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jueves, 8 de marzo de 2018

El más allá

Kaidan significa historia de fantasma. Yoko Mizuki adapta cuatro relatos de Lafcadio Hearn, un escritor griego que vivió su infancia en Irlanda (más bien triste, incluida pérdida de un ojo a los 6 años, por lo que en las fotografías, por complejo, siempre posaba con los ojos cerrados), y empezó a escribir en los Estados Unidos. Hastiado de la mentalidad estadounidense a los 40 años se trasladó a Japón, donde adoptó el nombre de Koizumi Yakuno. Dos de los cuatro relatos que conforman El más allá (Kaidan, 1964), de Masaki Kobayashi, el segundo, La mujer de la nieve, y el tercero, el más extenso, Hoichi, el hombre sin orejas, están incluidos en Kwaidan: historias y estudios de cosas extrañas (1903), traslaciones, según reconoció Hearn, de relatos escritos u orales. El segundo, en concreto, le fue relatado por un granjero de la provincia de Musashi. El primero, El pelo negro, es una adaptación de La reconciliación incluido en la colección de relatos Sombras (1900). El cuarto, el más breve, En una taza de té, adapta un relato incluido en Kottō: Being Japanese Curios, with Sundry Cobwebs (1902)
El más allá es una de las obras más cautivadoras y singulares que ha dado el género fantástico. La obra destaca, sobremanera, por sus exquisitas composiciones pictóricas, los trazos de sus manchas de color, el turbador diseño sonoro, y una pautada utilización del montaje, de serial cualidad musical, en sus alternancias de tempos lentos y cortes abruptos. La influencia de la obra de Kobayashi se puede apreciar en la exitosa corriente de terror oriental entre la década de los novena e inicios de este siglo, con Hideo Nakata o Kiyoshi Kurosawa como más insignes representantes, tanto en la elaboración de atmósferas inquietantes moduladas pausada y gradualmente, haciendo de la sugerencia su más conspicua virtud (con lo que la aparición o irrupción de lo anómalo cobra más fuerza), como en específicos detalles, caso las cabelleras negras o lo reflejos en el agua. Pero también, en concreto, en el uso de los decorados, de fondos artificiales, incluso para los cielos, como esas figuras que asemejan ojos, era manifiesto en Dracula (1992), de Francis Coppola.
Esta transfiguración expresiva, tanto visual como sonora, es una de sus más notorias cualidades. Predomina la supresión del sonido ambiental, modulándose la narración, de modo primordial, mediante la excepcional música, que hace armonía de la distorsión, con puntuales pinceladas de sonidos específicos. Un elaborado uso del diseño sonoro antecedente del que será nota distintiva en la obra de David Lynch. El sonido, por tanto, adquiere una condición pictórica, como la misma elaboración artificial de muchas composiciones visuales (excepcional dirección fotográfica de Yoshio Mija), transfiguración de escenarios que propulsa la percepción alterada de lo real. Por un lado, como si se habitara una dimensión aparte. Por otro, como si se conjugaran, difuminados los límites de los diferentes niveles, la realidad que registramos, a través de nuestra percepción, como consensuada realidad, y la que transgrede con la irrupción de lo anómalo, lo siniestro, en múltiples direcciones o niveles, el espacio de los muertos, de los fantasmas, correlacionado con los espacios de la mente, en especial, en el primer episodio, como si se manifestaran las inconsistencias del protagonista aspirante a exitoso samurai que sacrifica el amor, o en el último, con ese apunte turbador de ¿qué ocurre cuando te tragas un alma?, que se revela como brecha inquietante sobre el mismo proceso creativo.
La cabellera negra nos relata las consecuencias de la elección de la ambición por encima del amor verdadero. Un joven samurai (Rentaru Mikuni) opta por abandonar a la mujer que ama (Michiyo Aratama) por casarse con una mujer de rica familia (Misako Watanabe), pero el peso del arrepentimiento no le abandona, y decide volver. Pero lo que parece el éxtasis de una noche de amor sublime tras el paso de los años se torna en una terrible pesadilla: el montaje se hace febril, los encuadres se desequilibran, desaparece el sonido excepto la letanía de un ruido perturbador. Ya desde la secuencia inicial, el decorado adquiere condición de personaje. La introducción se realiza a través de los espacios vacíos, que ya transmiten sensación de abandono. Ese vacío que será ahondado por la marcha del marido. Por lo tanto, ya el vacío lo habitaba. Decorado que se revela aún más deteriorado cuando el marido retorna, invadido por la espesura de la hierba. Un kimono rojo es la sangre de una ausencia, la falta de cuerpo, como el cabello la negrura de un olvido que se tornó daño. La mujer de la nieve deslumbra por sus decorados pictóricos, unos fondos de cielos que asemejan ojos, diferenciados según la estación. Un joven leñador, Minokichi (Tatsuya Nakadai), protegido en un refugio junto a un compañero anciano de una tormenta de nieve, ve cómo aparece una dama de blanco (Keiko Kishi) que congela al anciano con su aliento, pero perdona su vida, por su juventud, con la condición de que nunca se lo cuente a nadie. Tiempo después el joven conoce a una joven de la que se enamora, y de la que todos se sorprenden que no envejezca, o en la que no se perciba el deterioro en su físico tras tener tres hijos, como pasa a todas las campesinas. Hasta el momento en que a Minokuchi se le ocurre contarle a ella aquel sobrecogedor encuentro del pasado. Unas sandalias sepultadas por la nieve adquirirán la condición de signo de un sueño también convertido en pesadilla. En el primero, los fantasmas del olvido como negación, en este, el de las promesas incumplidas.
Hoichi, el hombre sin orejas, comienza con un relato en off sobre la batalla naval de Dan-no-ura. seiscientos años antes. entre los clanes Taira y Minamoto en la guerra de Genpei, en la que se combinan los cruentos enfrentamientos con las imágenes de las pinturas que los relatan. Un joven músico ciego, Hoichi (Katsuo Nakamura), que toca un laúd de cuatro cuerdas, será requerido cada noche por uno de esos fantasmas para que les cante en el cementerio aquellos sucesos trágicos a la familia real. Para evitar que vuelvan a requerirle, el monje del templo en el que vive ordena que tatúen todo su cuerpo, para así ser invisible a sus ojos. Pero se olvidan de tatuarle, fatalmente, sus orejas. En la taza de té se inicia señalando que muchos relatos fantásticos quedaron inacabados: el relato que se muestra como ejemplo es el de un samurai (Noburu Nakaya) que no deja de ver en la superficie liquida de su taza de té el rostro de un hombre, quien se le aparece, y tras él, tiempo después, su sirvientes, figuras a las que por mucho que intente combatir con su espada no logra acabar con ellas, por lo que el trastorno le va dominando. El por qué hay historias que permanecieron inacabadas lo sabremos cuando veamos que el escritor (Osamu Yazawaki) yace dentro de una cubeta de agua, atrapado en un universo fantasmal. El posible destino de quien traga almas, como el de algunos creadores. Atrapados por sus propios fantasmas. Un digno colofón para esta fascinante obra de sublime belleza. Toru Takemitsu compuso una singular y excepcional banda sonora.

2 comentarios:

  1. gracias por compartir

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  2. Muy buena película, de hecho este blog esta muy interesante acabo de mirar el articulo del titanic y fue muy entretenido me gustaria que publiquen http://pelisgnula.com/2017/01/ver-horizonte-profundo-deepwater-horizon-2016-online-estrenoo.html

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