado en retazos de actores que habían caído en barrena, con la intensiva ingesta de alcohol como propulsor de su extravío, caso de John Bowers, John Gilbert (que vió cómo su carrera decaía mientras que la de su esposa alcanzaba el éxito), o sobre todo, John Barrymore (la escena de la visita al sanatorio donde se está desintoxicado, fue sugerencia de George Cukor, tras realizar una visita a John Barrymore en el que estaba recluido). En el primer tramo son antológicas las escenas de comedia con Norman. Por ejemplo, la escena de la fiesta donde conoce a Esther. Sus gestos son todo un prodigio, cuando pide repetidamente varios vasos de whisky a un perplejo camarero, o sus líneas de diálogo con la mujer con la que debería haber ido a la fiesta. Cuando éste le señala que debían haber ido juntos, él replica que podía hacerlo solo. Cuando les sorprende a él y Esther, que trabaja de camarera, en la cocina, le señala que es extraño que le sorprenda siempre con otras mujeres, a lo que él replica que no sólo es extraño,también es molesto.
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Admirable es la secuencia posterior en su dormitorio. Tapado por las mantas llama al productor, Niles (Adolphe Menjou), a las tres de la mañana,para proponerle que le hagan una prueba con él a Esther. Cuando termina la conversación, vemos que está aún vestido con frac bajo las mantas, y acompañado de una gran botella de champán. Sus gestos cuando intenta memorizar el número de la pensión de Esther que ha leído en el listín telefónico son antológicos. Estupenda es también la secuencia en la caravana en la que viajan ambas en su luna de miel, con los forcejeos de Norman por poder ducharse dentro de la angosta cabina. Norman puede parecer un bon vivant, pero también es alguien que no ha encontrado algo que le llene, que le centre, hasta que se enamora de Esther. Claro que ya es demasiado tarde cuando su mala fama con la prensa, y con el público, es tan notable, que su carrera se aboca al declive. No carece de fuerza, desde luego, este tramo, en el que destacan planos como aquel movimiento de cámara, cuando Esther quita los zapatos a un adormilado Norman, desde él al Oscar, en el suelo, que acaba de ganar, ceremonia interrumpida por la aparición de un bebido Norman. O la crudeza del encuentro en un hipódromo (caustico detalle para alguien como Norman ya fuera de la 'carrera') entre Norman y el publicista que se regodea en el desprecio que siempre había sentido por él. La secuencia del sacrificio de Norman, sobre todo gracias, de nuevo, a un estupendo March, es memorable.

Esta primera versión de 'Ha nacido una estrella' (1937), es una notable obra de William A Wellman, que sabe transitar de la comedia a la tragedia con fluidez, y en la que brilla la gran interpretación de Frederic March. Un esplendido guión de Wellman y Carson, en el que parece que Selznick intervino de modo acusado, así como otros guionistas como Dorothy Parker.

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