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jueves, 11 de mayo de 2023

Entrevista con el vampiro

 

Hay un personaje que cobra un especial, y pasajero, protagonismo, en uno de los tramos centrales de la narración, cuyo conflicto interior propicia los pasajes más brillantes y perturbadores de la sugerente Entrevista con el vampiro (Interview with the vampire, 1994), de Neil Jordan, adaptación de la homónima novela de Anne Rice. Más allá del protagonismo, durante la primera hora, de Louis (Brad Pitt) y Lestat (Tom Cruise) y los conflictos de conciencia del primero, o su dificultad para adaptarse a su condición de vampiro (alguien que deseaba morir, tras la muerte de esposa e hijo, desea la inmortalidad en el momento en el que se le ofrece la posibilidad en vez de morir, pero luego no siente sino nausea ante la posibilidad de matar a un humano, porque siente que moriría interiormente), y los perversos esfuerzos del segundo para corromperle, Claudia (Kirsten Dunst), esa mujer atrapada en un cuerpo de niña (dado que es cuando fue convertida), adquiere, valga la paradoja, tal estatura como personaje que difumina al resto. Los pasajes que nos relatan su desgarro interior, consecuencia de los deseos de su mujer interior en colisión con su cuerpo de niña, y esa construcción sintética y elíptica de su incontenible voracidad mordiendo a sus profesores, poseen una transgresora y poética condición perversa. Son como una película dentro de la película.

A Jordan le interesaba particularmente cómo el personaje de Louise se revolcaba en su culpa, de ahí su obstinada resistencia a matar a humanos, y preferir matar animales de otras especies, revolcarse incluso en alcantarillados matando decenas de ratas, o en corrales decenas de palomas. Ese alcantarillado o ese corral refleja ese masoquismo vital que Jordan asociaba con el sentimiento de culpa en el que parece solazarse el catolicismo. Esa primera hora es una sucesión de tentaciones que Lestat le ofrece para que se decida a nutrirse de la sangre humana. En cierto momento, dado que Louis posee una mansión prototípica sureña, se asocia con el esclavismo. Louis se resiste a la voluntad de Lestat, aunque no deja de subordinarse a su propio sentimiento de culpa. Adquiere, por ello, perversas resonancias que sea Claudia la primera humana que muerda, aunque sea por compasión (cuando la encuentra, desamparada, junto al cadáver de su madre). La sume también en la desesperación cuando, ya convertida en vampiro, ella tenga que asumir que nunca podrá crecer y ser una mujer adulta; no envejecerá pero nunca podrá disfrutar del cuerpo de una mujer adulta joven. Louis busca sentido a una circunstancia que parece definida por lo caprichoso. Su búsqueda de un sentido a través de la búsqueda de otros vampiros por Europa no es sino la búsqueda de esa respuesta a su condición. No la hay, porque todo es cuestión de suerte, o aleatoriedad, y sufre la muerte de sus seres queridos, cuando era vivo, como deberá aceptar de qué tendrá que nutrirse como vampiro, y Claudia asumir, resignada, que vivirá siempre en un cuerpo de niña. Como también resulta significativo que sea Claudia (esto es, a través de Claudia) como se rebelará a su artífice o creador, Lestat (el deterioro y la degradación adquieren poderosa presencia corporea; la corrupción del cuerpo de Lestat engullido en el pantano de arenas movedizas y, posteriormente, el fuego que convierte su cuerpo en una llama que se revuelca).

Los pasajes en los que cobra relevancia Claudia son los más inspirados. Jordan da lo mejor de sí con esa capacidad para el detalle turbio o sórdido y el extraño toque lírico, con su atracción por lo siniestro, por los claroscuros, por las atmósferas fronterizas, afiladas y enrarecidas, característico de sus nada ortodoxas aproximaciones al universo de la fábula, como demuestran sus excelentes En compañía de lobos (1984), Amores con una extraña (1991), o la minusvalorada Dentro de sus sueños (In dreams, 1999). Tampoco es que carezca de interés el resto de la película. Hay fascinantes detalles fantásticos, como esa estatua que abre los ojos cuando Louis está sufriendo sus primeras convulsiones en su transformación en vampiro, irreverentes golpes de humor negro como Lestat bailando con el cadáver putrefacto de la madre de Claudia, momentos que conjugan lo burlón y lo terrorífico, como cuando Santiago (Stephen Rea) aparece tras Louis en los callejones oscuros de París, cual siniestro mimo acróbata, perversos detalles mórbidos como la chica que, tras sentir un literal orgasmo de placer, descubre horrorizada que sus pechos están ensangrentados tras ser mordidos por Lestat. Quizá también destaque aún más el personaje de Claudia, y por lo tanto, los pasajes que protagoniza, porque Pitt, Cruise y Banderas, sin estar mal, no logran estar a la altura de sus personajes. Aunque resulta sugerente la idea de investirles con esa apariencia en la que lo femenino y lo masculino difuminan sus fronteras, Pitt aún evidenciaba sus limitaciones, Cruise, pese a su voluntarioso esfuerzo, carece del suficiente carisma ( el Jude Law, el de El talento de Ripley, de Anthony Minghella, o Camino a Perdición, de Sam Mendes, hubiera sido ideal; no desde luego quien prefería Anne Rice, Julian Sands; y sí, quien había sido su inspiración, si hubiera sido más joven, Alain Delon) y Banderas se excede un tanto en engolamiento. Pero aun así Entrevista con el vampiro es una atractiva obra de genuino ánimo transgresor y muy poco complaciente. Son particularmente sugerentes la perturbadora secuencia de la representación teatral, del grupo de vampiros comandado por Armand (Antonio Banderas), con Louis y Claudia como espectadores, en la que muerden a una atemorizada mujer desnuda ante un público que ignora que es real y no representación, o la bella secuencia, en la que se aúna el lirismo con lo terrible, de la muerte de Claudia y su novia (o más bien la representación de lo que quisiera ser), convertidas en cenizas, en la celda en la que están cautivas, por el sol que las abrasa. La vida, como sugiere su final, no es sino una ficción definida por su caprichosa aleatoriedad.

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