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jueves, 12 de diciembre de 2019

Jumanji: Siguiente nivel

Esta sociedad se define por una agudizada virtualización de la relación con la realidad, con el incremento de pantallas, literales o figuradas, interpuestas, caracterizada por una preocupación exacerbada por la imagen que se proyecta, el modo en que nos presentamos a los demás y qué parecemos a lo demás, y la cirugía estética y aeróbica del cuerpo, que refleja la resistencia al deterioro. La red social Instagram es el emblema de la primera dictadura, es el el entorno escénico en el que se dirime y realiza esa aspiración, el espacio de la imagen que superó a otras redes como el facebook, ya que posibilita de modo más depurado, en cuanto imagen literal, esa cosmetica de la apariencia o imagen que se proyecta. Por otro lado, el botox es el emblema de la ilusión de victoria (aun pasajera) en esa batalla contra el inevitable deterioro y envejecimiento del cuerpo, o intento de que el cuerpo se asemeje, lo más que se pueda, a la imagen más que a un organismo. El alisamiento de la piel asemeja a una pulida pantalla. Al fin y al cabo, literalmente, la toxina botulinica paraliza el músculo y evita que se contraiga. Las arrugas evidencian que el tiempo existe y discurre. En esta sociedad de agudizada virtulización, las pantallas virtuales, sean redes sociales o video juegos, son el espacio que proporciona esa ilusión de inmunidad, o de dominio y control de qué proyectamos o cómo queremos sentirnos através de los avatares de las proyecciones o personajes que adoptamos. Es una realidad más de niveles que capas. Las capas descubren, las capas se deterioran. Los niveles dotan de la ilusión de pasajes que se pueden superar en una sucesión que no implica la consciencia de la presencia del tiempo.
En Jumanji: Siguiente nivel, de Jake Kasdan, su joven protagonista, Spencer (Alex Wolff), siente que su vida no es cómo quisiera que fuera, en ninguna de sus facetas. Siente que se tropieza y colisiona con el mundo, e incluso consigo mismo, con quien es realmente. Se siente frustrado. Internarse de nuevo en la realidad virtual del juego implica la búsqueda de esas sensaciones, de esa imagen de sí mismo, que contrarreste esa falta, esa naturaleza alérgica a una realidad que siente que le supera, o con respecto a la cual no se siente a la altura. Como es el caso con la chica de la que está enamorado, Martha (Morgan Turner), con quien se ha distanciado. Pero no ha compartido el por qué. Ella no entiende por qué no quiere reunirse con sus tres amigos, con los que se se internó en ese video juego, con su correspondiente avatar, en la previa Jumanji (2016). Y menos comprende por qué ha querido internarse de nuevo, él solo, en ese juego, en esa realidad virtual. Significativamente, en esta ocasión, las acciones no acontecen primordialmente en la selva,sino en primera instancia en el desierto (y su primer nivel una especie de cementerio de coches, en el que sufren la amenaza de una marabunta de avestruces, emblema de la velocidad arrolladora), y en su última parte, en espacios más frondosos aun helados, acordes a esa falta que siente Spencer con su vida, y la superación de esa paralisis, o capa de hielo interpuesta, con respecto al hecho de compartir cómo se siente.
En esta ocasión, para buscarle, Martha entra, en principio, por accidente, con solo uno de sus amigos, Fridge (Ser'Darius Blain), pero les acompañan, también por accidente, el abuelo de Spencer, Eddie (Danny De Vito) y su amigo Milo (Danny Glover), con el que no se hablaba desde hacía quince años, molesto porque vendiera el restaurante que ambos poseían sin contar con su aquiescencia (las parálisis emocionales encuentran su correspondencia en los quistes emocionales que el paso del tiempo convierte en atasco). Si la línea de la trama de Spencer representa la preocupación por la imagen, esta pareja introduce el cuerpo en la ecuación, o el deterioro del cuerpo. Como señala Eddie, cuya cadera ha sido recién operada, por lo cual le