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sábado, 9 de julio de 2016

Money monster

Simulacros de realidad. Espectáculo y fraude. El gran carnaval prosigue. En este caso el as en el agujero se convertirá en agujero que abre una fisura en la pantalla. Un Truman cualquiera trastoca por unas horas la circulación de la emisión. La rutina se ve sobresaltada. Por un instante. Todo volverá a su rutina, la circulación visible de la emisión y la circulación invisible del dinero. En 'El gran carnaval' (Ace in the hole, 1951), de Billy Wilder, un periodista buscaba la notoriedad profesional utilizando la desgracia de un hombre accidentado en una mina. Prefería dilatar la posibilidad del rescate para poder dilatar la atención mediática. Prefería exponer la vida de alguien a la consecución de su éxito personal (el as en el agujero). En 'El show de Truman' (1998), de Peter Weir, una de las películas más visionarias que menos predicamento ha tenido en la sociedad (todo lo que anunciaba se ha cumplido sin resistencia colectiva), un hombre descubre que vive en una realidad que es, desde su nacimiento, pura escenificación y simulacro. Todos alrededor son actores. Es el protagonista de un programa televisivo. Los espectadores seguirán con sumo interés su rebelión, como si fuera otro lance más del programa, y en cuanto termina, decidirán pasar a otro canal. Nada afecta, como la misma película. Nuestra anestesia vital supera cualquier inquietud e interrogante que lleve a la sublevación. Por eso, el escenario sigue dominado por los más codiciosos y ambiciosos, los que carecen de cualquier escrúpulo para mantener e incrementar su posición económica.
Tres figuras masculinas destacan en 'Money monster' (2016), de Jodie Foster. El esbirro y bufón, el presentador de televisión, el hombre espectáculo, el hombre que disfruta de su posición privilegiada ( y que se enorgullece de no haber cenado solo ninguna noche en las dos últimas décadas), Gates (George Clooney), el hombre del traje de mil dolares que escenifica, disfrazado, coreografías, acompañado de dos bailarinas, en la introducción de su programa, una guía económica que asesora a los espectadores con respecto a las adecuadas inversiones. El complemento, servicial o servil, de los que rigen la dictadura económica, la espectacularización del conductismo, la vaselina que dirige a los peones en la dirección adecuada para sostener un sistema económico de privilegios, manteniendo la ilusión de un posible ascenso en los niveles económicos. Camby (Dominic West) es el representante de tantos empresarios que se aprovechan de la condición ya virtual del dinero, la circulación intangible, la realidad en precipitación, la velocidad de aconteceres de subidas y bajadas e inversiones, un escenario que es puro simulacro, inaprehensible, rebosante en su vacío de múltiples huecos en los que realizar el fraude, el engaño artero para beneficiarse en la espesura de una selva de digitos y de lenguaje especializado difuso. En este sentido, 'Money monster', no deja de ser un estimable complemento a la notable 'La gran apuesta' (2015), de Adam McKay, que no utilizaba ni amortiguadores ni vaselina para mostrar el enrevesado universo de la especulación financiera (la trama de los agentes que especulan con lo intangible). El tercer componente es la representación del ciudadano medio que un día revienta porque se cansa de sentirse utilizado como una peonza. Una figura que sobresale entre la resignación e indiferencia general. Alguien que decide saltar al centro del escenario, y apuntar a la pantalla, para expresar su descontento, y para reclamar una explicación. Por qué la guía es un engaño, por qué el sistema se sostiene sobre imprevistas arenas movedizas que perjudicarán a los más precarios (como se reflejó en las consecuencias del colapso económico del 2008).
Budwell (Jack O'Connell), un hombre que gana el dinero justo para sobrevivir cada fin de mes, se convierte en el foco que se rompe en mitad de la emisión, como un foco la caía de la nada a Truman. Irrumpe con un arma en mitad del programa que presenta Gates, y le obliga a ponerse un chaleco que porta una bomba que hará explotar si no le dan una explicación sobre por qué el consejo que animaba a invertir en la empresa de Camby se convirtió en una catástrofe general. Por qué se produjo esa catástrofe. ¿Es suficiente la explicación de que se debió a un error informático que no dependía de intervención humana? ¿Aceptar esa explicación no es otra metáfora de esa indiferencia y resignación colectiva que encaja un fraude tras otro, una corrupción tras otra, como parte inevitable de un sistema gangrenado, porque lo es a cualquier escala, no sólo en las altas esferas? Como le expondrá Camby a Budwell, no protestaba, como tantos otros, cuando las cosas iban más o menos bien. Cada uno en su escala se conforma. No importa el fraude si no perjudica. En este sentido, 'Money monster', juega con habilidad con las paradojas y con, suma mordacidad, con el trastorno de las expectativas (del desarrollo dramático). Con una precisa dinámica narrativa, que no se distrae en lo accesorio, consigue un estimulante, y agudo, equilibrio entre el drama y la sátira. En la secuencia que Gates reclama la solidaridad de los espectadotes para que con cada una de sus aportaciones logren que ascienda el porcentaje de la empresa de Camby, para así salvar su vida, la música y la planificación de los contraplanos juega con la expectativa de esa consecución, aunque, en cambio, será desmantelada con la respuesta contraria: los porcentajes descienden. También cuando la policía utilizan a la esposa embarazada de Budwell para sensibilizarle y conseguir que desista de su propósito, la esposa lanza una cadena de reproches a su marido por haber invertido todo el dinero que tenían y le acusa de ser un fracasado que no ha logrado materializar nada de aquello a lo que aspiraba. Su gesto no deja de ser una pataleta del frustrado.
'Money monster' apunta con precisión a la inconsistencia de nuestra sociedad desde cualquier ángulo. Lo efímero de las relaciones (cómo la realizadora, encarnada por Julia Roberts, no había notificado a Gates que iba a cambiar de trabajo después de años de colaboración), o la ilimitada capacidad de autojustificación de los que disfrutan de la posición económica privilegiada (cómo Gates intenta convencer a Budwell de que tiene una vida más satisfactoria porque él se ha divorciado tres veces, y no tiene una vida personal con sustancia, y él en cambio casado y padre inminente, como si eso pudiera hacer sentir bien a quien vive cada fin de mes como un desesperado ejercicio de resistencia siempre en el límite de precipitarse en el abismo de la precariedad e indigencia). Incluso, entre apuntes vitriólicos, se logra extraer emoción, como en la secuencia en la que ejecutan sin miramientos a Budwell. Parece que los espectadores, los ciudadanos, se quedan conmocionados, pero como en el final de 'El show de Truman', la partida continua (alguien lanza la siguiente bola para seguir con la partida de futbolín). La atención no dura demasiado en un foco, se distrae, todo es velocidad, como la misma circulación del dinero, el programa de realidad se constituye de un encadenamiento de programas y rituales y rutinas que eviten centrarse demasiado y dejen paso a las interrogantes que intenten interrumpir la emisión de distracciones y la circulación de privilegios.

2 comentarios:

  1. Espléndido artículo. Se necesita un rigor así para mantener blogs como los nuestros. Como EL ACORAZADO CINÉFILO (http://bachilleratocinefilo.blogspot.com.es/)

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    1. Muchas gracias caballero. Un abrazo. Y mantengamos el ejercicio de resistencia con el listón en alto. ;)

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