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miércoles, 21 de febrero de 2024

El póker de la muerte

 

El póker de la muerte (5 poker stud, 1968), de Henry Hathaway, es una estimulante rareza en cuanto western, como lo es Ciudad en sombras (Dark city, 1950), de William Dieterle, en cuanto al film noir, ambas teñidas de cierta opresiva atmósfera siniestra, y ambas tramadas sobre la venganza que realiza alguien sobre los que participaron en una partida de póker que finalizó con la muerte de uno de sus componentes. En la de Hathaway, fue ahorcado tras descubrirse que hacía trampas, pese a la oposición de uno de los jugadores, Van (Dean Martin). No dejan ambas de impregnarse de las inquietantes texturas del cine de terror, jugando eficazmente con el recurso del fuera de campo, en relación a un asesino que va eliminando uno a uno a los que participaron en el linchamiento, y que no adquiere presencia, identidad, rostro, sino hasta ya muy avanzada la narración. En ambas las sombras son figura crucial para tensar la cuerda de la amenaza, como si de ellas no acabara de brotar del todo la violencia que se desparrama en pequeñas dosis. De ahí que buena parte de las más destacadas secuencias sean algunos de los asesinatos, aquellos que tienen lugar en la noche: la secuencia que culmina con el descubrimiento de un cadáver ahorcado en el interior de la iglesia; el hallazgo del cadáver en el abrevadero, en el que Van entreve la sombra del asesino huyendo; la muerte de Little George (Yaphet Kotto) en su habitación, dejando las manos en posición de oración antes de morir. En esas secuencias parece que nos encontráramos en el territorio de las brumosas calles londinenses, dentro de una intriga detectivesca, como logró Hathaway, de manera excepcional, en A 23 pasos de Baker street (1956). De hecho, es el sheriff (John Anderson) quien dice que para un caso como este se necesita más un detective que un sheriff para averiguar la identidad del asesino. Una circunstancia que propicia diversas especulaciones de los supervivientes y que genera una general inestabilidad en el pueblo (pues solo los participantes en la partida saben que son las víctimas), como refleja la estupenda secuencia en la que se produce un tiroteo entre mineros, que demandan pronta solución, y representantes de la ley.

Hathaway realizó en los últimos años de su carrera varias obras tramadas sobre la venganza, caso de Nevada Smith (1966), Valor de ley (1969), Círculo de fuego (1971), y fuera del western, El último safari (1967), o sobre su posibilidad, como dirimen los hermanos de Los cuatro hijos de Katie Elder (1965), en la que Martin ya interpretaba a un tahúr aficionado al juego. La persecución o búsqueda de la venganza ya estaba presente en pretéritos westerns como los esplendidos Camino del pino solitario (1936), El pastor de las colinas (1941), que también tenía sus apuntes siniestros de raigambre gótica, o Del infierno a Texas (1958). Como en este último, El póker de la muerte se focaliza en los que sufren la persecución, aquellos que son el objetivo de la venganza. Su guionista, Marguerite Roberts, escribiría también los guiones de los siguientes westerns de Hathaway, Valor de ley y Círculo de fuego. En El póker de la muerte destacan sobremanera las prestaciones de Robert Mitchum, como el recién llegado singular reverendo Rudd, que porta pistola con desparpajo (con dos disparos al techo anuncia en el bar su entrada para conseguir la atención de los presentes), y Roddy McDowall como Nick, aquel que lideró el linchamiento, y que siente una manifiesta antipatía, correspondida, por Van y George. El reverendo que compone Mitchum está lejos del desaforado, en los límites del delirio (en una de sus interpretaciones más histriónicas; y más brillantes, por otro lado) que creó para Charles Laughton en la magistral La noche del cazador (1955). Aquí se desenvuelve con una circunspecta templanza; no hay en él una ira palpable; realiza una venganza, la de la muerte de su hermano, como quien realiza el incuestionable trámite de la justicia divina.

Es realmente Nick la figura más mezquina y miserable, el villano rastrero y sibilino (una gran elección de casting que sea un actor poco asociado con tal tipo de personaje, que McDowell compone admirablemente). Son esplendidas las secuencias que comparten ambos actores, Mitchum y McDowall, en el escenario del cementerio, revelación de las sombras, de las figuras que conspiran, como aspirantes a demiurgos, caso de Nick (que va suministrando un nombre tras otro a Rudd porque sabe qué puede ocurrir cuando le facilite todos los nombres), o que asesinan como el inclemente mazo de Dios, caso de Rudd, o, más bien, de la negrura del instinto (esa que Hathaway ha puesto en evidencia en sus afinadas reflexiones sobre la ceguera de la venganza), al fin y al cabo, reflejo del caos que anida y alienta en el corazón humano, condensado en el detalle de la pistola que Rudd esconde en su biblia, y magníficamente ampliado al efecto de desestabilización que crea en el pueblo la incógnita del asesino en la sombra, la cual llega a tal grado de desquiciamiento que provoca el citado tiroteo entre mineros y el sheriff y sus ayudantes. Y no deja de ser apunte cáustico que quien ponga orden sea el reverendo apareciendo con su pistola caminando con firme determinación por en medio de la calle. Un mordaz final apunte sobre la voluntad y el azar, con un tahúr como figura, que intenta dominar un juego, dependiente también de otras voluntades. En las últimas secuencias se despide, de nuevo, como en las primeras secuencias, de Nora (Kayherine Justice), la hermana de Nick, enamorada de él, una vez más dejando indefinido cuál puede ser futuro, y después, de Lily, peluquera también recién llegada al pueblo, como Rudd, que replica a la propuesta de Van de verse en un tiempo determinado con una respuesta tan indefinida como la que él dio a Nora.

1 comentario:

  1. Thriller, disfrazado de western negro, en el que van sucediéndose los muertos a manos de un asesino oculto en la tradición de “Diez negritos”. Según la recuerdo, colocaría esta película como un trabajo eficaz pero formulario del veterano Hathaway del que sólo cabe destacar la presencia del impar Robert Mitchum como el “malo” de la fun­ción, con un oscuro personaje reminiscente de su aterrador clérigo de LA NOCHE DEL CAZADOR.

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