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viernes, 18 de noviembre de 2016
La llegada
En la alquimia, el símbolo del uróboros, un símbolo que muestra a un dragón o serpiente que engulle su cola, expresa la unidad de todas las cosas, conjuga lo consciente y lo inconsciente, lo material y lo espiritual. Su cualidad circular representa la naturaleza cíclica, la purificación de los ciclos de la vida y la muerte, nada desaparece sino que cambia de forma en un ciclo eterno de destrucción y creación, por eso representa la infinitud. Es un símbolo que se puede apreciar en la portada de su genuina representación musical, el admirable album 'Sines' (2014) del gran grupo neozelandés Jakob. O en la poesía de los Cuatro cuartetos de TS Eliot. 'La llegada' (Arrival, 2016), de Denis Villeneuve es la genuina y hermosa traslación fílmica de ese talante alquímico. En la secuencia introductoria la voz de la lingüista Louise Banks (Amy Adams) señala que uno de nuestros límites es cómo vivimos el tiempo, su orden. En la narración, la alternancia de tiempos parecerá la que no es. Lo que creemos pasado puede que sea futuro. Como la forma de representar y vivir el espacio puede ser otra diferente a la geometría euclidiana. La incógnita que transfigura y transforma la concepción espacio temporal en la que vivimos enclaustrados es la llegada de una nave espacial alienígena, una hendidura o fisura, una interrogante en forma de nave que se presenta tanto de forma vertical como horizontal, y cuyo desplazamiento en su interior trastorna toda concepción de percepción y desplazamiento, lo que parece altura resulta ser horizonte. Lo que es llegada es umbral. La llegada, por supuesto, suscita recelo. Lo que proviene de otro ámbito, y es desconocido, y con lo que resulta difícil y arduo entenderse,porque se ignora su lenguaje, se recibe con cierta desconfianza, dada la recurrente tónica humana de definir las relaciones colectivas e individualidades en rivalidad y hostilidad. Convivir con la diferencia ha reflejado que no resulta complicada que devenga en conflicto: No soy el otro sino uno mismo, y en la diferencia me afirmo.
Louise es requerida para intentar descifrar cuáles son las pautas del lenguaje de esos alienígenas. Quiénes son, de dónde provienen, y sobre todo, cuál es su propósito. La sempiterna pregunta de quien es el otro y qué pretende, si es una amenaza o no. La comunicación es un proceso esforzado aunque se comparta lengua y patrones culturales. Los equívocos son factibles, lo que piensas que es el nombre del animal que nunca has visto sobre el que preguntas cuando llegas a una tierra no explorada hasta entonces puede significar 'no entiendo'; un arma puede ser un instrumento o herramienta, no necesariamente un objeto de amenaza violenta. La forma de comunicarse de los alienígenas es a través de unas emanaciones que adquieren una forma semicircular semejante al uróboros (como la propia narración es un semicirculo, el final es como el principio pero es otro porque nuestra percepción es otra de lo que representa). La actitud de Louise, como la del astrofísico Donnelly (Jeremy Renner) ejemplifica el talante que ante todo prioriza la comprensión, que anhela la conexión, que busca los nexos. La realidad y la misma comunicación es una línea de puntos de incógnitas que hay que intentan completar con paciencia y esfuerzo. Aprender, conocer, amar, implica esfuerzo, como bien señalaba Maugham (Morgan Freeman), en 'Seven' (1995), de David Fincher, en la que el siniestro John Doe (Kevin Spacey) no dejaba de ser, como aquí los alienígenas, el contrapunto, aunque en su caso siniestro, de nuestra inconsistencia, de nuestra tendencia a la destrucción y la apatía, el ensimismamiento y el recelo.
