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domingo, 11 de marzo de 2018

Los profesionales

La integridad y la revolución “Quizá haya una sola revolución. Los buenos contra los malos. La cuestión es ¿quiénes son los buenos?, plantea Dolworth (Burt Lancaster) en 'Los profesionales' (The professionals, 1966), de Richard Brooks, quien adapta la novela 'Una mula para la marquesa', de Frank O'Rourke, que densifica con una más elaborada caracterización de los personajes y unos agudos y sentenciosos diálogos. En la obra de Brooks es constante esa conjugación de integridad y revolución. ¿Cómo enfrentarse y transformar un estado de cosas estancado o corrupto? ¿Cómo ser consecuente con uno mismo en vez de primar la conveniencia, la actitud acomodaticia? En 'El cuarto poder' (1952), Hutchenson (Humphrey Bogart), el director de un periódico que van a cerrar, caracterizado por un comprometido y combativo periodismo de investigación, para reconvertirlo en otro de índole sensacionalista, se esfuerza en conseguir las pruebas que evidencien la corrupción de los tejemanejes ilegales de cierto magnate económico, incluidos los encubiertos sobornos en forma de apoyo económico a candidatos políticos. En 'Dulce pájaro de juventud' (1961), Chance (Paul Newman) es un gigoló que para lograr convertirse en actor utiliza el medio que sea, venderse coo sea, usar el chantaje, porque la consecución del éxito le ciega, porque no discierne que perjudica la relación sentimental con la mujer que ama, aunque piense que es la única posibilidad de superar la influencia tiránica de su rico padre, un cacique que utiliza la política para apuntalar su dictatorial poder.
En 'Crisis' (1950), el neurocirujano Ferguson (Cary Grant) debe dirimir entre su íntegridad y la presión de quienes luchan contra el dictador que encarna José Ferrer, al que le fuerzan a intervenir, a vida o muerte, en su cerebro. En 'Lord Jim' (1965), el marino Jim (Peter O'Toole) se ve involucrado en la lucha de los nativos de Patusan contra un opresor, el general (Eli Wallach). En 'Con los ojos cerrados' (1969), Mary (Jean Simmons) rompe con su vida estanca, con su matrimonio, entorno y rutinas, y reconfigura el escenario de su vida de acuerdo a su voluntad y deseos, ya sin espejismos ni mullidas celdas de vida convencional en la que se enmarañe. También la protagonista de 'Buscando al sr Goodbar' (1977), Theresa (Diane Keaton), apuesta por el resistente impulso de acción, de quebrar los límites (sobre todo los impuestos), el placer revitalizador de transgredir, la ruptura que es grito con un hábito de vida corriente que es anodino, el látigo vivificador, aunque linde con los abismos, de la noche para despertar del aturdimiento y entumecimiento de la vida diurna (la costra de la costumbre, inercial).
En 'Los profesionales' dos hombres despiertan. Dos hombres que tiempo atrás participaron en una revolución, en México. Ahora, en 1917, 'Rico' Fardan (Lee Marvin), gana cuarenta dolares semanales como instructor de armas. Y el epicureo y bon vivant Dolworth (Burt Lancaster), para quien el núcleo de la vida es el de la embriaguez, los placeres con las mujeres y el alcohol, vive a la deriva. Por eso, la propuesta de un magnate, Grant (Ralph Bellamy), si les incentiva es por el dinero que les reportará, por la estabilidad que proporcionará, sin necesidad de realizar trabajos que no quieren, y por la embriaguez que posibilitará. Diez mil dolares conseguirán si devuelven a la esposa de Grant, quien dice que fue secuestrada. Pero quien dice que fue su secuestrador es alguien que compartió con ellos sus impulsos revolucionarios, Raza (Jack Palance). Un reflejo en el espejo del secuestro de sus ilusiones, que han tornado en aspiraciones de menor alcance, las que quedan acotadas a su propio escenario de vida, con el dinero como instrumento que posibilite supervivencia y placer. Por eso, descubrir que la mujer no fue secuestrada, sino que más bien huyó de la opresión de Grant, quien la quiere recuperar porque era de su propiedad, para estar con el hombre que ama enciende una mecha que estallará en su conclusión, cuando opten por enfrentarse a quien les contrató aunque implique que no consigan el dinero prometido, pese a haber realizado la misión encomendada, y superado diversas situaciones en las que peligró su vida.