cuesta sostenerse por su cuenta, envejecer apesta. El cuerpo se deteriora, sufres achaques, y te conviertes en alguien dependiente (cómo él, durante su recuperación, vive en casa de su hija). Hay un punto en el que las cirujías cosméticas no logran disimular el deterioro o (re)habilitar a la impotencia. El cuerpo, simplemente, ya no puede. Por tanto, el joven tropieza con su imagen (de sí mismo) y el anciano con la imposibilidad, o avería, de su cuerpo. Un sugerente substrato para una película de aventuras en un espacio virtual que suministra parecidas peripecias, a la obra precedente, en sucesivos niveles de pruebas a superar (aunque le pueda lastrar la sensación de repetición de la jugada).
Resulta sugerente que el avatar de Spencer, una mujer oriental (Awkafina), no sea escogido sino asignado, y una de sus debilidades, valga la ironía, sean las alergias, como si incluso en el espacio reparador virtual (dispositivo cauterizador) se encontrara consigo mismo, con sus propias carencias (y además sea una mujer, cuando huye de una mujer por no saber confrontarse consigo mismo). Y también es otro detalle a resaltar la circunstancia en la que desvele a Martha por qué se distanció de ella. Lo hacen ambos, o sus avatares, suspendidos sobre el vacío, mientras ascienden, con picos, una superficie helada. Simplemente, sintió, cuando contemplaba las imagenes de ella en su Instragram, qué él no estaba a la altura de la imagen que ella proyectaba, cuando, como ella específica, esa es la imagen que ella proyectaba no la que se corresponde a cómo es, lo que había suscitado esa impresión equívoca en Spencer, ya que la imagen era un espacio favorecedor pero también refugio en el que protegerse. Ambos comparten sus inseguridades, más allá de esas imágenes que proyectan o temen. Suspendidos sobre el vacio, desprendidos de la ilusoria red de la imagen, se revelan tal como son o sienten.
En cuanto a la trama de la vejez en principio propicia, por contraste, algunas de las mejores ocurrencias humorísticas, sea por ajenidad, pertenecen a otra forma de relacionarse con el mundo, y desconocen el universo virtual y sus dinámicas, o sea por velocidad, su forma de relacionarse es más pausada, en contraste con la velocidad en ejecución que define al joven (y a esta sociedad que transmite la ilusión de que se pueden conseguir las cosas prontamente). Y no deja de ser incisivo que nieto y abuelo, sucesivamente, dispongan del mismo avatar, ya que comparten desajuste en su relación con la realidad. Pero esta vía que se definía por la consciencia de la vejez como edad que no tiene que ver con la inmunidad sino con la impotencia, maquilla en su conclusión ese apunte. Una complaciente concesión. Como si le hubieran puesto una vaina debajo de la cama, como en La invasión de los ladrones de cuerpos, y hubiera salido del juego inoculado con la percepción de que la vida es una sucesión de niveles sin discurrir del tiempo ni el deterioro como componente intrínseco, Eddie, mientras su nieto le enseña cómo competir en, o controlar, un video juego, afirma que la vejez es un regalo. Una complaciente concesión para el (espectador) joven: No te preocupes, no será tan terrible ese último nivel. Quizá sea un don desde la perspectiva, teorética, del crecimiento interno o de la madurez, del afinamiento de la sensibilidad y el discernimiento, que implica, por añadidura, la aceptación de lo ineluctable, pero en su vertiente física, no es ningún regalo, sino un paulatino despojamiento. Y no hay cosmética ni pantallas virtuales que lo impidan por mucho que se quiera maquillar, como un estado suspensivo (o coma de consciencia), o negar esa inexorabilidad. Envejecemos, nos deterioramos, y morimos. Y a veces el proceso no es precisamente grato. Otra cuestión es que, mientras, sin necesidad de avatares, por qué no procurar disfrutar lo más posible el presente, y eso implica estar y sentirse presente, sin mediatizaciones ni niveles. Un avestruz siempre correrá más que nosotros.

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