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lunes, 9 de diciembre de 2019

El gran salto

1. Verticalidad. Los rascacielos. Figuras emblemáticas de un espacio, de una dinámica, de una prospectiva, de la ambición mercantilista, la búsqueda del éxito (el cielo) y la acumulación (sin límite) de dinero (El futuro es ahora). La ciudad, un lugar de ascensos y caídas. El carácter de representación (la ficción de una ficción, el capitalismo, su pragmatismo y sus depredaciones, soy la posición que detento, o Poder y codicia) que adopta El gran salto (The Hudsucker proxy, 1993), queda evidenciado en su prólogo aereo sobre una ciudad que no oculta su condición de maqueta. La voz narradora nos sitúa en el territorio de la fábula, correspondencia entre los engranajes evidenciados de un artificio narrativo y el carácter escénico de las dinámicas que alientan la trama socioeconómica, su propio orden arbitrario. Barnes (Tim Robbins), irónicamente de constitución espigada (rascacielos humano), comienza su periplo laboral en Hudsucker en la sala de correos. Un caótico entorno de trabajo, un abigarrado espacio que rezuma hipertensión e histeria, desbordado de reglas, números, códigos y deducciones de salario. Estamos en el sótano, en las entrañas de la compulsión del sistema, sustentado en la explotación de los anónimos y masificados empleados (muchas horas, poco dinero, reza el anuncio que lee Barnes). Curiosamente, y teniendo en cuenta que es la sala de correos (el que comunica), el primer estado de Barnes es el de la desorientación.
Los espacios de los ejecutivos poseen una apariencia contrapuesta: pulidos, pulcros y fríos, de techados altos y escasez de mobiliario. Su estandarte es el espacio del subdirector, Mussburger (Paul Newman), espacio deshumanizado, metálico, dominado por los fríos azules. Un espacio inmenso donde domina el vacío, y donde resalta una porción trasera del gran reloj que preside el edificio. Un espacio que evidencia el carácter maquinador, y carente de escrúpulos, de Mussburger. Las bolitas que se golpean en su movimiento pendular, encima de la mesa, son su diapasón. Son las bolas de la demolición, el gong que marca el ritmo en las galeras. El tratamiento que se realiza de la entrada de Barnes en tal espacio asemeja a la entrada en un siniestro castillo gótico (de apariencia aséptica), un espacio amenazante y extraño: el rechinar de la puerta, la disposición de grandes archivos ocupando una pared, el sobrecogedor silencio, las figuras, mínimas en aquella inmensidad, el sonido como de losa que cae cuando la secretaria abre la agenda de citas, los gritos de terror al ver el sobre azul...
2.Circularidad. El círculo es una figura que adquiere una dimensión polivalente. El tiempo como círculo, como el cero que rige una dinámica laboraleconómica que enajena la dinámica humana, atrapada en sus engranajes arbitrarios. La propia condición circular se manifiesta en el orden narrativo. Entrada de Barnes coincidente con el suicidio del presidente de la empresa, Hudsucker (Charles Durning). El narrador nos promete, al final, otra historia parecida, pero ésta de quien llegó a un piso más alto. Las historias se repiten. Un sistema sustentado en la repetición mecánica. No tiene fin, se repite ad nauseaum. La irónica manifestación del destino tiene otras encarnaciones circulares: el aro que se sostiene sobre la cabeza de ángel (el propio Hudsucker), quien descubre a Barnes, en las secuencias finales, mientras se precipita en el vacío, la solución a sus problemas; o en el círculo de la mancha de cafe que deja el culo de la taza y que señala el anuncio de trabajo en la compañía Hudsucker (el viento empujará el periódico hasta Barnes). El azar, o destino, es un extraño taumaturgo.
El círculo o cero es también la expresión de la simplicidad creativa, de ese infantilismo nato tan estadounidense, y que rige un orden económico sustentado en lo insustancial (recordemos que estamos en 1958, un tiempo en que se enfatizó una apología de la familía, del pragmatismo materialista de una clase media que definía su felicidad en los límites de su hogar conectado a todo tipo de comodidades; el estatismo ritualizado y aséptico de una dinámica de vida que no permitía revolutionary roads; hoy en día se ha depurado: la comodidad y la velocidad de acceso define la cápsula de nuestra vida enajenada). El círculo, o cero, que enseña Barnes (Ya sabe, para críos) tanto vale para el invento del hoola-hoop, una pajita flexible o el frisbee. El hoola hoop, ese invento que nos une a todos. O cómo lo insustancial es el camino más rápido y efectivo para llegar al éxito. Para conectar con nuestras raices comunes: el cero.
Para terminar y no hace falta decir nada más, el comentario de un científico sobre el movimiento del hoola-hoop en el cuerpo humano: En realidad, es un chisme muy sencillo. Se basa en los mismos principios que mantienen a la tierra girando alrededor del sol, y que les impide a ustedes salir volando de la tierra a los fríos confines del espacio, donde morirían de forma miserable. Sí, es el mismo principio, excepto por el pedazo de tierra que le han metido dentro para que la experiencia resulte más agradable. Una breve muestra del talento de Carter Burwell

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