Singular y sorprendente esta obra de aventuras, La venganza del bergantín (Wake of the Red Witch, 1949), de Edward Ludwig, con guion de Harry Brown y Kenneth Garnet, que adapta una novela de Garland Roark, tanto por su estructura discontinua, con varios, y en algunos casos, dilatados, saltos en el tiempo, a través de diversos flashbacks, con diferentes perspectivas (que reconfiguran la percepción del relato), como por una deriva que comienza con el áspero retrato de un capitán de barco, Ralls (John Wayne), que nos es presentado obligando a unos marineros a golpearse como castigo, y que finaliza con un inesperado canto a un amor que supera los límites del tiempo, en la línea de obras como Jenny (1948), de William Dieterle, frecuentes en aquellos años. El primer tramo, conducido por la voz en off del segundo oficial, Rosen (Gig Young), dibuja el retrato de este capitán con trazos que parecen resaltar su carácter hosco, cruel y poco simpático, con algunos brotes violentos, en particular, cuando bebe de modo considerable, como acontece cuando agrede con saña a su primer oficial, Loring (Jeff Corey), que ha cuestionado el relato de unos acontecimientos. Esa discrepancia, con respecto a las indicaciones de un rumbo, está relacionada con que Loring protege los intereses de la empresa y Ralls más bien quiere sabotearla. De hecho, su propósito, que consigue materializar, es hundir el barco. Pero nada es lo que parece, o poco se puede comprender de sus motivaciones, relacionadas con un forcejeo interior que dura ya años como se comprenderá a medida que progrese la narración; de ahí que el relato comience con él permitiendo que dos hombres peleen largamente, acorde a su pelea interior, o resentimiento enquistado. Empezarán a precisarse esas motivaciones, el por qué de su hosquedad, en cuanto entre en escena Sidneye (Luther Adler), dueño de la empresa Bajtak (que inspiraría el nombre de la productora de Wayne, aunque un error de la secretaria determinaría que la k final fuera reemplazada por una c). Sidneye, que ha quedado confinado a una silla de ruedas (en correspondencia con el enquistamiento de su obstinación inflexible), relatará a Rosen, en la isla en la que vive, el por qué de la agria disputa entre él y Ralls que se ha alargado en el tiempo que ha encadenado sus respectivas amarguras como si fueran tentáculos de un mismo cuerpo.
Rosen es el invitado en un drama del que no tiene idea alguna. No sabe por qué Ralls quiso hundir ese barco y cree que llegan a esa isla porque meramente aspiran a conseguir unas perlas. Le intriga que Sidneye haya interpuesto una barrera que impide la salida de su barco así como las indicaciones de Teleia (Adela Mara), por la que se siente atraído, cuando le indica que no acepte la invitación a comer que le ha hecho Sidneye. Pero acude, quizá porque ella le atrae y porque quiere dejar de sentirse en las sombras como si fuera partìcipe de un drama, que le afecta, pero del que desconoce su guion. Los sucesos del pasado vendrán revelados por Sidneye a través de un largo flashback que se iniciarán con los momentos previos al instante en el que Sidneye encontró atado a Rails en unas maderas a la deriva, castigo de unos nativos por querer seducir a una nativa (en esos momentos previos ha quedado patente la crueldad de Sidneye, porque al ver que un tripulante se ha desmayado tras sufrir dieciseis latigazos le indica al capitán que le dén los nueve restantes estipulados). Sidneye hace un trato con él, prometerle ser el capitán del navío si le indica en qué isla hay numerosas perlas que poder conseguir. Pero las tiranteces surgirán cuando ambos se sientan atraídos por la misma mujer, Angelique (Gail Rusell), y aquel que no acepta ser rechazado, Sidneye, decida casarse con ella con la aceptación de su padre, el diplomático francés Desaix (Henri Daniell), para quien es más importante la cuestión de clase o posesión de dinero. Ella se convertirá en botín tan anhelado como las perlas para quien no acepta que su voluntad no sea complacida.
Pero para que la visión de conjunto, o de los hechos, sea completa, será necesaria la aportación, en otros dos flashbacks posteriores, de Teleia, sobrina del abogado Van Schreeven. Ambos están relacionados con los dos posteriores reencuentros, el primero siete años después, de Ralls y Angelique. Dos relatos que, por un lado, exponen cómo su amor superaba el tiempo, las dilatadas separaciones y la distancia y, por otro, ponen en evidencia la implícita e interesada manipulación, por omisión, del relato de Sidneye sobre Ralls, ya que la vida del primero se sostiene sobre su obcecada rivalidad con el segundo; sin él es nada, ya que se ha casado más bien por Angelique por la soberbia de quitarle a él un amor correspondido; su finalidad, como Sidneye reconoce que es en general, es destruir. Entre luchas acuáticas con pulpos que dificultan la extracción de perlas, violentos enfrentamientos de Ralls con el padre de Angelique durante una ceremonia nativa y rescate de tesoros en barcos hundidos, se va desarrollando, en una sorprendente estructura, un sugestivo relato sobre las equívocas apariencias y la huidiza verdad, evolucionando del descarnado relato inicial sobre un hombre cuya violencia se debe a la privación de un amor al intenso canto amoroso, en el que el primer hundimiento no es más que el símbolo de un dolor, el del amor truncado, y la inmersión final en el barco hundido, el reencuentro, más allá de los límites del tiempo, con el amor añorado.
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