En ese viaje de ida y vuelta, que implica diversas confrontaciones violentas, en un árido y escarpado paísaje, en el que sólo sobreviven quienes parecen haber resistido, como Raza, la extrema aspereza y hostilidad, las contrariedades de su entorno, que es decir la vida y su sucesión de decepciones (como dirá a Dolworth: “ huimos y encontramos otro amor, otra causa, pero sólo son asuntos mezquinos, lujuria pero no amor, pasión pero sin compasión, y sin un amor, sin una causa, no somos nada”), acompañan a Fardan y Dolworth, dos hombres más (en el libro son tres): el rastreador Sharp (Woody Strode), con particular pericia con el arco, y el cuidador de caballos Ehrengard (Robert Ryan), a través del cuál también se plantea los riesgos de la inflexibilidad en las buenas intenciones y la integridad. No soporta el maltrato a los animales, y considera su vida igual de valiosa. Si le afecta más la muerte de un caballo que de un hombre es porque son menos dañinos y más indefensos. Pero por liberar los nueve caballos de los bandidos con los que se han enfrentado, y a los que se han matado, propiciará que después vuelvan a ponerse en peligro, y precisamente a quien estaba en desacuerdo con liberarles (porque para él en un entorno como eso no hay nada que no sea dañino), Dolworth, que será atrapado por otros bandidos a los que han retornado los caballos.
La formidable 'Los profesionales' reconcilia con la confianza en lo posible. Cabalga entre el exultante espiritu vital, sus exquisitas composiciones (su primera colaboración con el gran Conrad C Hall), el dinamismo de su narración, equilibrada en su conjugación de matizada caracterización de personajes y conflictos (el peso del pasado: la muerte de la esposa de Fardan, tras ser torturada cruelmente, por los federales; la relación de Dolworth con los que compartió momentos exultantes a los que ahora debe matar para salvar su vida) y acciones: (los dos enfrentamientos en las angostas garganta durante el viaje de ida; el cruento asalto al tren de los federales por parte de Raza, incluida ejecución a los supervivientes (las turbias sombras de la revolución); la medida dilatada coreografía narrativa del asalto a la hacienda de Raza; la confrontación en el tren tras la captura, y, especialmente, la final de Dolworth con sus siete perseguidores, para así dar tiempo a que sus compañeros alcancen su destino tiroteo ).
Una confrontación final que es tan física como reflexiva. Los contendientes, Raza y Dolworth, mientras se disparan o realizan sus movimientos tácticos, intercambian sentencias, interrogantes y convicciones, sobre si las revoluciones aún son posibles, equiparaciones con la misma ilusión del amor, y el valor de la vida, si te vendes en vez de luchar por alguna causa. “¿La revolución?... cuando el tiroteo termina, los muertos se entierran, y los políticos entran en acción. Y el resultado es siempre igual, una causa perdida” replica Dolworth a Raza. ¿Si te domina la desilusión o la impotencia, estás destinado a ser un mercenario, o un escéptico al margen, dado que el poder siempre estará en manos de los obtusos prepotentes, o aún quedará el pequeño gesto disidente, ese que al menos es consecuente con la propia integridad, aunque el escenario de la vida siga siendo una intemperie incierta, un escenario desábrido y hostil? Como dice Raza, ” Nos quedamos porque tenemos fe, nos marchamos porque nos desengañamos. Volvemos porque nos sentimos perdidos. Morimos porque es inevitable”. Maurice Jarre compuso una excelente banda sonora

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