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viernes, 21 de mayo de 2010

Las tres luces

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La sombría fábula de 'Las tres luces' (1921) de Fritz Lang, fluye sobre lo arquetípico, cuyo substrato es el Romanticismo, y los relatos fantásticos del XIX, el esforzado pulso entre el Amor, la luminosa entrega, y la Muerte, la ineluctable oscuridad, conjuga el aliento trágico con la entraña combativa de la ilusión, el sublime sentimiento amoroso, generador de vida, como las flores que porta la pareja protagonista (Lili Dagover y Walter Janssen) en el carruaje al que sube, en la primera secuencia, la siniestra figura que aparece en el camino, recortado contra el horizonte, como una aparición que es mancha amenazadora. Esa siniestra figura (Bernhard Goetzke), cuyo rostro parece surcado por las arrugas de la pesadumbre, acude al pueblo para comprar un terreno junto al cementerio, alrededor del cuál construirá un elevado muro, un espacio interpuesto entre dos mundos, ya que es la Muerte, que arrebatará la vida del joven enamorado. Ella ingerirá unas hierbas que le posibilitarán cruzar ese muro que ahora es umbral en el que, en un fascinante plano, es una figura en sombras que asciende unas escaleras para encontrarse con la Muerte.
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Cautivador es ese espacio lóbrego dominado por velas, que representan cada vida. La muerte sostiene una llama en su mano, que se convierte en un bebé. Ella suplica que le devuelva a su amado, y la Muerte le reconoce que está cansada de ser testigo del sufrimiento humano, de tener que cumplir esta tarea encomendada por Dios. Y le ofrece una opción: Si logra evitar que cualquiera de las tres vidas que representan las velas que le señala no se consuman, le devolverá a su amado. Tres breves historias se suceden, en tres distintos ambientes o diferentes culturas, que delatan esa pasión de Lang por la exótica aventura y el serial folletín, en un país arabe, en Venecia y China. En las tres historias son los rostros de los dos enamorados los que protagonizan tres historias tramadas sobre el amor amenazado por la sombra de la muerte. En los dos primeros, ella es esposa o prometida, de un califa o de un noble veneciano, y peligra la vida de su amante. En el tercero, los dos enamorados, ayudantes de un mago, ven cómo, por capricho de un emperador chino que desea a la mujer, sobre su vida de nuevo se cierne la amenaza de la muerte.
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En la primera también hay muros que salvar, como aquel que asciende con una cuerda el enamorado (extranjero, además) para alcanzar las habitaciones de su amada. En la segunda, los canales parecen presos de las sombras, y las arteras conspiraciones consiguen que la misma enamorada provoque la muerte de su amado al que no reconoció bajo la máscara. En la tercera, la magia brota con fuerza, como el último bastión contra el que rebelarse contra lo inevitable: los soldados diminutos que surgen de la caja del mago; el hechizo que realiza sobre él, convirtiéndole en cactus gigante, a los guardianes en cerdos y la roca en la que está confinado su amado en elefante con el que huir. En las bellas últimas secuencias, en las que el fuego se convierte en figura crucial de la última lid con la muerte, la falta de egoísmo de ella, que no sacrificará a un bebé para conseguir la vida de su amado, propicia que la Muerte la conceda, por su generoso amor, o aprecio a la vida, aunque no sea su hora, el unirse con su amado en las sombras de la Muerte.

'Las tres luces' (1921), una fascinante obra de Fritz Lang, que escribió el guión junto a su esposa entonces Thea Von Harbou, con una admirable fotografía de Fritz Arno Waggner. Las fascinantes composiciones, de este relato fantástico de duermevela, conmocionaron a Douglas Fairbanks, que la compró para distribuirla en Estados Unidos, y cuyos hallazgos estéticos influyeron sobremanera en la industria norteamericana. Buñuel también declaró que fue la obra (en especial las partes relacionadas con la Muerte) que le determinó, también conmocionado, a querer hacer cine.

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