Doce naves han aterrizado en distintos puntos del planeta, y las distintas potencias intentan lidiar con esa incógnita. Buscan, en primera instancia, la conjugación entre unas y otras, pero la desconexión es inevitable, porque la desconfianza, y por tanto el ánimo beligerante (aunque justificada en la razón defensiva pese a que los alienígenas no hayan realizado manifestación alguna agresiva) supera el paciente esfuerzo de intentar comprender qué quiere y quién es el otro. Aquella hendidura que es incógnita suspendida cual interrogante sobre sus cielos se convierte en una intrusión molesta, ya sólo porque se ignora cuáles su sentido y propósito; el por qué está ahí propicia una incertidumbre perturbadora como una espada de Damocles permanente. La mano que tiembla, la que sabe de qué están hechos los temblores, es la que busca en el reflejo a través del cristal de separación, es la mano que busca a la otra sea como esta sea.
En la alternancia de tiempos se refleja la amenaza de vida y la ineluctabilidad de la muerte. Lo que parece el final quizá sea el principio. El contrapunto narrativo, como los son los alienígenas para los humanos, es la enfermedad y muerte de una niña, la hija de Louise. La muerte siempre nos espera. La muerte fue y será. Es pasado y futuro, y el presente brega con esa consciencia. Nuestros límites quedan cercados en la incógnita, aunque la consciencia no anula la vivencia del presente, pese a que cierta tendencia humana prefiera vivir con la convicción de la invulnerabilidad, de que no hay un termino, de que no hay pérdida y desaparición, de que todo prosigue incluso cuando se supera el umbral de la muerte. 'La llegada' es una bellísima obra que alienta la conjugación y la unión, que interroga sobre la sumisión a unos restringidos límites de relación con los otros y con las mismas coordenadas de la realidad. Es un cautivador canto poético, pura fluencia y armonía musical, sobre lo posible.
Johan Johansson ha compuesto otra extraordinaria banda sonora para un cineasta cuyas narraciones son fluencia líquida musical, inmersión emocional.
Dices que repito algo que ya he dicho.
Lo diré otra vez. ¿Volveré a decirlo?
Hay, nos parece, a lo sumo un valor limitado
En el conocimiento que se deriva de la experiencia.
El conocimiento impone un diseño y falsifica,
Porque el diseño es nuevo a cada instante
Y cada instante, una nueva y estremecedora
Valoración de cuanto hemos sido.
Solo nos desengañamos
De aquello que engañándonos ya no podía dañarnos.
En medio, no solo en medio del camino,
Sino en todo el camino,
En un zarzal, en una selva oscura
O al borde de una ciénaga13
En donde cada paso es peligroso,
Monstruos y fuegos fatuos nos acechan
Y estamos bajo riesgo de algún hechizo.
Para llegar adonde estás
desde el lugar en el que no te encuentras,
deberás seguir un camino
en el que el éxtasis no existe.
Para acceder a lo que no conoces
debes seguir una senda de ignorancia.
Para poseer lo que no posees
debes recorrer el camino
de la desposesión.
Para poder ser quien aún no eres
debes seguir el sendero en que no estás.
Y sólo sabes lo que ignoras
y lo que no tienes es lo que tienes
y estás donde no estás.
(...)
Hogar es el lugar del que partimos.
A medida que envejecemos
El mundo se nos vuelve más extraño, más compleja
La ordenación de muertos y vivos.
No el intenso momento
Aislado, sin un antes ni un después,
Sino la vida entera que arde en cada momento.
Y no la vida entera de un solo hombre
Sino de viejas piedras indescifrables.
Hay un tiempo para el anochecer bajo la luz de las estrellas
Y un tiempo para el anochecer a la luz de la lámpara
(El anochecer con el álbum de fotos).
El amor se acerca más a sí mismo
Cuando dejan de importar el aquí y el ahora.
Los viejos deberían ser exploradores,
Aquí o allá, no importa dónde.
Debemos estar inmóviles y sin embargo movernos
Hacia otra intensidad,
En busca de una mayor unión, una comunión más
profunda,
A través del frío oscuro y la vacía desolación,
El grito de la ola, el grito del viento, las grandes aguas28
Del petrel y de la marsopa.
En mi fin está mi principio. ~
(T.S. Eliot, Four Quartet, East Coker (133-146)
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