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lunes, 12 de marzo de 2018

Estado de alarma

'Estado de alarma' (The bedford incident, 1965), de James B Harris, refleja, con eficacia, cierto malestar y disensión con ciertas actitudes y directrices políticas de su tiempo, durante la Guerra fría. Incide en las consecuencias funestas de una disposición beligerante. O cómo convierte éste a algún integrante de las fuerzas militares en un obcecado y empecinado esbirro que necesita poder dar rienda suelta a ese talante belicoso, buscando la mínima oportunidad, e incluso provocándola. En aquellos primeros años sesenta, el horizonte político se definía por el enfrentamiento entre los dos bloques y la amenaza de la guerra nuclear como arma disuasiva. En concreto, reciente, la crisis de los misiles en Cuba, dos semanas en las que a punto estuvo de estallar una guerra nuclear entre los dos bloques. Incluso, en el mismo gobierno estadounidense, se enfrentaron, a su vez, dos actitudes, la beligerante y la consensuadora. Afortunadamente, venció la segunda, pese al posterior asesinato del presidente Kennedy. La amenaza de la siniestra posibilidad contraria quedó reflejada en la excelente 'Siete dias de mayo' (1964), de John Frankenheimer, con guión de Rod Serling, en la que unos militares pretenden dar un golpe de estado para 'derrocar' al consensuador presidente.
Por eso, varias obras reflejaron el terror por la posibilidad de una guerra nuclear, propiciada por el desquiciamiento de esas actitudes beligerantes: la estupenda 'Punto límite' (1965), de Sidney Lumet, o 'Teléfono rojo ¿volamos hacia Moscú? (1963), de Stanley Kubrick. Precisamente, James B Harris había sido productor de obras previas de Kubrick, 'Atraco perfecto' (1956), 'Lolita' (1962) o 'Senderos de gloria' (1957), la cual comparte evidentes concomitancias, por el escenario de conflicto, el militar, y la perspectiva cuestionadora planteada, con la notable 'Estado de alarma'. En esta opera prima de Harris, un periodista, Munceford (Sidney Poitier), visita un barco militar, un destructor dotado de armas nucleares, para entrevistar y conocer cómo trabaja uno de los militares más eficientes en la armada, Finland (Richard Widmark), pero que curiosamente, pese a esos méritos, no ha logrado llegar a ser almirante. La razón es precisamente su actitud beligerante, ya que fue uno de los que apoyaron el uso de la fuerza bruta en Cuba.
La obra se empapa de la tensión de enfrentamientos amagados que habían tenido lugar en distintas zonas marítimas desde 1957, como cuando un submarino estadounidense fue sorprendido en aguas soviéticas, y perseguido por la fuerza naval rusa. O cuando en el Atlántico, en 1962, un submarino soviético fue acosado por barcos estadounidenses, que le lanzaron cargas de profundidad porque en primera instancia no subió a la superficie. Lo que no se supo hasta tiempo después es que el submarino portaba armas nucleares. Y que fue la intervención del comandante de la flota soviética la que evitó que el capitán, como parecía dispuesto, respondiera con el lanzamiento de las armas nucleares porque pensaba que se había desatado la III guerra mundial.
El guión de James Poe sigue fielmente el trayecto dramático de la novela de Mark Raskovich, que se inspiraba en su retrato de Finlander en el del capitán Achab de 'Moby Dick', de Herman Melville. De hecho, alguien le dice en cierto momento que 'ya no está persiguiendo ballenas'. Finland es un hombre crispado que necesita afirmar sus planteamientos, y por ello, mantiene crispada a la tripulación en un casi permanente estado de alarma. Piensa que su profesión está compuesta por personas frustradas, como, al fin y al cabo, se siente él, y confiesa qué esfuerzo supone actuar como un hijo de puta, a lo que su segundo, Allison (Michael Kane), le contesta que no debe costarle mucho, ya que parece que le sale de modo espontaneo. Esa crispación, como un arma sin el seguro puesto, presta a ser disparada, se tensa hasta el extremo cuando se obceca en la persecución de un submarino ruso que ha traspasado las aguas internacionales. Su frustración es manifiesta cuando las ordenes de sus superiores le conminan a no intervenir. Finland las acata en principio, pero no deja de perseguir a ese submarino incluso aunque de nuevo se encuentre en aguas internacionales. Su obcecado acoso superará ya la provocación (como cuando pasa por encima rozándole), y por la carga de tensión que ha generado entre su tripulación, propicia precisamente la acción irreversible de uno de sus subordinados, por lo que un misil saldrá despedido: la violencia que ha mantenido en permanente tensión se volverá contra él y su barco.
'Estado de alarma' se define por la sobriedad de la puesta en escena, de palpable inmediatez, una afilada fotografía en blanco y negro, de ásperas sombras, y un afinado dibujo de los personajes y sus contrastes: el nuevo médico, Potter (Martin Balsam), que se siente fuera de lugar, e incluso un intruso, porque no se atiende a lo que propone como medidas sanitarias, ya que es despreciado por el capitán por venir de la reserva. O, en especial, el asesor del capitan, el contramaestre Schrepke (Eric Portman), antiguo oficial alemán en la segunda guerra mundial, paradójico pepito grillo del capitán, la actitud ecuánime, ya que sabe lo que es vivir un real conflicto. Es quien se esfuerza en contrarrestar el desquiciamiento de Finland. Y quien en cierto momento, cuando Finland comienza a excederse en sus acciones provocadoras, le dice que no cree que esté desesperado, sino que le atemoriza qué puede ser capaz de hacer. La tensa narrativa se ajusta a la excepcional interpretación de Richard Widmark, quien dota de poderoso relieve a la ambivalente personalidad de Finland. Cuando le niegan la intervención, en su mirada se combina la frustración, la incomprensión, la rabia y la decepción. En la escena en la que Munceford le acosa con incisivas preguntas sobre su talante beligerante, se revuelve susceptible pero con el nerviosismo de quién se siente expuesto. No es un villano de una pieza, está hecho de grises, de virulencia, frustraciones personales, autoengaños, necesidad de autoafirmación y convicciones que cree incuestionables. De ahí esa expresión desolada al final cuando su actitud ha provocado el desastre final, la consciencia de la inconsistencia fatal e inconsciente de sus actos. Le vemos en sus despropositos pero también logramos comprenderle, o sentirle en el porqué de sus actos. Eso es saber dar relieve a un personaje para verle en toda su complejidad, a veces hechas de contradicciones. La conjunción de esas cualidades expresivas genera una tensión en progresión, que deriva en una sobrecogedora implosión final. La violencia generada por la ceguera de una desquiciada actitud beligerante.

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